Amaia.
Despierto de golpe. El mundo ante mí continúa en oscuridad. Es opresivo y helado. La venda en mis ojos me impide saber en dónde estoy y mis muñecas aún están atrapadas con fuerza. Intento moverme, pero apenas consigo alzar la cabeza.
—¿Hola? —susurro con la voz más ronca que antes.
Una risa despectiva me responde.
—Vaya, ya despertó. Justo cuando íbamos a cortarle la garganta —dice una voz masculina con tono burlesco.
Me tenso. Mi aliento se detiene por un instante y trago saliva aunque tengo la garganta seca.
— ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué sigo con vida? —Consigo musitar.
—Porque el anciano aún no decide. Quizá espera a tener a los otros dos Mountbatten —responde el captor, como si hablara de una entrega de ganado.
Aprieto mis ojos, desesperada por alguna señal o indicio de tiempo.
—¿Qué hora es?
—¿Va tarde a algún evento elegante, su alteza? —Se burla aquel, cuyo rostro no conozco.
Guardo silencio, mientras pienso en mi hermana, en si Diara aún estará enfadada