115. Sin dormir

115

Silas no ha dormido en tres días. La luz azul de todas las pantallas ilumina su rostro tenso, la sombra de su barba ya marcada por horas de insomnio. La sala de seguridad parece más pequeña con cada minuto que pasa; el aire pesa y sus hombres caminan con cuidado alrededor suyo, como si el silencio fuese parte de su respiración.

—¿Y el chip del anillo? —pregunta sin levantar la mirada del mapa holográfico sobre la mesa.

Uno de los técnicos tecnológicos, un muchacho joven con ojeras del tamaño de sus nervios traga saliva antes de responder.

—No… no servía, señor. El anillo no emitió ninguna señal después del accidente. Alguien lo desactivó por completo.

Silas cierra los ojos unos segundos. Hace tres días que escucha frases como esa. Tres días en los que lo único que obtiene es silencio, rastros inconclusos, o cámaras bloqueadas. Tres días sin saber si su esposa está viva, herida o… se obliga a no completar la frase. No puede. No lo permitirá.

—¿El mapeo? —insiste con voz baja.

El té
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