Luego de aquella emotiva y hermosa pedida de mano, no pudimos esperar más para casarnos, pues queremos ser marido y mujer cuando los pequeños Harrington vean la luz de este mundo.
El espejo frente a mí no miente. Refleja cada curva redondeada de mi vientre de seis meses, cada hebra suelta del peinado cuidadosamente hecho, cada suspiro contenido que me sacude el pecho.
Llevo un vestido color marfil dorado, con bordados suaves que brillan con la luz natural que entra por los ventanales de la suite. El escote es elegante, el corte imperio se desliza sobre mi abdomen como seda viva. Mi panza luce grande. Imponente. Hermosa. Y mis mejillas están encendidas. No por el maquillaje, sino por la emoción.
—Estás preciosa —dice Seraphina, ajustando con cuidado el velo sobre mi peinado.
—Más que preciosa, pareces salida de un sueño —agrega Rossy, mientras se arrodilla con esfuerzo para ayudarme a colocar los zapatos.
Son bajos, cómodos, blancos con detalles dorados. No necesito nada más. No hoy.
H