Capítulo 3 — El Alfa sin Luna

El despacho olía a madera y humo.

Theo se inclinó sobre el escritorio, revisando los últimos reportes de los límites del territorio cuando escuchó la voz grave de su padre detrás de él.

—Theo, la manada necesita una Luna. —El viejo alfa Alaric cruzó los brazos—. Tienes una lista larga de hembras que morirían por una mirada tuya. ¿Por qué no tomas una?

Theo lo miró con calma contenida, esa que precedía a la tormenta.

—Mamá está haciendo un gran trabajo como Luna. No necesito una.

—Claro que sí la necesitas, hijo. —Su padre avanzó un paso—. Un alfa sin compañera es inestable. La diosa nos hizo para compartir el mando.

—No, padre. —Su tono se volvió más firme—. No lo necesito. ¿Tienen algún reclamo sobre mi desempeño como alfa?

—No, pero...

—Pero nada. —Cortó Theo, girando hacia la ventana—. No quiero hablar más de eso.

El silencio cayó como un peso entre ambos.

El padre suspiró, sabiendo que discutir con él era tan inútil como discutir con la luna.

Salió del despacho dejando al joven alfa solo, rodeado de papeles, responsabilidad y una soledad que se había vuelto parte de su piel.

Theo se masajeó el puente de la nariz, exhalando con cansancio.

Entonces la voz profunda, femenina, sonó en su mente:

—Yo quiero un compañero.

—Sabes que no podemos, Azura. No insistas.

—Siento a mi compañero hace algunas lunas, Theo. Está cerca o viene en camino.

—No empieces, Azu, sabes muy bien que no podemos.

Su conversación mental se rompió cuando un ruido familiar llegó desde afuera: el rugido de un motor cruzando el portón principal.

Theo se enderezó, frunciendo el ceño.

Miró por la ventana y vio una camioneta negra detenerse con el emblema de Luna plateada.

—Hans… ¿qué demonios hace Hans aquí?

Bajó las escaleras con paso firme.

Cuando su mejor amigo bajó del vehículo, Theo lo recibió con una sonrisa genuina y un abrazo fuerte.

—Hace apenas una semana estuvimos juntos, pensé que dejamos todo listo. ¿Qué te trae por aquí, hermano?

Hans soltó el aire con una mezcla de alivio y nervios.

—Necesito pedirte un favor… grande. Sabes que nunca te he pedido nada, y me debes ese favor de cuando salvé tu vida en batalla.

— Hans, me asustas, qué favor quieres que te haga.

Antes de que Hans pudiera responder, la puerta del copiloto se abrió.

Y de ella bajó Greta.

El tiempo pareció detenerse.

El ceño de Theo se frunció de inmediato.

—No… No, no, no. ¿Qué hace ella aquí?

—Tranquilo, idiota, también me molesta verte —replicó Greta, cruzándose de brazos.

Theo la miró como quien mira una tormenta con patas.

Giró hacia Hans.

—Sabes que te quiero, hermano, eres mi mejor amigo… pero explícame por qué trajiste a esa loba insoportable acá.

Hans se aclaró la garganta.

—Ella es el favor que vengo a pedirte. Necesito que la escondas aquí un tiempo. Hasta que pueda encontrarle un lugar más estable o hasta que tome mi lugar como alfa.

—¿Qué? —Theo parpadeó incrédulo—. ¿Qué hiciste ahora, niña? ¿Mordiste a algún alfa?

—Nada que te importe, idiota. ¿Quieres que te muerda a ti? —Greta dio un paso al frente, desafiándolo.

Hans se llevó la mano a la frente, exasperado.

—Por favor, Greta, basta.

—Theo —continuó, mirando al alfa con sinceridad—, sabes que quieren casar a mi hermana con el hijo del beta. Y ella… no quiere.

Theo bufó.

—Sí, lo noté en mi última visita a tu manada. Pobre hombre. ¿Qué hizo para semejante castigo?

Greta soltó una carcajada sarcástica.

—Ya quisiera ser mi esposo.

—¿Quién, por la diosa, querría serlo? —contraatacó Theo con una sonrisa ladeada.

—No necesito ningún macho, para que sepas —replicó ella, clavándole los ojos.

El aire se tensó.

Los ojos dorados de Theo se engancharon con los celestes de Greta, y por un instante ninguno respiró.

Hans intervino rápido, poniéndose entre ambos, sabía que juntos eran dinamita marca acme, cualquier cosa los hacía explotar y pelear.

—Por favor, chicos… ¿pueden esconder las garras solo por un día? Theo, si no te necesitara, no habría venido. Eres mi mejor amigo y el único en quien puedo confiar para mantenerla a salvo.

Theo apretó la mandíbula, mirando a Greta y luego a Hans.

—Me deberás una muy, muy grande, pero al primer desastre que se mande tu hermanita juro que te la envío en una jaula.

Hans sonrió con alivio y lo abrazó.

—Sabía que podía contar contigo.

Theo señaló hacia el bosque.

—La cabaña de allá está desocupada. Puede quedarse ahí.

—¿Aquí cerca tuyo? —replicó Greta con tono de horror fingido—. No, gracias. Prefiero acampar en la montaña.

Theo arqueó una ceja.

—Como quieras. Vete a la montaña si lo prefieres.

—Yo encontraré algo —dijo Hans, conciliador—. Solo necesito saber si la aceptas.

Theo suspiró.

—Solo por ti, Hans.

Minutos después, el motor volvió a rugir.

Condujeron hasta una pequeña cabaña en los límites de la manada.

Era mucho más pequeña que la casa que Theo había ofrecido, pero acogedora, rodeada de árboles y silencio.

—Esta sí. Aquí me gusta —dijo Greta bajando del auto con su bolso—. No hay rastro del olor de ese idiota.

—Greta, por favor —suspiró Hans—. Compórtate. Theo nos está haciendo un favor. Es su manada, no estamos en terreno neutral.

—Lo intentaré —respondió ella con una sonrisa que no prometía nada.

Hans la abrazó con fuerza antes de marcharse.

—Te amo Greta. Cuídate, hermana. Y no provoques una guerra, por favor.

—Yo nunca provoco guerras. Solo las gano.

Hans rió, resignado, y subió al auto.

Cuando el sonido del motor se perdió entre los árboles, Greta se quedó sola.

El aire olía a bosque, lluvia… y a algo más.

Algo fuerte, salvaje, imposible de ignorar.

«Está cerca», murmuró su lobo dentro de su cabeza.

—Cállate, no empieces.

«Su olor nos busca. Nuestro compañero está aquí».

—No me interesa.

Pero sus ojos se alzaron igual hacia la colina, donde, en lo alto, Theo observaba desde la distancia su territorio, su silueta recortada contra la luna.

Y dentro de él, Azu susurró suavemente:

Lo encontré. Compañero.

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