Mundo ficciónIniciar sesiónLo que pasa en Las Vegas… no siempre se queda en Las Vegas. Hannah Brooks jamás imaginó que despertaría un día con su rostro en todos los noticieros. Al parecer, se había casado. Y no con cualquiera, sino con Teo Benedetti, el actor italiano más irresistible y arrogante de Hollywood, famoso por sus películas y por su interminable lista de conquistas. El verdadero problema no es estar casada ni haber olvidado la boda. Es que, con su reputación en caída libre y los contratos de su próxima película pendiendo de un hilo, su equipo la obliga a mantener el matrimonio para salvar su carrera, aunque eso significa atarse a un hombre que encarna todo lo que siempre juró evitar. Teo Benedetti lo tiene todo: fama, dinero y mujeres. Casarse jamás estuvo en sus planes, y mucho menos con la diva de Hollywood, una mujer con la que nunca ha podido estar en la misma habitación sin discutir… a excepción de aquella noche que lo arrastró a este escándalo. Pero ya no le queda más opción que seguir adelante con la farsa. Obligados a actuar como un matrimonio de verdad, deberán descubrir si la mentira más grande de sus vidas terminará convirtiéndose en un desastre o si, contra todo pronóstico, puede ser el inicio de la historia de amor que todos creen real.
Leer másHannah se despertó con el ruido insistente de su celular. Enterró la cabeza bajo la almohada, rogando que el aparato se callara de una maldita vez. Había dormido tarde repasando sus líneas y apenas le quedaba una semana antes de que sus “días libres” —si es que podían llamarse así— llegaran a su fin. Agradecía tener trabajo después de pasar casi un año en la estocada, sin saber si volvería a pisar un set de filmación, pero hubiese vendido su alma por dormir hasta tarde al menos un sábado.
Soltó un suspiro de alivio cuando el sonido cesó, aunque la paz duró apenas un instante.
—¿Es en serio? —gimió con la voz ronca cuando la vibración volvió a sacudir la mesa de noche—. Esto ya es tortura.
Apartó la almohada de un manotazo y se incorporó, tan solo le faltó dar algunas patadas como una niña pequeña a la que acababan de levantar para ir a la escuela. Con el cabello enmarañado y los ojos aún pesados, agarró el teléfono del velador. Al ver el identificador, apretó los labios antes de contestar.
—Más te vale que sea…
—¿Es cierto? —la interrumpió Avery, su asistente, sin siquiera saludar.
—Buenos días para ti también —replicó Hannah, con un bostezo que no alcanzó a disimular.
—Hannah, dime, por favor, por favor, que no es cierto.
Su cerebro, que apenas comenzaba a desperezarse, intentó descifrar de qué demonios hablaba Avery y por qué sonaba a que estaba perdiendo la cabeza. Pero lo único en lo que podía pensar era en volver a dormir; aunque, si la urgencia en la voz de su asistente era un indicio, la conversación iba a alargarse más de lo que quería.
—¡Hannah!
—Lo haré en cuanto me digas de qué diablos estás hablando. Así que, si puedes ir directo al meollo del asunto para terminar con esto y dejarme dormir en paz, sería fantástico.
—¿No has visto las noticias?
—Acabo de levantarme y sabes que no tengo por costumbre ver las noticias desde…
No terminó la frase, pero sabía que su asistente entendería a qué se refería: el maldito incidente con aquel productor que la había acusado de intentar seducirlo. Como si alguna vez hubiera estado lo bastante desesperada como para acostarse con ese viejo verde. Por supuesto, el mundo no tardó en señalarla como la mujer pecadora que había tentado a un hombre de familia de valores a traicionar a su esposa e hijos.
Las cartas de odio aún continuaban llegando; algunas eran un tanto creativas.
—¡Diablos! Te mando un link ahora mismo. Está literalmente en todas las revistas y en cada canal de televisión.
La notificación apareció en la pantalla. Hannah tragó saliva, sintiendo cómo un nudo incómodo se formaba en su estómago. Lo último que necesitaba un sábado por la mañana era un nuevo escándalo… pero algo le decía que justo eso iba a encontrar. Después de todo, ese parecía ser el resumen de su último año: siempre en el ojo del huracán.
Hannah alejó el celular de su oído, lo puso en altavoz y abrió el enlace para descubrir qué demonios había puesto a Avery en semejante estado.
El sueño desapareció de golpe al leer el titular:
“¡De la alfombra roja al altar! La reina de las polémicas y el galán italiano del momento… ahora son marido y mujer”.
