Tres días pueden parecer una eternidad o un suspiro, dependiendo de cuánto te estés jugando. Para nosotros, fueron un suspiro. Cada hora estaba medida, cada movimiento planeado con precisión casi quirúrgica. Nadie dormía del todo. Nadie reía sin que el eco sonara forzado. Sabíamos que era ahora o nunca.
Cuando entramos en la finca, lo hicimos como espectros. Sin un solo ruido, sin dejar huellas. Yo respiraba lento, el cuerpo tenso pero firme. Había repasado los planos tantas veces que podía recorrerlos mentalmente con los ojos cerrados. Era la primera vez que lideraba una infiltración. No como un adorno. No como una aprendiz. Sino como alguien que tenía voz y voto. Y una pistola cargada en la cadera.
El interior era tan pulcro que daba escalofríos. Una casa de seguridad decorada como un hogar vacío. Había tazas limpias en la cocina, un libro abierto en el salón, una vela usada. Todo calculado para simular normalidad. Pero no había vida. Solo el silencio de las fachadas.
Fue Viktor qui