Mundo ficciónIniciar sesiónEl comedor principal estaba iluminado por un candelabro de hierro que lanzaba destellos dorados sobre la larga mesa de roble. El ambiente era tenso, cargado de poder y silencios contenidos.
Hans estaba sentado a la derecha de su padre; Greta, frente a él, con los brazos cruzados y la mirada fija en el fuego de la chimenea. A su lado, Theo permanecía en silencio, observando.
El alfa Baltazar bebía vino con lentitud, sin mirar a nadie. Greta podía sentir su irritación vibrando en el aire como un rugido contenido.
El sonido de pasos firmes interrumpió la calma.
Eduard entró al comedor con una sonrisa demasiado confiada, el cabello perfectamente peinado y el pecho inflado de orgullo. Saludó con una leve inclinación de cabeza al alfa, ignorando por completo a Greta y a Theo.
—Alfa Baltazar —dijo con voz empalagosa—, es un honor acompañarlos esta noche.
—Siéntate, Eduard —ordenó Baltazar.
El beta obedeció de inmediato y se sentó frente a Greta, justo a su lado. Ella ni siquiera lo miró.
—He estado pensando —dijo Eduard con una sonrisa que le erizó la piel a Greta—, que podríamos adelantar algunos planes para el compromiso. Así la unión entre nuestras familias será más sólida antes de la ceremonia de nombramiento de Hans.
Greta levantó lentamente la mirada. Una sonrisa apareció en sus labios, fría, peligrosa.
—En tus sueños, perdedor.
Eduard rió, sin inmutarse.
—Lo siento, cariño, pero deberás hacer lo que el alfa ordene.
—Ja —Greta se inclinó ligeramente hacia él; su voz era un filo—. Se nota que no me conoces.
El aire se cortó en dos. Theo observaba en silencio, los ojos brillando con interés. Podía sentir el choque de energía entre ellos: la de Greta, intensa y rebelde; y la de Eduard, esa falsa confianza de quien se escuda tras un rango que no le pertenece.
Baltazar golpeó la mesa con el puño, haciendo saltar los cubiertos.
—¡Basta!
El sonido resonó en las paredes, pero Greta ni siquiera pestañeó. Seguía sentada, tranquila, con la barbilla en alto.
—¿Basta de qué, padre? —preguntó con voz serena—. ¿De hablar o de pensar por mí misma?
Hans la miró, suplicando con los ojos que se detuviera. Theo, en cambio, se limitó a observar. Había una mezcla de diversión y peligro en su mirada.
—No te atrevas a desafiarme aquí, Greta —gruñó Baltazar, su voz cargada de amenaza.
—No te desafío, padre. Solo digo que, si vas a imponerme un esposo, al menos asegúrate de que no sea un cobarde que se esconde detrás de tu nombre o un maldito debilucho al que le pueda romper el cuello sin problemas.
Eduard se puso de pie de golpe.
—¡Cuida tus palabras, Greta! ¡Soy el hijo del beta, merezco respeto!
Ella sonrió apenas.
—Y yo soy la hija del alfa. Y aun así, no lo exijo: lo impongo.
Un silencio mortal cayó sobre la mesa.
—Greta —la voz de su padre retumbó como un trueno—, mañana mismo se anunciará tu compromiso. No pienso discutirlo más.
Ella lo miró con calma, sin una sombra de miedo en su rostro.
—Entonces mañana mismo tendrás que buscar una hija nueva con la cual casar a este patético remedo de beta, porque antes muerta que comprometerme con un perdedor como Eduard.
El golpe de la silla al retroceder resonó seco. Greta se levantó y salió del comedor sin mirar atrás.
Theo la siguió con la mirada, sin moverse. Baltazar rugió, furioso, mientras Eduard se desplomaba en su asiento con el rostro desencajado.
Theo llevó la copa a sus labios, tranquilo.
—No puedo negar que tu hija tiene carácter, alfa Baltazar —dijo con tono bajo, casi divertido—. Pero si crees que alguien puede domarla, será mejor que empiece a rezar.
