El cambio no fue anunciado. Una mañana, la enfermera Elara llegó acompañada no por un guardia, sino por dos. Tras realizar su ritual silencioso de conexión y limpieza, en lugar de salir, se hizo a un lado.
—Hoy se muda, señora Luksyc —dijo, con su tono profesional e impasible—. Por favor, no se resista. Será más fácil para todos.
No había fuerza en mí para resistir, ni siquiera para preguntar. Mis piernas temblaban al ponerme de pie, el tubo aún conectado a la bomba portátil que uno de los guardias empujaba ahora. Caminamos por un pasillo que nunca había visto, bien iluminado, con paredes de un color arena claro. No parecía una prisión. Parecía… un hotel. O la planta privada de un hospital de lujo.
La puerta a la que llegamos era de madera noble, con herrajes dorados. Uno de los guardias la abrió.
El contraste fue tan violento que me dejó sin aliento.
La habitación era enorme, circular, con una cúpula de cristal que permitía la entrada de la luz natural, filtrada por persianas automat