Mundo ficciónIniciar sesiónAntonella Bianchi fue abandonada en el altar por Benjamim Dylon, un misterioso multimillonario del que únicamente conoce el nombre. Sufriendo la mayor humillación amorosa, va a un bar, conoce a un hombre apuesto y se entrega completamente a él. Cuando despierta al día siguiente en la cama de un hotel, se da cuenta de que ha cometido una locura. Pocos días después, Antonella descubre que está embarazada y, para colmo, por fin conoce a Benjamín, descubriendo que el hombre que la abandonó en el altar es el mismo que conoció en el bar. Embarazada y sola, rechazada por su propia familia, Antonella no tiene más remedio que marcharse para poder tener a ese hijo en paz. Tres años después, cuando su madre fallece repentinamente, Antonella se ve obligada a regresar a la ciudad y se reencuentra con Benjamín. Ahora es el novio de su hermana y Antonella tiene que ocultar que es el padre de su hijo.
Leer másAntonella Bianchi se sentó en el pequeño taburete que estaba junto a la barra del bar más popular de la ciudad. Pidió una copa de coñac y la bebió de un solo trago. No le importaba si todavía llevaba puesto su vestido de novia o si sería el tema principal de conversación en la ciudad; solo quería olvidar que había sido abandonada en el altar.
Pidió otra ronda para alejar los pensamientos sobre aquel día. Antonella había sido llevada a aceptar un matrimonio arreglado con un hombre del que solo conocía el nombre. Aunque no sabía nada de sus orígenes, estaba emocionada. Benjamín era un hombre rico, le ofrecería un buen futuro, y ella había esperado ansiosamente ese matrimonio, solo para terminar frustrada.
La iglesia estaba llena, la música alta llenaba el ambiente, camuflando el tumulto interior que Antonella sintió cuando le llegó la noticia de que el novio no vendría. A sus veintidós años, vio cómo sus sueños de formar una familia y tener hijos se reducían a nada. Salió de la iglesia y, en lugar de encerrarse en una habitación, decidió ir al bar.
No había ninguna perspectiva para su vida a partir de ese momento. Se había convertido en la decepción de su familia. Deseó tener la oportunidad de conocer a Benjamín y hacerlo pagar por la deshonra que le había causado. Pero ahora era demasiado tarde, todo estaba arruinado, y solo le quedaba beber otro trago y olvidar sus problemas, aunque fuera por una noche.
—¿Hay alguna fiesta de disfraces en la ciudad de la que no me he enterado? —Una voz masculina sonó en sus oídos, haciendo que Antonella rodara los ojos. Lo último que necesitaba esa noche era un comentario burlón sobre su vestimenta.
Estaba tan inmersa en sus problemas que no notó al hombre acercarse. Giró el cuello para mirarlo, ya lista para responderle con arrogancia, pero tuvo que tragarse sus palabras. Su mirada era profunda, capaz de desnudar su alma. Sin embargo, lo que realmente llamó la atención de Antonella y la dejó fascinada fue la belleza de aquel hombre.
—Una fiesta de disfraces sería el menor de mis problemas —tragó saliva, sonriendo tímidamente—. Hoy era mi boda, pero el desgraciado de mi novio me abandonó en el altar.
El hombre desvió la mirada y una sonrisa tiró de sus labios, aunque pronto desapareció. Ella se perdió en sus rasgos. Era fuerte, y ella podía notar sus músculos a través de la camisa blanca de vestir, cuyos botones estaban abiertos. Su rostro bien definido, sus ojos de un verde intenso.
—Lo siento mucho —sus palabras la devolvieron a la realidad.
—No sientas nada —respondió, recuperando el habla y desviando la mirada—. Pensándolo bien, fue una bendición no haberme casado con ese hombre. Imagínate que llega a la iglesia y descubro que es feo, lleno de manías y vicios.
El hombre parecía divertirse con sus palabras. Pidió al camarero una botella de agua, lo que a Antonella le pareció bastante extraño.
—¿Quieres hablar? —preguntó mientras abría la botella y tomaba un largo trago de agua.
—No quiero hablar. ¿Por qué le contaría a un desconocido que fui obligada a casarme con un hombre sin rostro? Y que, aunque jamás lo vi en toda mi vida, estoy sufriendo porque me abandonó, quién sabe Dios, por qué motivo —murmuró—. ¿Quién no querría casarse con Antonella Bianchi?
Realmente, solo un hombre insensato no se casaría con aquella mujer. Antonella era una pelirroja natural. Sus ojos grises contrastaban con su piel delicada y las pecas de su rostro. Sus labios carnosos, que rodeaban el borde del vaso mientras bebía su décima copa, despertaban el deseo en el hombre.
