Me casé con un hombre que escondía una vida, un imperio… y un hijo. Eirin Brooke creía tenerlo todo: juventud, inteligencia, y un matrimonio con Orestes Manchester, uno de los hombres más poderosos del país. Pero todo cambia cuando entra a trabajar con Ethan Rusbel, un abogado brillante, peligroso… y devastadoramente atractivo. Lo que Eirin no sabe es que Ethan es el hijo ilegítimo de su esposo. Un secreto enterrado durante 27 años. Un deseo que no debería existir. Una traición que está a punto de explotar. Mientras Orestes juega con su arrogancia y con una amante en las sombras, Eirin cae en la tentación más prohibida y en un círculo de secretos ocultos sobre la vida de su esposo. Y en ese triángulo de poder, lujuria y mentiras… alguien perderá el control.
Leer másLiz pressionou suavemente o discreto botão na porta de sua limusine. O vidro fumê desceu devagar, e um sopro de ar quente, pesado e úmido como um suspiro cansado da cidade, invadiu o carro. Ela não se incomodou. Seus lábios se curvaram num sorriso enviesado, uma máscara de ironia e desprezo. Era quase inacreditável: a mulher lá fora — tão deslocada, tão patética — era sua irmã. Sua irmã gêmea.
Baixou os olhos para o dossiê repousando em seu colo: um amontoado de fotografias e anotações meticulosas que o detetive particular reunira. E ainda assim, por mais que a lógica a advertisse, algo dentro dela — talvez a vaidade, talvez a incredulidade — recusava-se a aceitar. Sim, os traços eram inegáveis: os mesmos olhos, o mesmo tom escuro nos cabelos. Mas enquanto Liz ostentava fios lisos e domados, a mulher à sua frente exibia cachos indomáveis, como se houvesse saído de um quadro esquecido do século XIX.
E o traje! Liz quase riu alto: blusa e saia longas, pesadas, sufocando-a sob aquele calor brutal. Parecia que o tempo a abandonara — ou talvez fosse ela quem se recusara a seguir adiante. Como alguém jovem, bela e esguia podia esconder-se sob tamanha austeridade? Nem mesmo as fotografias haviam preparado Liz para o choque. Era como ver um espelho rachado refletir uma versão insólita de si mesma.
Liz ajeitou-se no assento, saboreando uma pontinha de superioridade. Ela, que se disciplinava com dietas rigorosas e duas horas diárias de academia, via agora que sua irmã era ainda mais delgada, como se o próprio corpo se negasse ao prazer. Liz sorriu para si mesma. Mantinha as aparências, claro, para o marido... mas sobretudo para Dante. Ah, Dante, aquele demônio tão reverenciado pelas mulheres. Com Liz, contudo, ele se tornava um cordeirinho. Ela aprendera bem os seus truques — lições secretas vindas de Dunga, seu irmão de criação, seu cúmplice de tantas outras artimanhas. Sentiria falta deles... mas agora, havia uma última peça no jogo, e ela precisava mover-se rápido.
Respirou fundo, reuniu sua coragem e abriu a porta do carro. Os óculos escuros esconderam seus olhos calculistas enquanto cruzava o pátio da escola, onde sua irmã, sem a menor ideia do destino que se desenhava à sua volta, conversava com um grupo de adolescentes.
— Professora Alis? — chamou Liz, forçando uma doçura que não lhe era natural.
— Sim, posso ajudá-la? — respondeu a mulher, os olhos curiosos. Um detalhe chamou a atenção de Liz: uma pequena cicatriz na têmpora direita. "Nada que uma boa maquiagem não resolva", pensou, calculista.
— Com certeza poderá — disse Liz, com um sorriso enviesado. — Há algo que preciso discutir em particular...
— Claro, acompanhe-me até minha sala.
Conforme caminhavam, Liz ouviu uma garota sussurrar animada: "Ela é a cara da professora!" Liz reprimiu uma gargalhada. Jovem esperta. Sua irmã, em sua inocência pastoral, nem sequer percebera — talvez por causa dos óculos, que ocultavam metade de seu rosto. Mas os contornos dos lábios e o queixo firme eram marcas impossíveis de esconder.
A sala era um atentado aos sentidos refinados de Liz: paredes forradas de cartazes, desenhos, fotografias... vestígios do entusiasmo juvenil que tanto desprezava. "Que vida miserável", pensou com repulsa. Ela, que detestava crianças com fervor, sentia-se como uma leoa num curral de ovelhas.
— Sente-se, por favor — disse Alis, oferecendo uma cadeira simples.
Liz hesitou por um segundo, antes de acomodar-se com evidente desconforto.
— Em que posso ajudá-la? Você é mãe de algum aluno?
Liz quase se engasgou de indignação.
— Deus me livre! — exclamou, abrupta. — Estou aqui por... um motivo mais pessoal.
Alis franziu o cenho, e Liz viu-se refletida naquele gesto — uma lembrança viva, um eco esquecido de si mesma.
— Achei que me reconheceria, irmã... — sussurrou Liz, retirando devagar os óculos e revelando a face que era igual a de sua irmã.
