Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 4 —Hogar, dulce hogar
Narrador:
El coche avanzaba por la carretera iluminada solo por los faros. Luigi conducía con el rostro serio, el mismo que había mostrado en la iglesia, como si la boda no fuera un inicio, sino el eco de una sentencia. Valeria, a su lado, mantenía el mentón erguido, observando las luces de la ciudad que se alejaban tras los cristales.
Ninguno habló durante los primeros minutos. El silencio era tan espeso que parecía un tercer pasajero sentado en el asiento trasero. Valeria cruzó las piernas con calma, como si no le afectara. Luigi apretaba el volante con firmeza, deseando que el trayecto terminara cuanto antes.
Al llegar al hotel, un empleado los guió hasta la suite. Era amplia, elegante, con un ventanal que daba a la ciudad nocturna. Una botella de champagne aguardaba en una cubitera. Luigi dejó las llaves sobre la mesa y se desabrochó más botones de la camisa, sin quitarse aún el saco.
—Brindemos —dijo, sirviendo dos copas —Por el infierno que acabamos de empezar.
Valeria tomó la copa que él le tendió y bebió un sorbo lento, mirándolo por encima del cristal. Luego se acercó al espejo y deslizó los dedos por la cremallera de su top, que se detuvo a mitad de camino.
—Ayúdame con esto —pidió, sin volverse, la voz cargada de intención.
Luigi la observó de pie, sin moverse.
—¿En serio? —preguntó con una sonrisa torcida. —Valeria giró apenas la cabeza, mostrando su perfil iluminado por la lámpara. —¿Qué esperabas de una noche de bodas? ¿Que durmiéramos tomados de la mano? —Ella se bajó la cremallera un poco más, dejando expuesta la línea de la espalda. Dio un par de pasos hacia él, con la copa aún en la mano, la mirada oscura y desafiante. —Podemos hacer esto más fácil. Una vez, cumplir con lo que todos suponen que pasó, y luego cada uno a lo suyo.
Luigi dejó su copa sobre la mesa de noche y la miró de arriba abajo, sin disimulo, pero sin un rastro de deseo en el gesto.
—No.
Valeria alzó una ceja.
—¿No?
—No pienso compartir cama contigo. Yo dormiré en el sofá. En la casa ya veremos dónde me acomodo.
El silencio cayó como un jarro de agua helada. Valeria lo miró con rabia y sorpresa, los labios apretados, la cremallera a medio camino. Luigi, en cambio, se quitó el saco y lo dejó caer sobre el respaldo del sillón, estirándose como si fuera su lugar natural.
Luigi la miró un largo instante, luego dejó su copa en la mesa.
—No te confundas, Valeria. Sí, eres una mujer increíblemente hermosa. Pero entre nosotros no va a pasar nada. No puede pasar. Hay límites que no pienso cruzar, y menos si después vas a creer que significa algo. No me interesa que te confundas.
Ella giró despacio, sonriendo con una mezcla de enojo y burla.
—Vaya… qué ególatra eres. ¿De verdad crees que si me follas yo voy a enamorarme de ti? —dio un paso hacia él, con la mirada ardiendo —En todo caso será al revés, Luigi. Serás tú quien no podrá sacarme de la cabeza.
Luigi sostuvo su mirada sin pestañear, con esa calma que parecía hecha de acero.
—Entonces no me des razones para comprobarlo.
Valeria soltó una risa seca, y se acomodó el top de nuevo con un tirón brusco de la cremallera. Terminó su copa de un trago y se metió en la cama, dándole la espalda.
Luigi se dejó caer sobre el sofá. Se recostó allí, estirando las piernas, como si aquella incomodidad fuera preferible a cualquier roce en la cama.
El silencio volvió a instalarse, pesado como una losa. Y mientras la fiesta continuaba lejos, en la suite se respiraba lo que era evidente: esa primera noche de matrimonio no los unía, los separaba aún más.
