La mañana del lunes se estira como un párpado que no quiere abrir. El pasillo central se llena de una luz gris, ordenada, que hace brillar los bordes del acero y las baldosas recién fregadas. Antes de colgar la chaqueta ya tengo entre las manos lo que vine a buscar: el registro impreso del 419.No debería estar aquí tan temprano, pero el insomnio decidió por mí. Manejar a primera hora me limpia la vista; el volante me ordena los pensamientos. Wilson me miró salir desde el suelo, mitad bufido, mitad bostezo, y volvió a ovillarse como si supiera que a esta hora no discuto con nadie.Apoyo la carpeta sobre el mesón de enfermería, ahora vacío. El olor a papel nuevo convive con el desinfectante; a esta hora, todo promete limpieza. Recorro la página con los ojos, mecánicamente: fecha, hora, procedimiento, indicación. Lo de siempre… hasta que desciendo al último renglón.«Dr. Cristian Gajardo.»Cierro un momento los párpados. La firma encaja, la tinta encaja, la hora encaja. Y, aun así, un b
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