Soñaba con amor, pero la querían como una reina atada a sus hilos. Amaia Mountbatten creció entre los muros desgastados de una casa que alguna vez simbolizó nobleza y prestigio. Su mundo se reduce al cuidado de su hermana enferma, y al recuerdo de un amigo de la infancia que le prometió enseñarle el mundo, una promesa que aún atesora, a pesar de que él desapareciera de su vida. A causa de las deudas y fracasos de su padre se ve obligada a casarse con Gael Belmonte, un hombre frío y enigmático conocido por su relación escandalosa con una viuda. El heredero de un empresario recién enriquecido que quiere comprar para su hijo un mejor apellido, ambicionando a algo mucho mayor. Gael es el sacrificio que Amaia debe hacer para salvar a su familia. Hasta que el pasado la golpea con una verdad inesperada: Él es aquel chico que una vez conoció. Pero sus ojos ya no reflejan la calidez del pasado. Entonces, ella descubrirá que sus peores temores no se comparan con la verdad: su matrimonio no es sólo un sacrificio, sino el eslabón de un plan enorme que promete estremecerlo todo para restituir a la antigua realeza. ¿Podrá desenterrar al chico que una vez amó bajo la coraza del hombre que ahora la desprecia? ¿O su destino la condenará a la vida de una reina sin amor, atrapada en un juego del que no puede escapar?
Leer másAmaia.
La casa, testigo de un linaje que la levantó con orgullo, ahora se desmorona conmigo, su última heredera, con un destino ya sellado: venderme para salvarlo todo.
—...O te casas con él, o nos hundimos para siempre —sentencia mi padre.
El peso de sus palabras bien podría aplastarme por completo.
— ¿Por qué no te casas tú? El blanco siempre ha sido tu color.
—Amaia...
Aprieto las cuentas de cobro en mi mano, suman millones de dracmas que desde luego no tenemos.
—No hay otra salida —asevera.
Mis ojos se hipnotizan con el movimiento de sus labios, pero aun así no puedo aceptarlo.
—Todo esto es tú culpa —suelto.
— ¡Amaia!
— ¡Eres tú quien ha despilfarrado el dinero! Tú y tus malos negocios, tú y tus malas decisiones ¡Eres el responsable de nuestra desgracia!
Desde la habitación de al lado, la tos de Diara frena mis palabras. Esa tos áspera, continúa y agónica que me recuerda en todo momento que ella necesita tratamiento y que de no recibirlo podría empeorar hasta... no me atrevo a pensar en ello.
— ¿Pagaste las facturas del hospital?
Aprieto más fuerte mi mano con una fútil esperanza.
— ¿Con qué dinero?
Le lanzo los papeles que rebotan en su pecho y caen al suelo.
— ¡Eres nuestro padre! —Le recuerdo—, deberías protegernos... pero lo que haces es atentar contra la vida de la hija mayor y vender a la hija menor.
—Amaia no es momento para cuestionarme. No todo ha sido mi culpa.
— ¿No?
—A veces las cosas sólo suceden.
Mi pecho se desinfla, quisiera abofetearlo, pero una vez más la tos regresa a inundar mis oídos. A veces pienso en que esa lotería indeseada la pude haber ganado en lugar de Diara, y ser la que debiera soportar la fibrosis quística... Si no necesitara tratamientos continuos y tan costosos, tal vez podría trabajar para pagar las cuentas. Sin embargo... No puedo creer lo que estoy a punto de preguntar:
— ¿Por cuánto dinero me estás vendiendo?
—Por el suficiente para pagar nuestras deudas.
— ¿Y el tratamiento de tu hija?
—Podrá ser atendida por los mejores médicos, en el mejor hospital que el mundo conozca.
—No puedo creerlo... jamás imaginé que me hicieras algo así.
—O aceptas este matrimonio, o lo perderemos todo. Eres nuestra única salvación —sentencia.
