Gael.
La sangre resbala por mis dedos, como un recordatorio implacable de lo que está en juego. Amaia estaba entre mis brazos, su cuerpo tibio tiembla, al tiempo en que su aliento parece errático.
—¡Amaia! —Grito con una urgencia que me desgarra por dentro.
El captor ríe, es una carcajada grave, orgullosa, pero no dura mucho, porque aprieto el gatillo con la rabia que me consume. La bala surca el aire y se incrusta en el pecho del atacante, quien cae al suelo retorciéndose. No lo miro más, en mis brazos está lo único que importa.
—Tranquila, te tengo.
Cargo a Amaia, devuelvo mis pasos y subo las escaleras como un demonio empujado por el miedo. Al llegar arriba, uno de mis hombres aparece.
—Encárgate del herido abajo ¡Ahora!
—¡Sí señor!
Avanzo sin pensar en algo más. Otro de mis escoltas, que aguardaba junto al vehículo se sorprende al verme.
—¡Conduce! ¡Al hospital, ya! —ordeno con desespero.
Me subo con ella en la parte trasera. Su traje que de manera evidente no le pertenece