Marina Arteaga no solo había nacido con una mala condición, sino, que un cruel destino le esperaba. Cuando cumplido los dieciocho años, se casó con Sebastián Arteaga a quien amó desde siempre, pero él no la amaba, la odiaba por su condición, sobre todo, por haber evitado que se casara con el amor de su vida.
Ler maisStella llamó a Mayra, para informarle que abandonaría la casa y el país ese mismo día, por si quería verla, pero apenas la llamada se cortó, Marina que sostenía la canasta donde iban los dos bebés, musitó con voz quebradiza y cargada de preocupación. Marina ajustó la manta que cubría a los pequeños mientras continuaba con su reflexión, observando cómo sus diminutos pechos subían y bajaban con cada respiración inocente, ajenos al torbellino de circunstancias que los rodeaba desde su nacimiento.—¿Vamos a seguir escapando toda nuestra vida? —Stella la miró intrigada—probablemente él ya sepa sobre la existencia de los niños, ¿Crees que se quedará de brazos cruzados? —hizo una pausa mientras acomodaba un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja—Yo creo, que no dejara de buscarte durante toda su vida, y eso lo sabes, lo sé yo, incluso lo sabe tu amiga. Entonces, tendremos que vivir escondiéndonos, desconfiando de todos, porque no sabes quién trabaja para él, y quién no. —Un mundo de
El abogado Choez abandonó las instalaciones de la empresa. Una vez en su automóvil, extrajo su móvil del bolsillo interior de su saco y, marcó el número telefónico de la residencia Arteaga. La voz de la ama de llaves resonó, informándole que Stella no se encontraba en la mansión y que no había dormido la noche anterior, no durante la mañana. Agradeció y finalizó la llamada. Tras un momento de reflexión mientras continuaba su trayecto decidió buscarla a casa de Mayra, la única amiga cercana que Stella tenía.Era el único lugar lógico donde podría encontrarla, considerando las limitadas conexiones sociales que la joven mantenía en la ciudad.Al traspasar el umbral de aquella vivienda: dos mujeres similares se encontraban ante él, compartiendo rasgos faciales tan idénticos que por un instante creyó estar experimentando una alucinación.Quedó momentáneamente paralizado, incapaz de articular palabra alguna mientras su mirada analítica transitaba entre ambas figuras femeninas, estudi
Stella intentó abandonar la oficina, pero Sebastián la detuvo del brazo con firmeza, en un gesto que revelaba su desesperación por no dejarla marchar así, sin resolver la tensión que se había instalado entre ellos como una muralla.Los dedos masculinos se cerraron en torno a su delicada piel, no con brusquedad sino con la determinación de quien siente que está perdiendo algo valioso. El contacto despertó en ambos una corriente eléctrica, mientras el silencio de la oficina parecía amplificar cada latido de sus corazones acelerados.—Aún no hemos terminado —pronunció él con voz profunda, con un matiz de súplica que no pasó desapercibido para ella, quien conocía demasiado bien cada inflexión de aquella voz que tantas noches había susurrado promesas ahora rotas en la intimidad de sus oídos.—Yo ya he terminado —respondió, sacudiéndose de ese agarre con un movimiento decidido que evidenciaba su resolución de no ceder ni un centímetro ante quien una vez tuvo todo el poder sobre sus emo
El corazón de Sebastián dolió. Dolió como si mil agujas afiladas y ardientes se clavaran en su órgano vital, perforando cada milímetro de ese músculo que bombeaba sangre incansablemente. El dolor se extendía como una ponzoña letal por sus arterias, alcanzando cada rincón de su ser, dejándolo sin aliento, sin capacidad para razonar claramente. Cada palabra que Stella pronunciaba con aquellos labios carmesí que tanto había deseado besar, lo partía en mil pedazos, dejando fragmentos imposibles de recomponer. La frialdad en sus ojos, ese desprecio palpable que emanaba de cada sílaba pronunciada, era como un puñal que se retorcía en su interior, desgarrando sus entrañas sin piedad alguna.Nunca antes había experimentado semejante agonía emocional, ni siquiera cuando perdió a su abuelo.¿Por qué lo odiaba con tal intensidad demoledora? —se preguntó—. ¿Por qué Octavio Arteaga había preferido darle amor incondicional y criarlo a él, antes que, a ella, que llevaba su misma sangre, que