Un nudo se le cerró en el estómago. Pasó por el artículo a toda velocidad, devorando palabras que parecían gritarle en la cara. Según la nota, se había casado un par de semanas atrás con Teo Benedetti en una ceremonia privada en Las Vegas. Al final, incluso habían publicado una foto de un supuesto certificado de matrimonio firmado allí, como una broma de mal gusto.
Era cierto que había estado en Las Vegas y que se había cruzado con Teo, pero nada más lo era.
¿Ella, casada con él? Sacudió la cabeza, incrédula ante lo absurdo de la idea.
—Cualquiera pensaría que los medios ya estarían cansados de inventar estupideces sobre mí —bufó—, pero al parecer nunca es suficiente. Incluso se tomaron el tiempo de falsificar un acta de matrimonio. No puedo creerlo.
—¿Así que no es cierto? —Avery sonaba bastante esperanzada.
—¡Por supuesto que no! Él y yo apenas podemos soportarnos en la misma habitación; mucho menos podríamos resistir el tiempo suficiente como para presentarnos ante un juez. Además, jamás me casaría con alguien tan arrogante y mujeriego como Teo Benede…
Se detuvo en seco. Un destello fugaz atravesó su memoria: ella y Teo, tomados de la mano, riendo como dos adolescentes ebrios.
—No creo que te atrevas —había dicho él, con esa sonrisa desafiante.
—¿Es ese un reto? —había replicado ella, avanzando hacia una puerta iluminada… Una capilla.
El recuerdo la golpeó como un relámpago.
—¡Maldición! ¡Maldición!
No. Eso no podía estarle sucediendo.
Las palabras que había pronunciado instantes antes sobre que nunca se casaría con él ahora se burlaban de ella, retándola a repetirlas con la misma seguridad, mientras el mismo recuerdo se repetía en su mente como un vídeo de mala calidad.
—¿Hannah? —la voz de Avery la arrancó del torbellino de imágenes—. ¿Estás bien?
—Bueno… no tengo un anillo.
—¿Y eso qué diablos significa? —la voz de Avery subió un par de tonos.
—Que la noche que pasé en Las Vegas estaba hecha polvo, deprimida, sin saber si conseguiría el papel. Salí a distraerme, tomé unas copas… y me topé con él. Intenté largarme, lo juro, pero ya sabes cómo es: cada vez que coincidimos empezamos a discutir. Bueno, eso hicimos.
Se interrumpió con una mueca.
—Y después… terminó en una ridícula competencia de quién aguantaba más alcohol. Estoy casi segura de que gané.
—¡Hannah, te estás yendo por las ramas! —la cortó Avery con desesperación—. ¿Te casaste o no te casaste con él?
El silencio se estiró unos segundos. Hannah se pasó una mano por el rostro, como si con ese gesto pudiera ordenar el caos en su cabeza. Nada. Solo destellos. Ninguno mostraba el momento en que aceptaba unir su vida a la de Teo, pero eso no significaba que no hubiera ocurrido.
Finalmente, soltó un suspiro resignado.
—No lo sé.
Piper se cubrió la boca mientras soltaba un bostezo. Estaba muerta de cansancio. La breve siesta que había tomado en el bus, camino a la universidad, apenas había servido para mejorar la situación.Era consciente de que se veía fatal. Su cabello estaba recogido en una cola que apenas lograba disimular el enredo que era —no había tenido tiempo ni de pasarse el peine—; no se había molestado en cubrir las ojeras porque no solía usar maquillaje en el día a día, y llevaba puesta una sudadera grande, la primera que había encontrado al salir de casa.Había trabajado la noche anterior y, aunque había logrado llegar un poco temprano, se había quedado estudiando hasta la una de la mañana. Ese día se despertó tarde y tuvo que correr a la parada para llegar a tiempo. Al menos había valido la pena; había llegado con tiempo de sobra.Se sobresaltó cuando alguien le tocó el hombro y se giró.—Hola, ¿Piper, verdad? —preguntó uno de sus compañeros con una sonrisa.Era un chico atractivo, de sonrisa pe
Colton se quitó el abrigo y se lo entregó al ama de llaves antes de dirigirse a la sala. Sus padres estaban allí, inmersos en una conversación.—Buenas noches —saludó.Se acercó a estrechar la mano de su padre y luego besó a su madre en la mejilla antes de sentarse en el sofá frente a ellos.—¿Cómo estás, cariño? —preguntó su madre con una sonrisa. Se veía tan impecable como siempre.—Algo cansado. Con el inicio de las clases he estado demasiado ocupado.—¿Qué tal tus nuevos grupos? —preguntó su padre.—La mayoría no sabe ni dónde está parada —respondió sin dudar—. Siento que envejezco un poco más cada vez que entro a una de mis clases.Su padre soltó una carcajada.—Bueno, fue tu decisión dedicarte a la docencia cuando bien podrías haber dirigido la compañía familiar.Su padre habia esperado que, como primogénito, estudiara negocios y se integrara a la empresa familiar, con la idea de que algún día lo relevara. La familia de Colton pertenecía a una de las más poderosas del país, y l
