El coche negro avanzaba a velocidad constante por la avenida principal, con las ventanillas tintadas y una escolta discreta siguiéndolo a distancia. Bianca iba sentada en el asiento trasero, las piernas cruzadas y los ojos fijos en el móvil, aunque no estaba leyendo nada. Fingía normalidad, pero por dentro, cada músculo de su cuerpo estaba en tensión.
Vestía unos vaqueros ajustados, chaqueta de cuero y unas gafas de sol que ocultaban su mirada fría. El maquillaje disimulaba los restos de los golpes, pero no la determinación que emanaba de su expresión.
Nikolay había cumplido su palabra: el plan era suyo. Ruta vigilada, cinco vehículos de apoyo, un equipo completo escondido en las inmediaciones. Y aún así, a Bianca le ardía la piel. Sabía que no estaban simplemente paseando. Estaban provocando.
Y eso le encantaba.
—Vehículo enemigo a trescientos metros, posición cinco —dijo una voz por el canal abierto—. Sin señales de ataque. A la espera.
Bianca bajó la cabeza, ocultando la sonrisa.
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