Orestes, Nora, y Eliseo ya no representaban una amenaza, y la libertad, que siempre había estado fuera de su alcance, finalmente estaba al alcance de sus manos.El roce de la bala que la había alcanzado había dejado una marca física, sí, pero también algo más profundo se había quedado en su pecho. El cansancio emocional, las huellas de los años vividos en la oscuridad, la tensión constante de saber que, incluso en la aparente paz, siempre había algo acechando, algo que podía romperlo todo.Eiirn sentada en al entrada de la casa miraba hacia el horizonte mientras Ethan contestaba las interrogantes del comisario encargado de recoger los cuerpos de Eliseo y de Nora. Solo cuando se giró a verla notó algo extraño en su semblante. —Eirin, amor ¿cómo te sientes? —preguntó Ethan con suavidad mientras se acercaba a ella.Ella no respondió inmediatamente. Solo lo miró, buscando las palabras adecuadas. Finalmente, suspiró, bajando la mirada hacia sus manos.—Estoy bien —dijo, aunque su voz temb
Eirin, a pesar del miedo, cuando habían rodado una buena parte, encontró fuerza en su determinación. No se dejaría arrastrar nuevamente. Mientras se acercaban al auto, sintió cómo la oportunidad de escapar llegaba. En un movimiento rápido, soltó el volante y comenzó a forcejear con Nora.La reacción de Nora fue inmediata: le disparó a Eirin. El sonido del disparo resonó en el aire, pero la bala pasó cerca de su hombro, dejándola sin aliento por el dolor. El coche, fuera de control, comenzó a moverse a una velocidad alarmante antes de apagarse repentinamente en medio de la vía, dejando a ambas mujeres atrapadas en una situación aún más peligrosa.Eirin, herida, logró desabrocharse el cinturón de seguridad. Con una agilidad desesperada, salió del coche y comenzó a correr hacia el bosque cercano, buscando refugio entre la maleza, sin saber si lograría escapar.Pero la policía, más entrenada y hábil, estaba un paso adelante. Los escoltas que habían estado siguiendo desde la distancia se u
La noche caía sobre la ciudad con una suavidad inquietante. El aire fresco rozaba las fachadas de los edificios, creando una atmósfera pesada y opresiva. La silueta de Eirin se recortaba contra la luz tenue del salón, su rostro estaba marcado por la tensión de los días recientes. Había algo en el ambiente, algo que no podía ignorar, que le decía que el peligro no solo seguía cerca, sino que se acercaba a pasos agigantados.Ethan entró en el salón, fijó sus ojos en ella. El peso de lo que ambos sabían se reflejaba en su mirada. Había pasado mucho tiempo desde que habían sido libres, y la sombra de los enemigos, de los traidores que los rodeaban, no dejaba de acechar.—No me gusta cómo se siente esto —dijo Eirin con un tono de voz llena de incertidumbre, pero también de firmeza. Se había acostumbrado a vivir con miedo, pero ahora, con lo que había descubierto, con lo que sabían que estaba por suceder, ese miedo se había convertido en una necesidad apremiante de actuar.Ethan se acercó a
Días después, Eirin cerró la puerta del baño con suavidad, dejando que la quietud de la habitación la envolviera. El aire estaba pesado, denso, como si todo a su alrededor estuviera esperando una respuesta. Su respiración era rápida, irregular, como si el simple acto de pensar en lo que había descubierto la estuviera ahogando.Sobre el lavabo, varios test de embarazo estaban dispuestos en fila, todos mostrando el mismo resultado: positivo. No había duda. No podía haberla. Y, sin embargo, algo dentro de ella seguía negándose a aceptar la realidad.«¿Cómo había llegado a esto?»Se había sentido mareada las últimas semanas, pero pensó que era el estrés, las múltiples amenazas que se cernían sobre ella, el miedo constante. Sin embargo, el estómago vacío, los cambios en su cuerpo… todo apuntaba a lo mismo. A un embarazo que nunca había planeado, que nunca había deseado en medio de todo el caos.Con una mano temblorosa, Eirin recogió el test más reciente y lo observó por un segundo más, com
El eco de la puerta cerrándose con fuerza cuando Nora se fue aún resonaba en los oídos de Ethan. Él estaba de pie frente al ventanal de su despacho con los puños cerrados a los costados, la mirada fija hacia la ciudad como si pudiera contener allí el tumulto que hervía en su interior.La reunión con Nora había sido una declaración de guerra.El sonido del repicar de su celular fue lo que lo trajo al presente. Lo dejo sonar en rechazo a hablar con nadie, no estaba de ánimos, pero la insistencia de quien llamaba era tal que no le quedó más opción que volver sobre sus pies al escritorio, pues ahí lo había dejado. Al ver en la pantalla un número desconocido dudó, pero al final aceptó la llamada. —¿Esperabas que me quedara de brazos cruzados, Ethan? —el tono de su voz no le dió lugar a dudas. La prepotencia con la que pronunció esas palabras le avisó a Ethan que precisamente el objeto de sus pensamientos se había materializado al otro lado de la línea—. Eres un hombre inteligente, debería
Mientras Eirin permanecía encerrada en su habitación, Ethan estaba sumido en la incertidumbre. La luz del atardecer entraba a través de las cortinas pesadas del estudio, tiñendo la habitación con un tono dorado que, por un instante, parecía suavizar la tensión que se acumulaba en el aire. Ethan estaba sentado frente a su escritorio, mirando el documento que había encontrado entre los artículos personales de su madre, un archivo olvidado que llevaba su nombre. Todo había comenzado allí, con esa maldita carta. Había abierto un portal a un pasado que había intentado enterrar, un pasado que no solo lo afectaba a él, sino también a su madre, Eloise. Y de alguna manera, también a Eirin.Lo que Eirin le contó que Orestes le había dicho en su conversación no dejaba de resonar en su mente. El odio, la manipulación, la historia distorsionada de amor y posesión había marcado la vida de todos. Y todo lo que había hecho Orestes, todo lo que él había destruido, lo había hecho con la ayuda de la mi
Último capítulo