5. Una clara amenaza

Capítulo 5

Al día siguiente, el asistente de Silas entró en la oficina con paso rápido y sin esperar permiso. Silas lo recibió con la ceja alzada y una taza de café intacta frente a él.

—¿Y bien?

—Señor, la encontré. Hoy la señorita Redstone asistirá a la Universidad St. Vicente. Fue invitada por el profesor Hansel Gallagher. Al parecer, solía ser su mentor en el conservatorio.

Silas entrecerró los ojos.

—¿La universidad? pensé que ya se había graduado.

Sí, ahora si había leído su informacion, la conocía bastante bien en algunos de sus ambitos. Ser ciega nunca fue una limitación para ella a la hora de aprender.

—Sí. El profesor imparte clases aún. Dicen que es muy estimado, y que la señorita Nora va a ayudarlo esta mañana. Hay ensayos o algo similar.

Silas no dijo nada durante unos segundos. Luego se levantó, tomó su chaqueta y caminó hacia la puerta sin mirar atrás.

—Prepárame el auto.

—¿Va usted… personalmente?

—Sí. Quiero verla con mis propios ojos.

….

Mientras tanto, Nora ya se encontraba en los pasillos de la universidad. Llevaba un vestido sencillo en tono azul pálido, que resaltaba su piel de porcelana. Su cabello suelto le rozaba los hombros, y su bastón blanco tocaba el suelo con suavidad. El profesor Hansel Gallagher la esperaba en la entrada del aula, con una sonrisa cálida.

—¡Mi Nora! Qué bueno que llegaste. Salvas a este viejo de su miseria cada vez que puedes.

—No diga eso, profesor Hansel —respondió con dulzura—. Lo hago con gusto.

Él le ofreció su brazo y ella lo tomó con naturalidad, guiándose por su tacto firme y respetuoso. Nora era su mejor y más joven alumna. Si ella quisiera ya hubiera salido de gira por el mundo para que escucharan su música.

—Si me hicieras caso, ya estarías de gira por el mundo.

Ella rió, suave.

—No creo que la gente pague por ver a una ciega tocar el violín.

El profesor se detuvo, indignado.

—Eso es porque el mundo no te ha oído.

Ya dentro del aula, la condujo hasta la silla dispuesta sobre el pequeño estrado. Nora dejó el estuche sobre sus piernas y lo abrió con cuidado. Pasó las yemas de los dedos sobre su violín, como saludándolo, y suspiró.

—Hace tiempo que no toco frente a nadie… más que a usted.

—Entonces hoy será el día.

Nora sonrió, aferrada al instrumento como si fuese un pedazo de su alma.

Afuera, en el estacionamiento, el auto de Silas acababa de detenerse y el director bajo en persona para saludarlo y recibirlo, extremamente contento de tener a alguien de su envergadura en su universidad.

El aula magna del conservatorio era amplia, con techos altos decorados por una cúpula de cristal teñido que dejaba pasar la luz matinal como un vitral sacro. El escenario de madera pulida brillaba bajo los reflectores apagados. Pocos sabían que ese lugar, donde los grandes del conservatorio ensayaban, estaba por recibir una lección más valiosa que cualquier partitura.

Nadie sabía realmente quién era la mujer sentada con delicadeza en el centro del escenario. Solo parecía una joven callada, inmóvil, con los ojos azules muy hermosos y un violín apoyado en su regazo como si fuera un tesoro. Su cabello castaño recogido en una trenza baja le daba un aire sereno, pero era el bastón de metal llamaba mucho la atención.

—¿Quién es esa? —preguntó una chica bajando las escaleras hacia el aula.

—¿No es la que se graduó con honores hace unos años? Creo que se llamaba Nora… la vi una vez de lejos, es muy hermosa—susurró otro.

"Lastima que sea ciega" culminó la frase en su mente.

—La vi tocar una vez y toca como los ángeles —dijo un chico con voz risueña.

—Ah, sí. La ciega. La que tenía la beca especial, es bastante joven, dicen que es una prodigio. ¿Y qué hace en nuestro escenario?

—¿No se supone que ya se graduó?

Los murmullos aumentaron cuando los estudiantes fueron llenando el lugar. Algunos observaban con curiosidad, otros con desdén. El prestigioso conservatorio universitario no era lugar para cualquiera, y mucho menos —según algunos— para una ciega sentada como si fuera la estrella principal.

Anabel Bradford entró al salón como si le perteneciera. Era alta, de porte elegante, rostro perfectamente maquillado y cabello rubio que caía en ondas suaves sobre su chaqueta de diseñador. Era famosa por su talento, pero más aún por ser hija del magnate Camilo Bradford, benefactor del conservatorio.

Al ver a Nora en el escenario, frunció el ceño con disgusto.

—¿Qué hace una ciega en mi asiento? —dijo en voz alta, provocando risitas entre sus amigas— muévete, cieguita.

Nora no se movió. A pesar de no ver, podía sentir las miradas como cuchillas contra su piel.

—¿Eres sorda también, ciega inútil? —añadió un chico desde la segunda fila.

