La luz. Ese fue el primer cambio brutal. Ya no era el tenue resplandor que se filtraba por los respiraderos altos de la guarida, sino un baño dorado y controlado que inundaba la suite circular desde la cúpula de cristal. La habitación misma era un mecanismo de precisión, un reloj caro cuyo tictac era el casi imperceptible zumbido del sistema de climatización. Yo era el péndulo atrapado en su interior.
Mi despertar no era orgánico. Estaba dictado por Elara. A las 07:00 en punto, la puerta se abría y ella entraba, un espectro de blanco en un mundo de lujo beige y madera noble. Su llegada era el primer evento del Protocolo de la Esposa.
“Buenos días, señora Luksyc. Procederemos con la higiene,” decía, su voz un instrumento calibrado para no alterar la paz artificial de la mañana.
El baño era un campo de batalla de mármol. Yo me mantenía de pie, dócil, mientras ella limpiaba el punto de inserción de la sonda con un hisopo frío. El olor a antiséptico se mezclaba con el vapor de la ducha, q