Mamá y los abuelos nos observan desde la pintura de años atrás, cuando todo era abundancia... Si mamá estuviera viva, tal vez nada de esto estaría sucediendo... tal vez, incluso me estaría preparando para mi boda, pero con él.
“Te llevaré a conocer el mundo algún día”
Aún escucho en mi cabeza aquella promesa tan lejana, pero con una voz cada vez más olvidada de un chico que simplemente desapareció demasiado rápido... Su mirada cálida fue un tesoro que quise recuperar... Sin embargo, cuando el presente se desmorona tan rápido y ruidoso como esta casa ¿Qué importan mis sueños?, ¿Para qué seguir esperando por el regreso de alguien que quizá ya me olvidó?
Un golpe seco en la puerta interrumpe mis pensamientos. Es el abogado de mi padre, viene con la misma mirada desdeñosa de siempre y un sobre en la mano.
—Lo has traído.
Mi atención se centra en el sobre, mientras el corazón empieza a latir pesado.
—Su nombre es Gael Belmonte —explica mi padre—, y en ese sobre está el acuerdo para que te conviertas en su esposa.
— ¿Gael Belmonte?
Ni siquiera pregunté de quién se trataba. No importa quién sea ese hombre, la sola idea de por sí ya me repugna.
—Los Belmonte son unos nuevos ricos, pero con el dinero suficiente no es necesario escandalizarse.
Ignoro lo que está diciendo, no es como si la división de clases sociales o parentela noble me importe, más cuando es evidente que a nosotros mismos no nos ha servido. No, nada de eso interesa, sólo hay un rumor vago que ronda mi cabeza asociado a ese nombre.
— ¿Es el mismo Belmonte que tiene una relación escandalosa con la viuda García?... ¿Me estás vendiendo a él?
Pido en silencio que no lo sea, porque incluso a mis oídos han llegado los rumores sobre aquella relación inmoral. Los comentarios son desafortunados y revelan un amorío inescrupuloso que data desde antes de que la mujer enviudara. Es de entender que deseara tener un nuevo pretendiente, después de todo dicen que tiene treinta y cuatro años y por lo tanto aún es joven, pero lo que no debió hacer es engañar a su esposo mientras éste luchaba por vencer la enfermedad que al final lo consumió.
—Lo que te debe importar es que su padre ha ganado mucho dinero en los últimos años y quiere mejorar la imagen de su hijo.
—Entonces sí es él... —Mi estómago se revuelve— voy a vomitar.
—Ustedes son las últimas Mountbatten que quedan con vida. El apellido de tu madre es invaluable.
Niego. Un apellido que sólo es una composición de letras, pero su valor recae sobre los destellos de la vieja realeza.
—Lo has dejado claro desde siempre, incluso rehusaste tu derecho de darnos tu apellido para que mi madre no fuera la última de ese linaje.
—Tendremos un buen intercambio.
—Por supuesto —asiento con desánimo—. Dinero y atarme a un esposo que no amo a cambio de entregarle un apellido y aceptar que llegue al altar con su amante.
— ¡Suficiente! Lo de la viuda deben ser sólo rumores que debes aprender a ignorar.
Mis ojos destilan desdén y lo prefiero a que broten las lágrimas que amenazan con salir.
—Supongo que tendré que mirar a otro lado y taparme los oídos.
—Amaia, el destino de nuestra familia está en tus manos, así que te lo repito, o te casas con Gael Belmonte, o perderemos todo y no podremos costear el tratamiento de tu hermana.
Mis ojos pican, pero con aquel posible panorama mis labios se sellan. Elevo la cabeza para ver los escombros que caen sobre mí, pero no son más que el peso de la cruel realidad. Hinco los dientes sobre el labio inferior para contener las lágrimas.
—Amaia —la voz débil y carrasposa de mi hermana me hace notar su presencia.
¿En qué momento ingresó? Voy a su auxilio. Es tan frágil como una mariposa y tan pálida como un papel.