—Vine por invitación del profesor Hansel Gallagher —dijo Nora con calma, sin levantar la voz, con los ojos ocultos tras la venda, mirando hacia la frente, recta.

—¡¿Qué?! ¿El profesor te invitó a ti? —bufó Anabel, cruzando los brazos.

—Eso es imposible —terció otra estudiante, incrédula.

El alboroto se elevó como un enjambre de abejas.

—¡Te dije que ese asiento es mío! —gritó Anabel antes de empujarla con fuerza— no me importa quién te trajo.

Todo pasó en segundos. El violín se deslizó de las manos de Nora, golpeó el suelo con un crujido seco y partió la caja armónica. El cuerpo de Nora cayó de lado, y su barbilla golpeó con fuerza la tarima. Un leve gemido escapó de sus labios. La venda se corrió un poco, y una gota de sangre comenzó a bajar por su cuello.

—¡Eso te pasa por no obedecer! —rió alguien.

—¡Aparte de ciega, torpe! —añadió otro entre carcajadas.

En ese momento, las puertas se abrieron bruscamente.

El profesor Hansel Gallagher entró primero, caminando rápido con el ceño fruncido, y tras él, un hombre de porte intimidante, alto, vestido de negro, con el rostro sombrío y los ojos como fuego contenido: Silas.

El profesor se detuvo al ver la escena. Nora en el suelo, el violín destrozado a su lado, su barbilla sangrando.

Su expresión cambió a una mezcla de horror y furia.

—¡¿Qué demonios ha pasado aquí?! —exclamó, bajando del escenario.

—Profesor, esta mujer estaba en mi asiento —dijo Anabel con voz chillona, creyendo que tendría su apoyo—. Estaba ocupando mi lugar como si…

—¿Y por eso la empujaste?! —rugió Hansel, cortándola—. ¡¿Estás escuchándote, Anabel?! ¡Está ciega y la trata de esa manera! ¿acaso eres humana?

Anabel parpadeó confundida, retrocediendo un paso.

—¿Me está… regañando a mí? —preguntó indignada, sin entender aún el giro de la situación.

—Ayuda a Nora a levantarse. ¡Ahora mismo! —ordenó con rabia.

—¡No lo haré! ¿Quién se cree ella?

—No hace falta, profesor —dijo Nora con voz temblorosa, tratando de incorporarse sola mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla al tocar los restos de su violín— con que pague el costo de mi violín es suficiente.

—No pienso pagar nada, ella estaba en mi asiento —se excusa Anabel.

—Te por seguro que pagarás no solo la reparación del violín sino también por uno nuevo y mejor —la voz de Silas era como un látigo frío.

De pronto, una mano firme y cálida la sostuvo por debajo del brazo, ayudándola a ponerse de pie. Era una mano grande, de dedos marcados por años de trabajo, con callos en la palma. No dijo nada, pero el contacto fue tan seguro que Nora no pudo evitar estremecerse.

—Gracias… —susurró sin alzar la cabeza.

—Cuando alguien comete un error… debe pagar por ello —dijo Silas, su voz tan helada que provocó un escalofrío entre los presentes— tengan presente que mi asistente tomará notas de todos los nombres de las personas que agredieron a Nora Redstone.

Anabel lo miró con desdén, pero Nora reconoció esa vez y su ser interior tembló.

—¿Y tú quién eres para hablarme así?

Silas ladeó la cabeza, sus ojos grises como cuchillas bajo la tenue luz, Anabel se queda maravillada por el especimen del sexo masculina con mirada fría my feroz, pero era un hombre tan guapo que podía sentir sus mejillas enrojecer.

—¿Prefieres que llame a tu padre para que te discipline como es debido?

—¿Mi padre…? —preguntó Anabel, palideciendo, saliendo de su estupor—. ¿Acaso conoces a mi padre, Camilo Bradford?

Silas dio un paso adelante.

—No querrás averiguarlo.

El profesor sabio que esa chica estaba en problemas si el mismo Silas Wyckham llamaba a su padre.

El salón se quedó en un silencio tenso y absoluto. Hansel se inclinó junto a Nora, recogiendo los restos del violín con tristeza.

—Lo siento, Nora… —murmuró—. No imaginé que serían tan crueles.

Nora apretó los labios. Ya no tenía fuerzas para hablar.

Silas, aún a su lado, giró lentamente el rostro hacia el grupo de estudiantes, que ahora no sabían dónde meterse.

—El que se burle una vez más de ella… se arrepentirá toda su vida.

La amenaza era clara. No necesitaba alzar la voz. Su presencia bastaba para que todos callaran.

—Silas… —susurró Nora, frágil.

Él volvió su atención a ella, y sin más palabras, la sostuvo con fuerza, mientras Hansel abría paso para que bajaran del escenario.

Antes de bajar Nora le pidió a Silas que se detuviera.

—Mi violín es un Venturi de 1698, el costo es invaluable sobre todo por quién me lo regaló. Espero el pago, señorita Bradford —la advertencia era clara.

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