Después de la incomodidad de la cena, el despacho del alfa estaba envuelto en penumbra, apenas iluminado por la luz del fuego que crepitaba en la chimenea.
Baltazar servía dos copas de whisky mientras Theo observaba en silencio los cuadros de los antiguos líderes de la manada Luna Plateada.
—Te hice venir porque en unos meses Hans asumirá como alfa —dijo Baltazar, ofreciéndole una copa—. Estoy feliz de que nuestras manadas se unan en hermandad. Quiero que sepa que tienes nuestro apoyo incondicional, al igual que espero tener el tuyo.
Theo asintió, tomando un sorbo.
—Tranquilo, alfa Baltazar. Sabes que la amistad que nos une con Hans es larga… ha sobrevivido incluso a la insoportable de tu hija.
Baltazar soltó una carcajada ronca.
—Tranquilo, de esa niña me encargo yo. Se hará lo que yo diga, como yo lo diga.
Theo arqueó una ceja.
—Suerte con eso, alfa.
—No es suerte, es don de mando —replicó Baltazar con orgullo.
Theo dejó su copa sobre el escritorio y se puso de pie.
—Bueno, yo me retiro. Ya firmamos los tratados, así que debo volver a mi manada. Nos veremos para el nombramiento de Hans. Y, sinceramente… espero no toparme con Greta nuevamente. Su sola presencia me hace doler la cabeza.
Baltazar rió de nuevo, con el tono grave de un hombre que no teme ni a la guerra ni a su hija.
—No solo a ti, muchacho. Esa niña vuelve loco a cualquiera.
—Vamos, Theo, te acompaño a la puerta —dijo Hans, levantándose.
Caminaron por el pasillo principal, las antorchas iluminando las paredes de piedra.
—Estás preocupado por ella, ¿cierto? —preguntó Theo sin mirarlo.
Hans suspiró.
—Sí. Nuestra conexión de gemelos no me deja ocultarlo. Siento la tormenta dentro de ella: miedo, rabia, rebeldía. No sé qué hacer. No quiero que se case, pero tampoco quiero que siga peleando con mi padre.
Theo negó lentamente.
—No puedes hacer nada, Hans. No es tu responsabilidad cargar con una hermana insoportable.
Hans lo miró con una sonrisa cansada.
—Pero la amo, Theo. Es mi hermana gemela.
—Lo sé, hermano. Pero debes dejar de ser responsable por ella. Ya está grande, tiene 22 años. Debe hacerse cargo de sus decisiones.
Hans asintió en silencio.
—Está bien, te haré caso.
—Nos vemos en tu nombramiento, Hans —Theo le dio una palmada en el hombro antes de alejarse.
—Adiós, Theo.
El sonido del motor del vehículo que había venido a buscar a Theo se perdió entre los árboles.
Los días siguientes fueron un infierno. Las discusiones entre Greta y Baltazar eran cada vez más violentas.
Una tarde, el alfa escuchó un grito desde el patio y salió furioso… justo a tiempo para ver a Eduard sujetándose la nariz sangrante mientras Greta reía a carcajadas.
—¡Niña! ¿Qué hiciste? —rugió Baltazar.
—Quiso besarme el muy tarado —respondió ella con desdén, limpiándose las manos.
—Es tu prometido. Tiene derecho.
—Ja. En sus sueños. Le faltan kilos de músculos y cerebro para poder someterme.
Greta salió hacia su habitación; al llegar tomó un florero y lo estrelló con rabia contra la pared.
—Mañana anunciaremos la fecha de la boda. Deberás arreglarte.
Greta parpadeó incrédula, luego se levantó de golpe de la cama.
—No me casaré y no puedes obligarme.
—Claro que puedo —rugió su padre—. Te casarás la próxima luna llena.
Y se marchó, cerrando la puerta con tal fuerza que los cuadros temblaron.
Greta quedó sola, las manos apretadas en puños, la respiración entrecortada.
El rugido en su cabeza no tardó en llegar.
—Greta, deberías decirle a tu padre la verdad —gruñó su lobo con voz suave.
