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El secreto del Alfa y su Luna rebelde
El secreto del Alfa y su Luna rebelde
Por: Angel Summer
Capítulo 1 — El Rugido de una Alfa

El crepitar de la chimenea llenaba la habitación con un calor engañoso, porque el aire, lejos de ser cálido, estaba cargado de tensión.

Greta Caris, hija del alfa Baltazar, lo observaba con los ojos ardiendo de furia y desafío. Su aura alfa vibraba con fuerza en el ambiente, imponiéndose incluso sobre los guerreros apostados en la entrada. Solo era superada por el poder de su padre, cuya presencia era tan imponente como su temperamento.

A un costado, Hans, su hermano gemelo, intentaba intervenir. Conocía el peligro de aquella mirada. Sabía que cuando su padre se enfurecía, Hades, su lobo, despertaba… y la violencia no tardaba en llegar.

—¡Jamás me voy a casar! —rugió Greta, dando un paso adelante—. ¡No me casaré obligada solo para complacerte, padre! ¡Quiero estar al lado de mi hermano cuando asuma como alfa! Quiero luchar a su lado, proteger la manada, soy una hembra alfa por amor a la Diosa.

Baltazar la observó con la mandíbula tensa.

—Soy tu padre, y sé lo que es mejor para ti. No ayudarás a tu hermano. Tu deber como hembra es traer cachorros a la manada o ser la Luna de algún alfa.

El fuego chispeó, como si respondiera al estallido de energía que emanó de Greta sus ojos celestes brillaban como fuego.

—¡Olvídate de que seré una incubadora de crías! —escupió—. Quiero más que eso. Además, solo me casaré cuando encuentre a mi compañero, y no antes. Mucho menos con un tarado como Eduard. Sabes muy bien que puedo luchar incluso mejor que tu gamma, cuántas veces lo he derrotado, incluso peleo mejor que Hans.

—Eduard es el hijo de mi beta —gruñó Baltazar, golpeando el brazo del sillón con fuerza—. Es un macho fuerte y siempre ha estado interesado en ti.

—Mentira. —Greta alzó el mentón, sus ojos brillaban con un fulgor azul; su lobo empezaba a presionar desde adentro—. Lo único que le interesa es casarse con la hija del alfa para ganar estatus. Mi hermano ya tiene a su beta elegido, y Eduard teme quedarse atrás. ¿Quién te asegura que más adelante no intente desafiarlo al estar casado conmigo?

Baltazar bufó.

—Eso no pasará. Tiene sangre beta, no alfa. No digas estupideces.

—Aunque así fuera, jamás me casaré. Primero muerta.

El silencio se hizo tan pesado que Hans sintió la necesidad de intervenir, pero no se atrevió.

El aura de su padre creció, oscura, sofocante.

—Harás lo que yo diga, Greta. Soy tu padre… y, más importante aún, soy tu alfa.

Ella le sostuvo la mirada sin bajar la cabeza.

—No para siempre —susurró, apenas moviendo los labios—. Recuerda que pronto mi hermano asumirá el mando.

Los ojos de Baltazar brillaron con furia.

—Por eso te casarás antes de que eso ocurra. Apenas te cases, Hans será el alfa de esta manada.

—¡Primero muerta! ¡No me casaré, olvídalo! Prefiero ser una renegada que casarme obligada con un macho que tú me impongas. Eduard es un imbécil, y no uniré mi vida a él.

Greta salió del despacho con el corazón ardiendo, empujando la pesada puerta de roble con tanta fuerza que el estruendo retumbó en todo el pasillo. Las miradas de los guardias se alzaron de inmediato, pero ninguno se atrevió a detenerla. Su aura era un látigo invisible que advertía: no se acerquen, y tan solo con su presencia los lobos debían mostrar sumisión.

—¡Gretaaa! ¡Vuelve aquí, niña insolente! —rugió Baltazar desde dentro.