—¿Qué te parece si salimos de aquí? Tal vez una caminata te ayude a organizar tus pensamientos —Antonella observó cómo el hombre se acercaba a ella, y el roce de su cuerpo con el suyo le provocó escalofríos involuntarios.
—Es una excelente idea —suspiró, entusiasmada, con la idea de estar con aquel hombre tan atractivo.
Se levantó animada, aunque se sentía ligeramente mareada debido a la bebida fuerte que había tomado. Tambaleó hacia un lado, y el hombre la sostuvo por la cintura. Su toque era firme y su perfume, seductor. Descalza, salió del bar junto a él. No la soltó ni un minuto, hasta que la acomodó en su coche.
Si Antonella hubiera estado sobria, habría pensado que estar con un desconocido era una locura, pero estaba borracha, y esa idea ni siquiera cruzó por su mente. Simplemente, se dejó llevar por él hasta un hotel, y sus besos ardientes le robaron hasta el último aliento.
Solo recordaba que él había pronunciado el nombre de una mujer que no era ella, pero no le dio importancia. Cuando despertó a la mañana siguiente, estaba sola, envuelta en una sábana, sin recordar claramente cómo había llegado allí.
Se vistió lentamente, sintiendo que la cabeza le estallaba con un dolor interminable, cuando su celular vibró. Miró la pantalla y reconoció la llamada. Contestó, pero no dijo nada, esperando que la voz al otro lado comenzara a hablar sin parar.
—¿Dónde estás, Antonella? —sintió como si escuchara desde un altavoz—. Tu madre ya ha llamado a mi casa una decena de veces después de lo que pasó ayer…
—No sigas, Dominique —interrumpió a su mejor amiga—. Solo ven a buscarme al hotel que está a la entrada de la ciudad. Creo que cometí una gran locura.
—¿Qué hiciste, Antonella? —preguntó Dominique, con tono de preocupación.
—Hablamos después, prometo contártelo todo —dijo, recordando algo más—. Y, por favor, trae analgésicos. Tengo un dolor de cabeza horrible.
Era evidente que Dominique quería prolongar la conversación y enterarse de todo, pero Antonella cortó la llamada. Buscó sus zapatos, pero no los encontró por ningún lado. Sin mucha paciencia, salió del hotel vestida de novia y descalza. Llevaba el maquillaje corrido y el cabello despeinado. Se detuvo frente al edificio, esperando que Dominique llegara a recogerla.
Veinte minutos después, un Chevette de 1993 estacionó. Antonella subió al coche bajo la mirada atónita de su mejor amiga.
—¿Qué haces en este hotel? —Dominique puso los ojos en blanco inmediatamente, mientras pensamientos aleatorios cruzaban su mente—. No me digas que tú…
—¿Dormir con un desconocido después de que otro desconocido me abandonara en el altar? —Dominique tenía una expresión de horror en el rostro—. Eso es exactamente lo que hice. Pero, amiga, ¡era tan guapa!
—¿Me estás diciendo que te acostaste con un hombre cuyo nombre ni siquiera sabes? —Antonella guardó silencio—. Estás bromeando, ¿verdad?
—Me habría acostado con un desconocido de cualquier forma —respondió, mientras se masajeaba la cabeza, que no dejaba de doler—. Al menos vi el rostro de uno de ellos. Y era el hombre más guapo que he visto en toda mi vida.
Dominique la llevó de regreso a casa, y Antonella apenas había llegado cuando fue fulminada por las miradas de desaprobación de sus padres. Sabía que se había metido en otro gran problema.