—No lo hagas —susurra con aquellos labios agrietados y secos.
— ¿Qué?
—No te cases con alguien que no amas, no por mí.
Acaricio su cabello negro cada día más opaco, la abrazo y beso su frente. Soy más alta y más fuerte.
—Eres mi hermana y cuidaré de ti.
—Soy la mayor y te ordeno que no lo hagas —intenta ser autoritaria, pero con aquella voz débil le resulta imposible.
Parpadeo alejando cualquier rastro de la tristeza que me inunda al ser consciente de que estamos condenados.
»Debe existir otra solución —agrega.
—Tal vez tú podrías ser la novia —Se burla mi padre. Lo fulmino con la mirada—. Sabemos que es imposible, tendrá que ser Amaia, y es punto final.
—Podríamos.
Empieza a toser de forma incontrolable. No puede terminar sus palabras. Palmeo su espalda, pero en lugar de disminuir la tos se incrementa.
— ¿Diara? ¡Diara!
Ella jadea luchando por aire, mientras mi padre sentencia con frialdad:
—Sólo hay una salida, y es tu boda. Amaia no seas egoísta y piensa en tu hermana.
Amaia. La habitación blanca huele a desinfectante y manzanas. Debo recostarme de lado, apoyándome en una almohada suave tras la espalda. Diara corta un trozo de una manzana, pero no deja de sonreír mientras me ofrece una rebanada. —¿Qué es tan gracioso? —pregunto intrigada por su alegría súbita. Ella eleva una ceja. —Es la primera vez que los papeles se invierten. Siempre he sido yo la que está hospitalizada y tú la que cuida. Ahora… me toca a mí. Mis comisuras se estiran para mostrar una sonrisa pequeña. Sus palabras me dejan pensativa. —No es que me alegre de que te hayan disparado —agrega rápido—. Sé que estuviste muy cerca de morir, sólo que… —Lo entiendo —La interrumpo con voz suave—. Y me alegra que estés aquí. Lo que más me importa es que ya no estés enojada conmigo. Diara suspira y deja el cuchillo pequeño sobre el plato. —Estaba enojada, pero tenía razón. No porque fuera una niña caprichosa. Quiero que me trates como una mujer, Amaia. Eso es todo. Le aprieto la mano
Gael.Me mantengo firme frente a la puerta cerrada de la habitación de Amaia. La sensación cálida de la sangre aún permanece en mi piel. Un suave perfume floral irrumpe. Es Diara. Se acerca con un par de bolsas en las manos y una manta doblada sobre el brazo. —Te traje algo de ropa limpia… y comida —dice con una sonrisa. Bajo la mirada hacia las bolsas, luego a ella, asiento con un movimiento leve. —Despertó hoy, hace poco. Ella ofrece una pequeña sonrisa. —Lo sabía. Amaia es fuerte. Ni una bala puede detenerla. Sostengo su mirada unos segundos antes de preguntar:—¿Fue acompañada por los escoltas? —Sí. Gracias por asignarlos —habla con sinceridad evidente—. Gracias por cuidar de nosotras. —No podemos permitir que otro Mountbatten desaparezca. Si Diara desapareciera ahora, su hermana haría otra tontería. —¿Has descubierto algo sobre mi padre? —indaga. —Aún no hay noticias —Es lo que digo, pero sé a la perfección dónde se oculta Jovan… y en qué estado se encuentra. —A pesa
Amaia. La conciencia regresa como un oleaje lento. Mi cuerpo pesa y hay cierto ardor en la espalda. Todo está quieto, es demasiado blanco por lo que la luz parece rebotar con fuerza en las paredes. Huele a desinfectante, es como si me hubiera transportado a un lugar impoluto y pacífico. Parpadeo, pero mis párpados se sienten de plomo. Unos segundos después puedo ver mejor todo a mi alrededor. En definitiva, estoy en una habitación demasiado limpia, elegante, de paredes claras y luz cálida filtrándose por las cortinas ¿Es el hospital? pero si es así no se trata de una habitación común. No es igual a la que Diara acostumbra. Intento incorporarme, pero un pinchazo agudo en el costado me detiene. Gimo por lo bajo. —No se mueva, por favor —dice una voz femenina a mi derecha. Una enfermera, de aspecto tranquilo y cabello rubio se acerca a mí con una tableta en la mano. —Aún necesita reposo. Le informaré al médico que ha despertado. Asiento y aunque mi garganta está seca empiezo a hab