Ella resopló, caminando de un lado a otro.
— No puedo decirle la verdad a nadie, no dejaré que me casen, menos con Eduard.
— Deberías intentar ser franca, sé que detestas al hijo del beta.
—Más que eso… el hijo del beta es un tarado. Un cabeza de músculo típico. Cree que por tener algo que cuelga entre las piernas las hembras debemos obedecerle.
Su lobo soltó una risa baja que retumbó en su mente.
—Greta, deberías decir la verdad, insisto.
—No. Si se enteran, podrían intentar eliminarte. No podría soportarlo. —Se llevó una mano al pecho—. Te amo. Eres mi lobo, mi compañero desde que tenía dieciséis años. El lobo más hermoso que he visto. Más que el de Hans.
—No hables mal de Rais —replicó él, divertido—. Es nuestro hermano.
Greta sonrió apenas.
—Lo sé. Y lo quiero. Pero no puedes negar que tú eres más grande… y más fuerte.
—¿Qué haremos?
—No lo sé.
Un golpe en la puerta la hizo girar.
Hans entró sin tocar, como siempre.
—Hola, hermana. Ya me contó papá que quiere adelantar la fecha del matrimonio.
—Sobre mi cadáver, hermano. —Greta se cruzó de brazos—. Ayúdame a escapar.
—¿Quéeeé?
—No me quiero casar. ¡Ayúdame a escapar de aquí!
—¿Y a dónde irás?
—A cualquier lugar. A alguna manada amiga o incluso al reino humano. Pero ayúdame.
Hans la miró con esa mezcla de desesperación y ternura que solo un gemelo puede tener.
—Greta, por la diosa, ¿por qué siempre tienes que ser tan complicada? Papá es el alfa, debes obedecerlo, si te vas, te buscará, sobretodo en el reino humano y en las manadas amigas.
—Podrá ser el alfa, podrá ser el rey, pero yo no me voy a casar.
Hans se talló la cara, rindiéndose.
—Está bien. Mañana salimos. Arregla lo que puedas y mételo en mi auto a escondidas en la noche.
Greta lo abrazó con fuerza, riendo y besándole las mejillas.
—¡Te amo, te amo, hermano, eres el mejor!
—Sí, sí… claro —murmuró él, resignado.
Cuando Hans salió, fue directo al despacho de su padre.
—¿La convenciste? —preguntó con el ceño fruncido.
—No. Greta no quiere casarse, pero sabe que debe obedecerte. Déjala sola por esta noche. Ya sabes cómo es —Hans evitó mirarlo a los ojos—. Mañana debo ir a ver a Theo para llevarle los papeles de los tratados que haremos; ya los firmaron nuestros ancianos, así que no podré hablar más con ella.
El alfa suspiró.
—Está bien. Aunque no sería mala idea casarla con Theo. Así tendríamos un lazo más fuerte con su manada y ella sería problema de él.
Hans lo miró con cansancio.
—Es mi mejor amigo, papá. Y sabes que se odian desde niños.
—Desde que Theo tiró a Greta al lago y casi se ahogan juntos —recordó el alfa, soltando una risa grave.
Hans sonrió apenas.
—Mañana hablaré de tratados con Theo, cuando asuma como alfa.
—Serás un gran alfa, hijo —dijo su padre, orgulloso.
Hans asintió.
—Sí… pero mi hermana debería serlo. Ella nació primero.
—Pero es hembra. Además, su lobo aún no emerge… o no quiere mostrarlo.
—Sabes que su lobo es muy poderoso, todos lo hemos sentido que no quiera transformarse en su loba, no quiere decir que no esté ahí. Bueno, padre, me voy. Mañana será un día largo —se inclinó con respeto y salió del despacho.
El alfa se quedó mirando el fuego del hogar, sin notar que, en el piso superior, Greta observaba la luna por la ventana.
Sus ojos reflejaban la determinación de quien ya había tomado una decisión.
Mañana huiremos, y empezará nuestra verdadera historia.







