El aire olía a madera vieja, a nieve recién caída y a pólvora olvidada.
Bianca descendió del coche con paso firme, los dedos envueltos en unos guantes negros que no combinaban con el abrigo caro que llevaba. Frente a ella, la nueva casa—más bien una fortaleza—se alzaba entre los árboles, imponente, silenciosa, con sus muros de piedra oscura cubiertos por una fina capa de escarcha.
—¿Este es tu “hogar lejos del hogar”? —preguntó con una ceja en alto mientras Nikolay se colocaba a su lado.
—Es seguro —respondió él, como si eso fuera suficiente.
Ella lo miró de reojo.
—También es la versión rusa de una peli de mafiosos. ¿Dónde está el mayordomo con cara de asesino y el sótano con secretos?
—Ya te los presentaré —dijo, sin rastro de broma en el tono.
Bianca bufó, caminando hacia la entrada mientras sus botas crujían sobre la grava helada. Dos hombres abrieron las puertas dobles de madera maciza con rapidez. Ella apenas les dirigió una mirada, pero ya estaba registrando todo: las cámaras,