Pero ella ya estaba bajando las escaleras de la casa principal, respirando con furia, los ojos húmedos de rabia contenida. Las palabras de su padre seguían martillando en su cabeza: “Tu deber como hembra es traer cachorros a la manada.”

Le daban ganas de gritar. De romper algo. De arrancarse la piel solo para no sentir el peso de esa condena.

—Padre, yo trataré de calmarla, y tú igual cálmate; sabes muy bien que enojados jamás llegan a algún acuerdo, tú y Greta tienen exactamente el mismo genio.

—Intenta hacerla entrar en razón, sé que amas a tu hermana, pero tiene obligaciones que cumplir.

Hans asintió y corrió detrás de su hermana. La alcanzó en la entrada, con el ceño fruncido.

—Greta, por favor… no lo provoques más —pidió, intentando sonar firme pero con voz suave—. Sabes cómo se pone cuando lo desafían.

Ella giró hacia él, con las mejillas encendidas.

—¿Y qué quieres que haga, Hans? ¿Que baje la cabeza como todas las demás? ¡No nací para eso! Lo sabes bien.

—No te estoy diciendo que te rindas —replicó él, intentando calmarla—. Solo… intenta ganar tiempo. No quiero que te cases obligada, mereces encontrar a tu compañero.

—Por favor, Hans, sabes que desde la guerra contra los mestizos se hizo muy difícil encontrar a tu compañero. Nuestro pueblo se dispersó, y por eso mi padre se siente con la autoridad para casarme con quien él elija, pero yo no lo dejaré, Hans. Primero muerta antes que casarme con el imbécil de Eduard.

Hans abrazó a su hermana; la amaba con su alma. Sentía lo que ella sentía: esa angustia, ese miedo, esa rabia.

—Por favor, hermana, cálmate. Pensemos las cosas. Debe haber alguna salida.

Greta bufó, apartando un mechón rebelde de su rostro.

—No puedo fingir más. Estoy harta de que me traten como un adorno. ¡Soy tan fuerte como cualquiera de los guerreros de esta manada! Incluso te he ganado a ti.

—Lo sé —respondió Hans, y por un momento su mirada se ablandó—. Pero prométeme que no harás nada que lo lleve al límite.

Greta lo miró con una mezcla de ternura y tristeza.

—No puedo prometerte eso, hermano. No cuando mi libertad está en juego.

El aire frío de la noche entró por la puerta entreabierta, revolviendo su cabello castaño. Afuera, el bosque parecía llamarla, como si la oscuridad misma entendiera su rabia.

Sin mirar atrás, Greta cruzó el umbral y caminó hacia el sendero que conducía al claro.

Cada paso era una declaración de guerra.

Sus pasos firmes rompían las hojas secas mientras la oscuridad del bosque se la tragaba.

—¿Te sientes mejor? —le habló su lobo.

—No. No puedo dejar que nos casen. Tú sabes lo peligroso que es eso, no quiero perderte. Eres mi lobo; hemos sido uno desde que llegaste en mi cumpleaños número quince.

—Le dijiste a tu padre que te casarás con tu compañero. ¿Cómo harás eso si congelaste tu corazón para no sentirlo y ocultas tu esencia para que él no te reconozca?

Su lobo trataba de llegar a un acuerdo con Greta, que aún estaba furiosa.

—Fue lo mejor que pude hacer. Si siento a mi compañero, querré estar con él y tú sabes muy bien que no puedo. Esa es una razón para no querer casarme. ¿Qué haré cuando nos tengamos que aparear? No puedo, no quiero y no lo haré.

—Claro… y que Eduard sea un tarado, pedante y arrogante no tiene nada que ver.

—Además, lo tiene chico; varias chicas de la preparatoria hablaban de él —rió Greta.

—Esa es mi chica. Me gusta que rías.

Greta llegó frente al lago que reflejaba la luz de la luna.

—¿Qué haremos? Dime, ¿cómo solucionamos esto? No me puedo casar. Sabes muy bien que no podemos. Pero mi padre es capaz de dormirme con acónito para salirse con la suya.

