Mundo de ficçãoIniciar sessãoCapítulo 3 —Brindemos por el futuro
Narrador:
Al salir de la iglesia, las solteras se agolpaban al pie de la escalinata, ansiosas por atrapar el ramo. Valeria los miró a todas con un destello burlón en los ojos. En lugar de alzarlo al aire con gracia, lo tiró sin cuidado hacia un costado.
—La que lo quiera, que lo tome.
El ramo cayó sobre los escalones como un despojo, y algunas muchachas se miraron entre sí, dudando entre correr a recogerlo o dejarlo allí, como si trajera consigo la maldición que Valeria acababa de lanzar. Luigi no se detuvo. Le ofreció el brazo y la condujo hacia la salida, con el mismo gesto con el que se conduce a alguien hacia su destino inevitable.
La recepción se celebró en un salón imponente, adornado con flores blancas y música en vivo, como si los adornos pudieran ocultar la tensión que flotaba en el aire. Los invitados murmuraban en las mesas, brindaban con sonrisas forzadas, mientras en el centro de la pista la pareja debía abrir el baile. Luigi tomó a Valeria por la cintura y la acercó con firmeza. Ella lo miró con una mezcla de desafío y resignación, como si incluso en ese gesto obligado quisiera recordarle que no se rendía.
—Tú sabes mejor que nadie que esto es un acuerdo —dijo él, en voz baja, lo bastante cerca de su oído para que nadie más escuchara. —Valeria mantuvo la sonrisa impecable frente a los demás, pero sus palabras fueron un cuchillo disfrazado de dulzura.
—Mientras tú no lo olvides, todo estará bien. Que te quede claro: fui obligada. Estaba enamorada de otro hombre… pero me vendió al mejor postor. Eligió el dinero antes que a mí. Así que ni creas que lo hice por ti, ni por mi padre. Lo hice porque no me dejaron opción. —Sus uñas se clavaron sutilmente en el hombro de Luigi mientras giraban en la pista. —Podrás tomar mi cuerpo, pero no mi corazón.
Luigi soltó una risa baja, seca, que hizo que Valeria lo mirara con desconfianza.
—¿Qué te hace pensar que quiero tu cuerpo? Mucho menos tu corazón. Para mí esto es un negocio, nada más. —Los ojos de Valeria brillaron con un destello de rabia y sorpresa, pero él no le dio tregua. —También hay alguien a quien amo —añadió, con un dejo de ironía amarga —Así que te entiendo. Pero mientras comprendas cómo es el tema, estaremos bien.
Los dos siguieron bailando con la sonrisa perfecta de los recién casados, mientras en realidad, cada paso era un duelo silencioso. Afuera, los invitados aplaudían el vals. Adentro, Luigi y Valeria sellaban un pacto mucho más oscuro: vivir juntos como aliados en la guerra, pero jamás como amantes. El vals cambió de manos. Lorena Mansini, elegante y siempre en control, se acercó para tomar el lugar de Valeria. Luigi la recibió con un gesto sobrio, mientras Ernesto Paz conducía a su hija hacia el otro extremo de la pista, con una rigidez que hacía evidente que aquel baile era más castigo que celebración. Lorena apoyó la mano en el hombro de Luigi con la familiaridad de quien lo conocía mejor que muchos. Lo guio en un par de pasos y luego lo miró con cierta picardía, como si intuyera lo que bullía bajo esa máscara de frialdad.
—¿Sabes por qué Sofía no vino? —preguntó Luigi, sin rodeos, como si necesitara vomitar la pregunta que le quemaba el pecho.
Lorena lo miró fijamente, sus labios curvados en una sonrisa diplomática.
—Hubiera querido asistir —respondió con suavidad —pero le surgió un problema y no pudo. —Luigi sacudió la cabeza, con un gesto incrédulo, casi dolido. Lorena, sin soltarlo, buscó su mirada y bajó la voz. —Vamos, Luigi… no nos mintamos. Es mejor que no haya venido. En serio, ¿la querías en tu boda?
Él la sostuvo con firmeza y la hizo girar con una elegancia mecánica. Cuando volvió a tenerla frente a frente, su sonrisa fue una mueca amarga.
—¿Y por qué no? Yo tuve que soportar asistir a la suya, ¿no?
Lorena le clavó los ojos, sorprendida por la crudeza de la respuesta, aunque sabía que no había mentira en esas palabras. Luigi, con la mandíbula tensa, siguió moviéndose al ritmo de la música, como si cada paso fuese una bofetada contenida contra el destino. Mientras tanto, Ernesto apretaba demasiado fuerte la cintura de Valeria al conducirla por la pista. La sonrisa del viejo era una máscara rígida, pero sus palabras le llegaron como un látigo al oído.
