La noche cayó sobre la finca como una manta espesa, silenciosa. Afuera, el bosque parecía contener la respiración, mientras dentro, las luces cálidas no bastaban para disimular la tensión en el aire.
Bianca caminó junto a Nikolay por el pasillo que llevaba al ala este de la casa. Iba vestida con ropa negra ajustada, botas de suela gruesa y el pelo recogido en una coleta alta. No era una invitada. No era una novia. Era parte del frente.
Al llegar a una gran sala de techos altos y paredes forradas en madera oscura, ya había varias personas sentadas alrededor de una mesa rectangular. Todos se giraron hacia ellos cuando entraron.
Cuatro hombres. Dos mujeres. Todos armados, incluso en reposo.
Bianca los estudió uno por uno. El del brazo tatuado que no dejaba de mirarle las manos. La mujer rubia que tenía la expresión de una exsoldado. El tipo con barba que hablaba solo en ruso, al parecer el más veterano. Y el chico joven, con pinta de hacker, que no sabía dónde poner la mirada.
Nikolay no