Capítulo 26 — La Forma De Las Rendijas.
El sueño me afloja los músculos, pero no la vigilancia. Wilson amanece pegado a mi pantorrilla, con esa respiración más pesada que le queda después del susto.
Lo de día que le prometí a Tomás no se negocia. Lo cito en un lugar sin ventanas a la calle, un café que sobrevive a fuerza de empanadas y radio encendida. Nos sentamos ahí. Él llega con el vendaje firme y esa forma de pararse como si el mundo fuera su corredor. Pregunta con los ojos antes que con la boca.
—Wilson está vivo —digo, sin preámbulo.
Suelta el aire con un sí que se escucha como suspiro.
—Gracias por no venir anoche —añado.
—Me odio por no ir —confiesa—. La mitad de mí quiso bajar a patear puertas. La otra mitad sabe que eso es dejarte sin barandas.
Asiento. Hay que poner la palabra en el centro y alejar lo demás.
—Fui a la vieja estación —cuento—. Depósito cinco. Estaba Wilson. Y estaba Marko Luksyc.
Le aprieta la mandíbula. No dice “¿quién es?”; ya lo sabe. Se queda con el rostro quieto para escuchar el resto.
—Me