Gael. La sangre resbala por mis dedos, como un recordatorio implacable de lo que está en juego. Amaia estaba entre mis brazos, su cuerpo tibio tiembla, al tiempo en que su aliento parece errático. —¡Amaia! —Grito con una urgencia que me desgarra por dentro. El captor ríe, es una carcajada grave, orgullosa, pero no dura mucho, porque aprieto el gatillo con la rabia que me consume. La bala surca el aire y se incrusta en el pecho del atacante, quien cae al suelo retorciéndose. No lo miro más, en mis brazos está lo único que importa. —Tranquila, te tengo. Cargo a Amaia, devuelvo mis pasos y subo las escaleras como un demonio empujado por el miedo. Al llegar arriba, uno de mis hombres aparece. —Encárgate del herido abajo ¡Ahora!—¡Sí señor!Avanzo sin pensar en algo más. Otro de mis escoltas, que aguardaba junto al vehículo se sorprende al verme. —¡Conduce! ¡Al hospital, ya! —ordeno con desespero. Me subo con ella en la parte trasera. Su traje que de manera evidente no le pertenece
Amaia. Despierto de golpe. El mundo ante mí continúa en oscuridad. Es opresivo y helado. La venda en mis ojos me impide saber en dónde estoy y mis muñecas aún están atrapadas con fuerza. Intento moverme, pero apenas consigo alzar la cabeza. —¿Hola? —susurro con la voz más ronca que antes. Una risa despectiva me responde. —Vaya, ya despertó. Justo cuando íbamos a cortarle la garganta —dice una voz masculina con tono burlesco. Me tenso. Mi aliento se detiene por un instante y trago saliva aunque tengo la garganta seca. — ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué sigo con vida? —Consigo musitar. —Porque el anciano aún no decide. Quizá espera a tener a los otros dos Mountbatten —responde el captor, como si hablara de una entrega de ganado. Aprieto mis ojos, desesperada por alguna señal o indicio de tiempo. —¿Qué hora es? —¿Va tarde a algún evento elegante, su alteza? —Se burla aquel, cuyo rostro no conozco. Guardo silencio, mientras pienso en mi hermana, en si Diara aún estará enfadada
Amaia.El frío es el más intenso que haya experimentado alguna vez en mi vida. La tela del uniforme de servicio es áspera y delgada, mientras que el abrigo que también tomé prestado no ofrece mayor protección. —¿La llevaremos al anciano o debemos eliminarla? Mi cuerpo se estremece, pero ahora creo que es más por aquellas palabras crueles que por el viento frío que llega hasta mí. Tengo las manos atadas y una venda cubre mis ojos. No obstante aún puedo ver la imagen de ese hombre cayendo frente a mí, presionando con angustia su pecho mientras la vida parecía escapársele. No pude ayudarlo. — ¿Quiénes son ustedes? —murmuro con el corazón amenazando con salirse del pecho.. —Debiste amordazarla —suelta uno de ellos. —Hazlo tú, yo me ocuparé del cuerpo del traidor. La náusea se reaviva con intensidad. — ¿Ese hombre está muerto? —No pregunte, su alteza, y permanezca en silencio si no quiere que meta un ratón en su boca. Aprieto los labios entre sí. —Lo está —responde el otro— y si
Último capítulo