114. Destruiré la ciudad
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El motor ruge, pero Silas parece no darse cuenta de que va a exceso de velocidad, las luces de las calles pasan y el teléfono vibra de nuevo en su bolsillo. Es Ciro otra vez. Silas contesta sin pensarlo.
—Tenemos algo —dice el hombre, con la voz aún temblorosa—. La furgoneta negra fue vista saliendo por el desvío norte, cerca del kilómetro treinta y dos. Luego, desapareció de los radares. No sabemos si cambiaron de vehículo o se internaron en la zona industrial.
—Envía a los hombres más cercanos —responde Silas, girando bruscamente el volante—. Quiero que rastreen ese sector completo. No quiero excusas, Ciro. Si hay que romper puertas, se rompen. Si hay que registrar fábricas abandonadas, se hace. No me importa que Nora debe aparecer sana y salva.
—Entendido, señor. Ya están en camino.
Silas conduce sin mirar el velocímetro, con los nudillos blancos sobre el volante. La rabia le da claridad. Piensa en Nora otra vez, en cómo salió esa mañana con una sonrisa, diciendo que iba a prep