Amaia.
El frío es el más intenso que haya experimentado alguna vez en mi vida. La tela del uniforme de servicio es áspera y delgada, mientras que el abrigo que también tomé prestado no ofrece mayor protección.
—¿La llevaremos al anciano o debemos eliminarla?
Mi cuerpo se estremece, pero ahora creo que es más por aquellas palabras crueles que por el viento frío que llega hasta mí. Tengo las manos atadas y una venda cubre mis ojos. No obstante aún puedo ver la imagen de ese hombre cayendo frente a mí, presionando con angustia su pecho mientras la vida parecía escapársele. No pude ayudarlo.
— ¿Quiénes son ustedes? —murmuro con el corazón amenazando con salirse del pecho..
—Debiste amordazarla —suelta uno de ellos.
—Hazlo tú, yo me ocuparé del cuerpo del traidor.
La náusea se reaviva con intensidad.
— ¿Ese hombre está muerto?
—No pregunte, su alteza, y permanezca en silencio si no quiere que meta un ratón en su boca.
Aprieto los labios entre sí.
—Lo está —responde el otro— y si