—No —susurró ella cuando los labios de Colton estaban demasiado cerca de los suyos. Aquella palabra pareció bastar para que ambos entraran en razón—. No —repitió, esta vez con más determinación, mientras se ponía de pie.Se tomó un segundo para recuperar el control, o al menos tanto como le era posible, sin apartar la mirada de Colton.—Que estemos fingiendo que lo que ocurrió entre nosotros no pasó, no significa que quiera repetirlo para refrescar la memoria —dijo con firmeza y comenzó a guardar sus cosas en su mochila. Se concentró en su ira para no pensar en el deseo que quemaba su cuerpo—. Significa que prefiero que nadie se entere de ello. Tengo una beca que mantener y no voy a arriesgarme a perderla. Tampoco voy a acostarme con usted para tener buenas calificaciones, puedo salir adelante por mí misma. Así que ni siquiera intente utilizarlo en mi contra para salirse con la suya.—Jamás se me ocurriría chantajearte —respondió Colton entre dientes, irritado por la acusación. No aña
Piper se quedó de pie frente a la puerta del despacho de Colton. No quería estar allí, pero no tenía otra opción. Tenía un trabajo que entregar la semana siguiente y necesitaba que le aclarara mejor las instrucciones para desarrollarlo. Había intentado descifrarlo por su cuenta y también había preguntado a algunos compañeros, pero ninguno parecía tenerlo del todo claro.Así que no le quedaba alternativa.—Entras, preguntas y te marchas —se susurró. Repitió la frase en su mente como un mantra, aunque su cuerpo no parecía tan convencido como su mente. Había logrado evitar llamar su atención durante las dos últimas clases. Siempre en silencio, con la mirada fija en su libreta de apuntes y resolviendo los ejercicios por su cuenta. No había sido difícil; no le había mentido cuando le dijo que era buena en Matemáticas.Colton la vio cuando iba a mitad del pasillo. Había salido a buscar algo de comer después de revisar algunos trabajos.Durante un segundo dudó de si realmente la estaba vien
Piper le dio una mordida a su sándwich mientras revisaba el temario que les habían entregado en su última clase antes del almuerzo. A su alrededor se alzaba el bullicio familiar del campus a esa hora.—¿Y de qué quería hablar el profesor Colton contigo? —preguntó Naomi.Piper levantó la mirada y descubrió que su amiga había dejado el celular a un lado para observarla con atención, como si no fuera a dejar pasar el tema tan fácilmente. Naomi solía estar pegada al aparato en cada espacio libre, siempre en contacto con su novio mientras él trabajaba, pero, al parecer, ni eso iba a evitar que ella la sometiera a una sesión de preguntas. —Nada importante —respondió—. Solo tuvimos un encuentro desafortunado antes y quería pedirme disculpas por eso.Era una mentira a medias. Omitía los detalles a propósito. Cuanto menos dijera, menos probabilidades había de delatarse o de cometer el error de contradecirse más adelante.—Espera… ¿lo conocías de antes?—Vagamente. Ni siquiera sabía que sería
—No lo esperaba —dijo Piper entre dientes, mientras una sarta de insultos, cada uno mejor que el anterior, se agolpaba en su mente. Nunca se había sentido tan creativa. Sin embargo, no podía soltarlos: él era su profesor y empezaba a sospechar que era lo suficientemente imbécil como para reprobarla por faltarle el respeto, aunque se lo mereciera—. De hecho, no lo necesito. Soy muy buena en Matemáticas.El cuerpo de Colton respondió a la mirada ardiente de Piper antes de que pudiera frenarlo, traicionándolo justo cuando más necesitaba control.—Y —continuó ella, sin darle espacio para responder—, ya casi me había olvidado de usted. Al verlo hoy, tuve que pensar un buen rato antes de recordar dónde lo había visto, y seguramente olvidaré lo sucedido en unos días. No crea que es inolvidable.Colton lo tomó como un desafío. Antes de darse cuenta de lo que hacía, se puso de pie y acortó la distancia entre ambos. Se detuvo a medio paso, demasiado cerca, y se metió las manos en los bolsillos d
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