Me casé con un hombre que escondía una vida, un imperio… y un hijo. Eirin Brooke creía tenerlo todo: juventud, inteligencia, y un matrimonio con Orestes Manchester, uno de los hombres más poderosos del país. Pero todo cambia cuando entra a trabajar con Ethan Rusbel, un abogado brillante, peligroso… y devastadoramente atractivo. Lo que Eirin no sabe es que Ethan es el hijo ilegítimo de su esposo. Un secreto enterrado durante 27 años. Un deseo que no debería existir. Una traición que está a punto de explotar. Mientras Orestes juega con su arrogancia y con una amante en las sombras, Eirin cae en la tentación más prohibida y en un círculo de secretos ocultos sobre la vida de su esposo. Y en ese triángulo de poder, lujuria y mentiras… alguien perderá el control.
Leer másEl amanecer no trajo alivio, ni luz verdadera. Solo una neblina espesa que se colaba por las cortinas de la habitación, tiñéndolo todo de un gris pálido. Eirin abrió los ojos lentamente, deseando que el sueño le hubiera mentido, que la noche anterior no hubiera sido otra repetición obligada del papel que no quería seguir interpretando.Pero el peso sobre su cintura la trajo de vuelta. El brazo de Orestes la sujetaba con firmeza, posesivo. Su cuerpo la envolvía por detrás, el pecho contra su espalda, las piernas entrelazadas.Intentó moverse, con sutileza. Solo un poco, para tomar aire, para no sentirlo tan cerca.—No te vayas —murmuró él, aún con la voz adormilada, arrastrando las palabras con esa mezcla de cariño forzado y dominio encubierto que a veces usaba para atraparla sin levantar la voz—. Fue una noche estupenda, Eirin. Como antes. ¿Hermosa, no? Como cuando comenzamos, eres una diosa —agregó colocando sus labios en el lóbulo de su oreja—. Es divino despertar así, como si fuera
En su oficina, los rayos del sol comenzaban a ocultarse para dar paso a la noche, pero Eirin no se había molestado en ver hacia el ventanal. Se había refugiado allí desde que abandonó el despacho de Ethan. Volvió sintiéndose nerviosa, con necesidad de pensar, entender porqué su presencia comenzaba a afectarle.Sobre el escritorio, la carpeta gris esperaba desde que había llegado del despacho de su jefe. Ethan se la había entregado, sin mayor ceremonía, la reunión que había fijado que tendrían terminó en una especie de careo donde ella era la interrogada, la que estaba siendo analizada y él con mirada intimidante, logró desestabilizar.En la etiqueta tenía un nombre escrito: Star Clinic Industry, N.C.Eirin se sentó, con una taza de café humeante entre las manos. Abrió la carpeta con lentitud. Las primeras hojas de ese nuevo documento dejaba ver pruebas de un proyecto fallido de infraestructura en África, financiado por una fundación “filantrópica”... que, al rastrear su origen, termin
Llegado el día que se llevaría a cabo la primera reunión de su primer caso ante el fiscal encargado del caso de la demanda de la empresa Star Clinic Industry, N.C., Ethan y otro grupo de abogados del bufete, Eirin estaba totalmente enfocada, y nerviosa. En sus manos tal vez podría tener el futuro de la empresa de quien es su esposo, y hasta el destino de Orestes.Por la novedad pasó toda la mañana trabajando, llegado el mediodía no había almorzado, se sobresaltó cuando cerca de las dos de la tarde se presentó su secretaria a su oficina. El leve toque de la puerta la distrajo del escrito que estaba revisando.—Adelante —dio la autorización apenas en voz sutil.—Buenas tardes, licenciada —la voz de Arana llamó su atención.Levantó la mirada y ahí estaba, en sus manos tenía una bandeja con tazas y lo que parecía algo de comer tapado.—El licenciado Rusbel me informó que usted no había salido a almorzar y pidió traerle esto. ¿Dónde se lo dejo? —le informó, dejándola sorprendida. «¿Dónde
Esa misma noche, en la tranquilidad que necesitaba, mientras repasaba en su mente las escenas de lo vivido ese día, Eirin vio su mayor perturbación cuando Orestes apareció.—Confío en que ya se te haya pasado el capricho de niña chiquita —soltó Orestes al entrar en la habitación, sin mirarla, sin detenerse, como quien lanza una sentencia al aire—. Supongo que este día de silencio fue suficiente para que comprendas lo patético de este espectáculo.Después que soltó su veneno, una pausa breve se hizo presente, un silencio tanto o más venenoso que la intención de sus palabras.—Si tu plan es provocarme o llamar mi atención… es una lástima, Eirin. Estás perdiendo el tiempo. Y de paso, haces que pierda el mío.Ella ya estaba en la cama, bajo las sábanas, con la espalda tensa y los ojos abiertos como puertas en guerra. Dormir era imposible. No después de lo que había descubierto esa mañana. El nombre de la empresa en el encabezado del expediente no dejaba de martillarle la cabeza: Star Clin
El ascensor se detuvo con un leve susurro en el piso treinta y dos. Eirin Brooke respiró hondo, ajustó la correa de su bolso y alisó con la palma de su mano la falda lápiz azul medianoche que marcaba su cintura. Llevaba una blusa blanca abotonada hasta el cuello, y su cabello liso caía sobre su espalda con una pulcritud que parecía ensayada. El maquillaje era el justo: labios definidos, lo suficiente para parecer formal… y peligrosa.Su teléfono vibró dentro del bolso. Al sacarlo, no necesitó abrir la aplicación de mensajería para leer en la pantalla:“Recuerda: tu lugar está aquí, no en un bufete de segunda”.Era Orestes.La rabia le tensó la mandíbula. Apretó el móvil con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Lo guardó sin responder. No iba a permitir que él le arruinara ese día. No otra vez.Salió del ascensor hacia un pasillo bañado por la luz grisácea de París. Las ventanas de piso a techo dejaban ver un cielo plomizo. El silencio del lugar, elegante y pulcro, la envolvió c
La cena estaba servida con una perfección casi ofensiva. Manteles blancos impolutos, porcelana francesa apilada con precisión, cubiertos de plata dispuestos según las reglas del protocolo. Todo era lujo frío, calculado. El candelabro de cristal proyectaba una luz tibia, indiferente, mientras el vino, un Burdeos más viejo que ella, reposaba en su decantador como si fuera sangre elegante. Todo era lujo. Y sin embargo, el aire estaba cargado de una tensión sorda, como si los objetos supieran que allí no había celebración, sino teatro.Eirin caminó por el comedor con la cabeza en alto. El vestido rojo de seda que abrazaba su figura no era elección propia: Lo había encontrado esa mañana en su vestidor, aún con la etiqueta puesta. Sin nota. Sin intención. Por el lugar donde había sido dejado, de ése se desprendía solo una orden muda: "Póntelo".Orestes Manchester ya estaba sentado al extremo de la larga mesa, con el móvil en la mano y el ceño fruncido. No levantó la vista cuando ella entró.