—No lo sé, pequeña. De verdad no puedo desobedecer al alfa.

—Tienes sangre alfa, puedes hacerlo. Y si nos arrancamos hasta que Hans tome su lugar como alfa, sé que mi hermano no me obligará a casarme.

—¿Estás segura?

—Sí. Vámonos lejos, al reino humano. Allá no nos buscarán… hasta que Hans sea el alfa.

—Yo te apoyaré en todo, mi pequeña. Si quieres irte, vámonos.

El corazón de Greta se apretó tan solo de pensar que tendría que abandonar a su hermano, que no estaría presente en su ceremonia de nombramiento, que tendría que esconderse solo por el hecho de ser hembra.

—¡¡¡¡AAAHH!!! ¡¡¡Tengo rabiaaaa!!! ¿Por qué? ¿Por qué debo casarme solo por ser hembra? ¡Soy fuerte! ¡Soy alfa! ¡No quiero irme de mi manada, del lado de mi hermano, solo porque quieren obligarme a casarme!

El bosque dormía bajo la luz fría de la luna, pero algo en su quietud se quebró cuando Greta rugió.

No fue un grito humano. Fue un rugido de alma.

El viento se alzó entre los árboles como si la propia naturaleza respondiera a su furia.

Su cuerpo temblaba, las manos cerradas en puños. El aire se llenó de su energía, esa que la manada temía, esa que su padre quería controlar.

Sus ojos brillaban con un azul intenso, mientras el reflejo lunar hacía danzar sombras sobre su piel.

—No me rendiré —susurró al bosque—. No voy a dejar que me casen. No podemos.

Una presencia emergió entre los árboles.

El poder que emanaba era distinto: más pesado, más profundo, más peligroso.

El viento cambió de dirección antes de que una voz grave y serena rompiera el silencio, y Greta lo sintió.

—No deberías andar sola en medio del bosque, Greta Caris. —El tono era bajo, pero cada palabra tenía filo.

Ella giró con un salto, lista para atacar… hasta que lo vio.

El alfa Theo Lane estaba allí, apoyado en un tronco, con los brazos cruzados y esa mirada dorada que irradiaba autoridad. Su presencia era un desafío en sí misma: serena, firme, letal.

El aire se volvió denso.

Greta apretó la mandíbula.

—Maldición… de todas las personas que detesto, tenía que aparecer tú. ¿Qué haces en mi territorio, Lane?

—Reunión entre manadas —respondió él con calma—. Tu padre me pidió llegar esta noche. Además, tengo cosas que hablar con mi mejor amigo. No esperaba encontrarme con un huracán antes de saludarlo.

—Pues te perdiste la mejor parte —replicó ella con veneno—. El huracán ya se estaba calmando hasta que escuché tu molesta voz.

Theo la observó. Había fuego en ella, un fuego que lo irritaba desde que eran niños; esa energía desafiante de Greta, que jamás se quedó callada, que siempre respondía. Una hembra muy molesta… lo que había hecho que su relación fuera casi de odio puro. Solo se soportaban por Hans, el hermano gemelo de Greta, una de las pocas personas a quienes Greta quería y que también era el mejor amigo de Theo, uno de los pocos a quien Theo le confiaría la vida.

Su aura alfa chocó contra la de Greta como dos olas de energía opuestas.

Durante un instante, el bosque pareció contener el aliento.

—Eres peligrosa cuando te enfadas, Greta —murmuró él, acercándose un paso—. Deberías aprender a controlar ese carácter de "MlERDA" que tienes.

—¿Y tú? ¿Desde cuándo crees que puedes decirme qué hacer? —escupió ella, sosteniéndole la mirada.

Theo sonrió apenas, con esa calma que solo tienen los lobos que no temen a nadie.

—Entonces estamos de acuerdo en algo.

—Vete, Theo. De verdad eres la última persona a quien quiero ver en estos momentos. Si mi padre te llamó, ve con él y a mí déjame en paz.