La luz de la madrugada se filtraba por las cortinas pesadas del hotel. Valeria abrió los ojos primero, giró apenas la cabeza y vio a Luigi en el sofá, dormido con un brazo sobre el pecho y la camisa arrugada. Ni siquiera se había molestado en usar una manta.
Lo observó un instante en silencio, con una mezcla de fastidio y curiosidad. Había algo en esa manera de ocupar el sofá, como si incluso al dormir estuviera marcando territorio.
Valeria se incorporó, se ató el cabello con un gesto mecánico y caminó descalza hasta la mesa. Se sirvió lo que quedaba de champagne en una copa y bebió, dejando que el líquido burbujeante le quemara la garganta.
—Eres un idiota, Mattos —murmuró, apenas audible.
Luigi abrió los ojos lentamente, al haberla escuchado, aunque no se movió de su sitio.
—Buenos días para ti también, esposa.
Ella se giró, la copa en la mano, y lo miró con esa sonrisa torcida que empezaba a convertirse en su lenguaje habitual.
—¿Dormiste bien en tu trono de cuero barato?
—Mejor que si hubiera compartido cama contigo —respondió, incorporándose y pasando una mano por su rostro —El sofá no muerde.
Valeria caminó hacia él, despacio, hasta quedar lo bastante cerca como para que pudiera sentir el perfume de su piel.
—Eres el primer hombre que rechaza dormir conmigo. Debería sentirme ofendida.
—No te ofendas. Siente alivio. —Luigi se puso de pie, ajustándose las mangas —En la casa veremos dónde me acomodo. Pero ten claro que lo haré lejos de ti.
Valeria apoyó la copa vacía en la mesa y lo miró fijo, los ojos como dos cuchillas.
—Tarde o temprano, Mattos… uno de los dos va a perder esta guerra.
Luigi esbozó la sonrisa más fría, recogió su chaqueta del respaldo del sofá y caminó hacia la puerta.
—Créeme, Valeria, yo no estoy acostumbrado a perder.
La dejó con la última palabra en la boca, pero también con la certeza de que esa primera noche había sido solo un prólogo.
El coche se detuvo frente a la mansión Paz. Era un edificio imponente, con jardines cuidados y una fachada que hablaba de poder antiguo. Pero para Valeria no era más que un mausoleo.
Se bajó despacio, la mirada clavada en las grandes puertas de madera. Dio un paso y se detuvo en seco. El aire frío de la mañana se mezcló con el temblor de sus manos. La casa parecía intacta, igual que cuando era niña, pero por dentro todo le pesaba.
Luigi cerró la puerta del coche y se acercó a ella. La observó en silencio unos segundos antes de romper el espacio con una pregunta baja, casi cuidadosa.
—¿Estás bien?
Valeria respiró hondo, pero la voz se le quebró apenas al responder.
—No. Hace años que no venía. Concretamente desde que mi madre murió aquí… Un cáncer la consumió en seis meses. Ni siquiera tuve tiempo de despedirme.
El silencio cayó como una losa. Luigi la miró con una seriedad distinta, sin sarcasmo ni burla.
—Podemos ir a otro sitio si quieres —dijo, sincero.
Valeria negó con la cabeza. Sus ojos seguían fijos en la puerta, como si la retara.
—No. Voy a quedarme, debo enfrentar mi pasado. Esta casa fue suya, y ahora también es mía, aunque me queme por dentro.
Luigi no lo pensó. Extendió la mano hacia ella, con un gesto firme y simple. Y Valeria, sin pensarlo tampoco, la tomó.
No hubo palabras. Solo el roce de dos manos que, por un instante, dejaron de ser enemigos para convertirse en aliados frente a un recuerdo que pesaba más que cualquier alianza mafiosa.
Juntos cruzaron el umbral de la mansión, con la certeza de que el verdadero campo de batalla recién empezaba.