O corpo de Antonela se estremeció con el toque de él. No debería sentir eso, ni sentir nada relacionado con él. Antonela debería odiarlo, por querer castigarla. Pero eso no era lo que su corazón decía.Cuando se dio cuenta de que había pasado demasiado tiempo mirándolo a los ojos, retrocedió. Benjamim no la obligó a permanecer cerca. La soltó delicadamente y la observó en silencio, fascinado por el rubor en su rostro.Benjamim no sabía cómo empezar aquella conversación; era como si hubiera desaprendido a hablar, al menos así se sentía cuando estaba cerca de Antonela.—Adam todavía no se ha adaptado —se detuvo un segundo, obligado a desviar la mirada al darse cuenta de lo difícil que era hacer aquello—. Te extraña, tiene dificultades para dormir.Esas no eran las palabras que Benjamim quería decir, pero, en el fondo, estaba buscando justificaciones que hicieran que Antonela entendiera la petición que haría a continuación.—¿Qué esperabas que sucediera? —sintió una especie de descarga e
—La señorita Bianchi tiene un nuevo abogado —el hombre le comunicó a Benjamim, en voz baja, asegurándose de que Adam no lo escuchara—. Es el mejor abogado del país. Fue el propio Dante quien se lo consiguió.La noticia cayó como una bomba para Benjamim. Pareció sorprendido, pero decepcionado. Primero, las noticias de que los dos tenían un romance, y ahora Antonela aceptaba la ayuda de Dante, descartando las buenas intenciones de Benjamim de demostrarle que no tenía ninguna intención de quitarle a Adam.Todo su esfuerzo era inútil, y el amor que latía en su corazón, también. Se encontró pensando en ella, en la confesión de sus verdaderos sentimientos y en el rechazo. ¿Cómo podía seguir pensando en ayudarla, después de que Antonela destrozara su corazón?¿Cómo había podido volverse tan idiota?—Ya no iré a la audiencia —comunicó Benjamim, alarmando a su abogado—. Usted será mi representante. Sé que puedo hacerlo.—Claro que usted puede, señor —hizo una pausa, aflojando el nudo de la cor
Dominique había llevado a Antonela a la fábrica esa mañana. El camino transcurrió en un silencio como si ambas no tuvieran nada que decirse, algo que no sucedía desde hacía mucho tiempo. Dominique siempre tenía historias que contar, especialmente sobre el lugar y las personas con las que trabajaba, pero aquel día cualquier palabra parecía inútil.Antonela observaba la ciudad pasar por la ventanilla del coche, pero sus pensamientos estaban en Adam y en la situación en la que se encontraba. Las primeras horas sin la presencia del niño fueron torturantes. Sintió un enorme vacío en el pecho, sabiendo que nada podría llenarlo.Debería estar sentada frente a su cama viéndolo dormir, y ese pensamiento hizo que su corazón se hiciera pedazos una vez más. Al menos, Benjamim debía estar disfrutando de ese momento y Adam estaba feliz a su lado, pensó, pero ni siquiera eso alivió sus dolores de cabeza.Antonela no se dio cuenta de que el viejo Chevette se había detenido y de que había llegado a la
Benjamim sentía un vacío enorme. Nunca había sido rechazado por una mujer, y mucho menos por la mujer que amaba. Entró en la casa, a la que no había regresado desde la muerte de Fred, y vio cómo la presencia de Adam llenaba el vacío, aunque aun así parecía faltar algo.Fred no estaba allí para ayudarlo, para aconsejarlo. Benjamim no sabía cómo haría para cuidar de Adam sin ayuda. Ya estaba comprobado que no tenía facilidad con los niños. Aunque fuera multimillonario y tuviera cientos de personas a su alrededor, Benjamim siempre prefirió estar solo. Fred fue el único al que realmente permitió acercarse.Benjamim sabía que tendría que ausentarse. Aún tenía sus empresas que atender. ¿Con quién dejaría a Adam? Necesitaba resolver esa situación de inmediato. Pero aquel día solo decidi&oac
Benjamim entró en la casa sin saber exactamente adónde debía ir. Sus sentimientos revueltos se reflejaban en sus pasos. Se sentía completamente perdido. Escuchó la voz de Adam, que venía del fondo de la casa, y atravesó el largo pasillo hasta encontrarlo en un cuarto en compañía de Dominique y Carmélia.Las mujeres se levantaron asustadas, como si él fuera un enemigo que necesitaba ser combatido. Benjamim odió la manera en que ellas lo miraron. Todos ya sabían de la decisión del juez porque Antonela se lo había contado y ahora él había pasado a ser el villano de su propia historia.Fue el abrazo cariñoso que Adam le dio lo que rompió toda la tensión que había en el ambiente. El chico era el único que parecía feliz con su presencia. Si Adam supiera los motivos que lo llevaron allí, si él pudiera co
Cuando el viejo Chevette se estacionó frente a la casa, Antonela vio a Adam jugando en el patio mientras Fabricio lo vigilaba. Aquellas habían sido órdenes de Henrico: mientras ellos estuvieran en el funeral, debían vigilar al pequeño Adam para que nadie se atreviera a acercarse a él otra vez y secuestrarlo.Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Antonela no soportaría vivir lejos de su hijo. El camino de vuelta a casa fue silencioso; era como si todos intentaran digerir los últimos acontecimientos: a duras penas habían enterrado a Fred y ahora tendrían que despedirse de Adam.Ella salió del coche, se secó las lágrimas y se prometió a sí misma que no lloraría delante de él. Cuando Adam vio a Antonela, corrió a encontrarla, y ella nunca se había dado cuenta de lo valioso que era su pequeño abrazo.—¿D&o
Último capítulo