El viaje en el sedán negro fue una pesadilla de silencio y oscuridad. Los vidrios polarizados eran tan densos que ni siquiera las luces de la ciudad lograban filtrarse. Yacía en el asiento trasero, flanqueada por los dos guardias cuyo aliento era el único sonido, aparte del rugido amortiguado del motor. Habían vendado mis ojos con una tela áspera poco después de arrojarme al auto, sumiéndome en una ceguera absoluta. Era una precaución innecesaria; ya estaba completamente desorientada.
Marko iba en el asiento del copiloto. Podía sentir su presencia, una energía fría y predatoria que llenaba el espacio reducido del vehículo. No dijo una palabra durante todo el trayecto.
Sin el localizador, me sentía como un barco a la deriva, habiendo cortado la última amarra. Roxana y su equipo llegarían a la clínica y encontrarían el localizador destruido. Sabrían que Marko había anticipado su movimiento, que los había engañado. ¿Seguirían el rastro? ¿Tendrían alguna otra forma de rastrear este auto?