La luz de la tarde se filtraba por la ventana de la habitación de hospital, bañando la figura inmóvil de Tomás en un tono dorado y triste. Alma tomó su mano, ya sin vendas pero aún pálida y flácida, y comenzó su ritual diario de confesiones.
“Hoy quiero contarte cosas que no estaban en tus informes, Tomás. Cosas que solo yo sé.”
Su voz era diferente ahora. Ya no tenía el filo cortante de las primeras semanas, sino la textura áspera de quien está reconstruyendo su verdad piedra por piedra.
“Empezaré por el principio. Por el primer día en la clínica. Recuerdo el silencio más que cualquier otra cosa. Un silencio almohadillado, de paredes acolchadas y moqueta gruesa. Y ese olor... a limpio, a estéril, pero con una dulzura debajo que resultaba obscena. Como si quisieran perfumar el miedo.”
Sus dedos acariciaron suavemente el dorso de su mano.
“Lo peor no fue darme cuenta de que estaba atrapada; fue darme cuenta de que mi celda era hermosa. Que cada lujo—las sábanas de algodón egipcio, la v