Ante el silencio que se extendió entre Sebastián y Marina, el vicepresidente experimentó satisfacción, pues ese mutismo prolongado significaba que la pareja no había concebido descendencia. El silencio hablaba más que cualquier palabra.—Ya veo, no tienen hijos, por lo tanto, no puedes seguir ostentando la posición de presidente de esta empresa —declaró con triunfo apenas disimulado, saboreando cada palabra como quien degusta un manjar.—No tienen descendencia en este momento, pero… están a tiempo de concebir un heredero. Son jóvenes y tienen toda una vida por delante… —expresó el abogado, deslizando sutilmente ideas a Stella y Sebastián, para que consideraran la posibilidad de planificar la llegada de ese hijo tan necesario.El vicepresidente se rio con una sonrisa sardónica que no intentó disimular, porque después de presenciar cómo Stella había delatado a Sebastián durante la reunión anterior, confesando abiertamente ante todos los presentes, sin un ápice de duda o remordimiento
La mirada de Sebastián se apartó lentamente de Stella y se posó con intensidad en el abogado, quien se irguió con nerviosismo ante el escrutinio.La tensión era palpable, como un hilo invisible que amenazaba con romperse en cualquier momento. La luz que entraba por los ventanales iluminaba el rostro de Sebastián, destacando la rigidez de su mandíbula y la frialdad de sus ojos.—No me digas que no lo sabías, porque eso sí que no te lo creo —continuó Stella, cada palabra cargada de resentimiento—. Sé perfectamente sus planes de quedarse con todo, pero no voy a permitirlo —les aseguró—. No soy ingenua ni estúpida como todos parecen creer. Sebastián, que observaba al abogado como si pudiera extraer respuestas de su semblante incómodo, pensando en nada y en todo mientras se miraban en un silencioso duelo de voluntades, regresó la mirada a Stella. —¿Planes de quedarme con todo? —le sonrió con frustración evidente, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos y que más bien parecía una muec
Sebastián ingresó a la habitación de Stella con el corazón palpitando, pensando encontrarla sumida en el sueño profundo. No obstante, la cama estaba tendida, sin una sola arruga que delatara su presencia, y ya era media noche según marcaba el reloj de la mesita de noche. El silencio abrumador de la habitación solo aumentaba su ansiedad mientras recorría la mirada en cada rincón del espacio. ¿Dónde estaba su esposa a estas horas? Se cuestionó mientras ingresaba al vestidor, apartando con brusquedad los vestidos de seda y abrigos que colgaban ordenadamente, esperando encontrarla ahí dentro escondida, revisando cada rincón y cada estante, pero no estaba por ningún lado. Tal vez había ido a otra de las habitaciones de aquella mansión. Era una posibilidad lógica considerando las recientes tensiones, por ello fue abriendo una tras otra habitación, encendiendo luces y sobresaltando a la oscuridad que reinaba en cada una de ellas. —Señor —la empleada de confianza que aún esta
«Cuando Stella se comunicó con Mayra, y está junto a Anderson la ayudarán a salir de dicho lugar, ella le pidió, más bien le hizo jurar a ambos que no dirían a Sebastián, el hombre que alguna vez amó con locura desmedida, donde se encontraba exactamente, como si revelar su ubicación fuera equivalente a firmar su propia sentencia de muerte. Fue así como Anderson, sintiendo el peso de una promesa que no deseaba cumplir, pero que había aceptado en un momento de recuperar al amor de su vida, se vio obligado a desviar la búsqueda incesante y casi obsesiva de Sebastián. Utilizando estrategias y mentiras por lugares y distantes donde Stella no había estado, creando falsas esperanzas en aquel hombre desesperado, dejándole pistas falsificadas y detalle que lo alejaban cada vez más del verdadero lugar donde ella se refugiaba, una táctica que le causaba conflictos morales, pero que era necesaria para recuperar a Mayra. Tras salir de ese sitio que le había servido como escondite durante s
Sebastián se rehusaba a soltarla con una desesperación que le quemaba las entrañas, aferrándose a ella como un náufrago a su última tabla de salvación en medio de un océano tempestuoso. Temía que si la liberaba por tan solo un instante, ella pudiera desvanecerse como la niebla matutina ante el sol del mediodía, borrándose de su vida una vez más sin dejar rastro alguno de su existencia.No soportaría, ni por un segundo siquiera volverla a perder después de haber atravesado el desierto de la soledad durante tanto tiempo, sin el oasis de su presencia. La idea de verla partir nuevamente, de contemplar su silueta alejándose por segunda vez hacia un horizonte inalcanzable, desgarraba las fibras más profundas de su cordura. Si ella se iba nuevamente de su lado, abandonándolo a la crueldad del tiempo y la distancia, se volvería loco, perdido en el laberinto de una mente fragmentada por la ausencia del único ser que daba sentido a su existenciaLa policía llegó, y arrancaron a Sebastiá