—Alfa Theo. Te recuerdo que ahora soy alfa, desde hace dos años.

—¡Ja! Alfa… mira, Theo, puedes ser el rey alfa y yo jamás me inclinaré ante ti ni te llamaré alfa. Para mí siempre serás el perdedor y patético amigo de mi hermano.

—Cierra la boca, Greta. No seas insolente.

—No me quedo callada con mi padre, ¿y me quedaré callada contigo, idiota? A ver si te sientes tan poderoso, ven y pelea conmigo, que harta falta me hace liberar tensiones.

Un gruñido se escuchó del pecho de Theo… y del de Greta. Ella se puso en guardia y, sin esperar, lanzó su ataque lleno de furia.

Theo logró contenerla con esfuerzo, lanzando otro ataque que Greta esquivó. Empezaron a pelear, ninguno daba tregua. Si bien Theo era mucho más grande que Greta al ser un macho alfa, Greta era más ágil y rápida, dándole golpes en lugares estratégicos que lograron dejarlo sin aire.

—¡¿QUÉ MlERDA HACEN?!

La voz de Hans detuvo la pelea por un instante, metiéndose entre ellos para separarlos.

—Este estúpido llegó a molestarme cuando estaba tranquila y sola.

—¿Yo? ¡Tú me insultaste gratuitamente! Yo solo pasaba por acá.

—Además de perdedor, cobarde.

—Yo no soy cobarde. No me busques, Greta.

—Oh, mira, tengo tanto miedo, ven golpeame a ver si eres tan valiente.

—¡Ya basta! —gritó Hans—. ¿Cómo es posible que no puedan estar cinco minutos, solo cinco minutos, en paz ustedes dos?

—Cinco minutos es mucho pedir con un tarado como tu amigo, hermano.

—Greta, ya, por favor…

—Eso, obedece a tu futuro alfa, lobita —provocó Theo.

—¡Theo, tú también! Basta, por favor —pidió Hans.

Los dos se miraban con odio mientras respiraban agitados por la pelea. La boca de Theo estaba rota y un hilo de sangre caía por la comisura de sus labios.

—Ven, amigo, vamos a curarte. No sé cuál es el afán de pelear con mi hermana.

—Alguien debe enseñarle modales.

—¿Tú y cuántos más, imbécil?

—Greta, ya, por favor —insistió Hans—. Basta. Vuelve a casa, hermana. Nuestro padre está furioso. Ve a bañarte y prepararte para la cena.

—No cenaré.

Hans dejó a Theo y caminó hacia Greta, tomándola de los hombros.

—Por favor, hermana, hazlo por mí. Baja tus armas solo esta noche.

«Greta, recuerda que nos vamos. Sería bueno una última cena con Hans», susurró su lobo.

—Está bien. Solo lo hago por ti, hermano.

Greta lo abrazó y por un momento se sintió frágil en los brazos del único hombre a quien ha amado, a quien le confiaría la vida y por quien la daría: su hermano gemelo.

—Ven, vamos. Necesitas tomar un baño y relajarte. Pensaremos qué haremos para solucionar el problema.

—Está bien, hermano.

Los tres caminaron en silencio hacia la casa del alfa. Greta pasó de largo hacia su habitación, mientras Hans instalaba a Theo en la habitación de invitados.

—Ahí está tu ropa, como siempre, amigo. Toma una ducha y cúrate las heridas que te hizo mi hermana. No sé por qué peleas con ella si sabes que tiene un carácter del infierno.

—Somos como el vinagre y el aceite. No nos mezclaremos nunca.

—Báñate. Te paso a buscar para ir a cenar.

—Está bien, amigo.

Hans salió de la habitación con un suspiro. Su padre quería casar a su hermana a la fuerza; Theo llegaba justo en un mal momento. Se sobó el puente de la nariz, tratando de encontrar paciencia.

Esa cena sería una batalla campal.

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