La respiración acompasada de Nikolay rozaba mi cuello. Estaba profundamente dormido, con un brazo rodeándome la cintura como si al soltarme pudiera perderme. Su piel aún tenía el calor de lo que habíamos compartido horas antes. Mi cuerpo dolía en los lugares más dulces, y mi mente había bajado la guardia. Por primera vez en mucho tiempo, no había pesadillas, solo su respiración.

Hasta que algo sonó. Un crujido sordo, apenas perceptible, pero suficiente para que el cuerpo de Nikolay se tensara.

Abrió los ojos al instante y se incorporó sin un solo sonido. De un movimiento se puso los pantalones oscuros que había dejado a un lado de la cama y abrió la gaveta donde ocultaba una pistola. Me miró rápido, sin hablar. No hacía falta.

Lo seguí con la vista hasta que salió por la puerta. Todo en él había cambiado: sus hombros rectos, la tensión de sus músculos, los pasos medidos. Nikolay, el amante de hace horas, había quedado atrás. Este era el líder.

Me levanté despacio, con el corazón golpe