—El espectáculo del vestido… —murmuró, con voz cargada de ira —¿Era necesario humillarme delante de todos?
Valeria lo miró sin bajar la barbilla, con los labios pintados en una sonrisa perfecta para los invitados, pero la voz gélida al responder.
—Era necesario mostrarles quién soy. Y recordarte que no soy una muñeca para vestir a tu antojo.
Ernesto apretó la mandíbula.
—Sabes que esta alienza es necesaria, tu hermano fue asecinado y yo estoy muriendo, no quedan herederos.
—Y por eso me condenas a este matrimonio de m****a
—Si no fuera por este matrimonio, estarías sola… ¿o vas a seguir llorando por ese muchacho que prefirió el dinero antes que a ti?
Los ojos de Valeria chispearon de rabia, pero mantuvo el paso con firmeza.
—No necesito que me lo recuerdes. Cada vez que pienso en lo que hizo, recuerdo perfectamente lo poco que valía.
Ernesto la giró con brusquedad, como si quisiera quebrarle la resistencia con un solo movimiento, pero ella volvió al frente con la frente erguida, orgullosa.
Dos bailes, dos conversaciones distintas, pero el mismo veneno corriendo por las venas de esa recepción. Mientras los invitados aplaudían y brindaban, cada paso en la pista era una declaración de guerra silenciosa.
El vals terminó con un aplauso tibio, apenas cortés. Los invitados volvieron a sus mesas, pero el murmullo persistía como una marea baja que no se detenía. Había demasiados ojos puestos en la pareja recién unida, demasiados oídos atentos a cada palabra, como si esperaran que en cualquier momento estallara otro escándalo.
Valeria regresó a su sitio con el mentón alto, ignorando el veneno de las miradas. Luigi, en cambio, se apartó un instante hacia la barra, donde un camarero le sirvió un whisky doble sin necesidad de que lo pidiera. Bebió de un trago la mitad y dejó el vaso sobre la madera, con la mirada fija en el reflejo dorado. Franco Mansini apareció a su lado con calma. Llevaba la sonrisa exacta, ni demasiado amplia ni demasiado discreta, la de un hombre que nunca mostraba todas sus cartas.
—Brindemos por el futuro —dijo, levantando su copa hacia Luigi.
Luigi respondió con un gesto breve, apenas un choque de cristales. Sabía lo que Franco estaba pensando: con esa boda, el norte ya estaba bajo control. El precio era su vida atada a Valeria Paz, pero el beneficio era demasiado grande como para mirar atrás.
Mientras tanto, Valeria había quedado atrapada en la mesa familiar junto a su padre. Ernesto la miraba con un rencor que le calaba los huesos, todavía humillado por la escena del vestido.
—¿Estás satisfecha? —le escupió, inclinándose hacia ella —¿De verdad crees que esta farsa te hace libre?
Valeria sostuvo la copa de champán con mano firme, sin apartar la vista.
—Libre no, padre —susurró —Pero al menos ya no seré tu muñeca.
Ernesto apretó los dientes, incapaz de responder sin perder la compostura frente a los demás.
La música cambió, más animada, y algunos invitados se animaron a la pista. Luigi regresó a la mesa y Valeria lo recibió con una sonrisa irónica, como si ambos compartieran un secreto. Él se inclinó para hablarle al oído.
—Tienes talento para los espectáculos —murmuró.
—Y tú para las cadenas —contestó ella, girando apenas la cabeza hacia él —Pero recuerda lo que te dije: mi cuerpo podrás tenerlo, mi corazón no.
Luigi rió por lo bajo, una carcajada seca.
—Perfecto. No me interesa tu corazón. Tengo suficiente con el mio roto.
Valeria lo miró un instante, sorprendida por la crudeza. Pero antes de que pudiera responder, Franco se levantó de su sitio, levantando la copa en el aire.
—¡Por la unión de Luigi Mattos y Valeria Paz! —anunció con voz firme, proyectada para todos —Hoy aseguramos que el norte siga en las manos correctas.
Los invitados aplaudieron, aunque algunos lo hicieron con desgano. Luigi y Valeria, obligados por la etiqueta, levantaron sus copas y sonrieron. Pero ambos sabían la verdad: aquello no era una boda, era una firma de guerra.







