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El juicio que los une (2da Parte)

Llegado el día que se llevaría a cabo la primera reunión de su primer caso ante el fiscal encargado del caso de la demanda de la empresa Star Clinic Industry, N.C., Ethan y otro grupo de abogados del bufete, Eirin estaba totalmente enfocada, y nerviosa. En sus manos tal vez podría tener el futuro de la empresa de quien es su esposo, y hasta el destino de Orestes.

Por la novedad pasó toda la mañana trabajando, llegado el mediodía no había almorzado, se sobresaltó cuando cerca de las dos de la tarde se presentó su secretaria a su oficina. El leve toque de la puerta la distrajo del escrito que estaba revisando.

—Adelante —dio la autorización apenas en voz sutil.

—Buenas tardes, licenciada —la voz de Arana llamó su atención.

Levantó la mirada y ahí estaba, en sus manos tenía una bandeja con tazas y lo que parecía algo de comer tapado.

—El licenciado Rusbel me informó que usted no había salido a almorzar y pidió traerle esto. ¿Dónde se lo dejo? —le informó, dejándola sorprendida. 

«¿Dónde están los lobos que le dijo Orestes? ¿Dónde están que aún no aparecen?», inquirió en su mente curiosa.

—Déjalo allí. —Señaló una esquina de su escritorio.

—Aquí tiene además una minuta de la reunión de hoy. En una hora comenzará, le aviso un cuarto de hora antes para ayudarla a llevar su laptop —informó la chica con diligencia.

La vio alejarse y cerrar la puerta detrás de ella. Había estado tan sumergida en la revisión del caso que no sintió apetito.

Llegada la hora, al salir al pasillo, luego de que Arana se llevara su laptop, y le informara del cambio de lugar de la reunión, Eirin al dirigirse al despacho de Ethan con mirada un tanto nerviosa, notó que el bufete Rusbel & Asociados destilaba el aroma a poder contenido, a control —Tanto o más que en los espacios de Orestes—, a esa frialdad elegante que a veces escondía guerras invisibles. La tensión que se albergaba en su interior era inquietante. 

Caminó con paso firme para llegar al ascensor y luego atravesar el corredor principal hasta adentrarse en su despacho. 

Eirin llegó con esa clase de presencia que no necesita levantar la voz para hacerse notar. Vestía tonos neutros, pero nada en su atuendo era casual. Su falda lápiz gris carbón delineaba con sutileza sus curvas, ceñida sin exagerar, deteniéndose justo donde lo formal rozaba lo sugerente.

La blusa de seda marfil, ajustada con delicadeza, tenía un escote en "V" discreto que revelaba apenas la línea de la clavícula. Un lazo bajo el cuello y las mangas largas con puños abotonados aportaban un aire clásico y refinado. Encima, un blazer del mismo tono que la falda caía abierto sobre sus hombros, dejando que su figura hablara por sí sola.

Llevaba tacones negros, sobrios, silenciosos pero firmes. Su cabello, recogido en una coleta alta, dejaba al descubierto su cuello con una elegancia simple. Y su perfume, tenue pero persistente, dejaba un rastro que no se olvidaba.

Ethan la vio entrar y, por un instante, olvidó respirar. No por lujuria... sino por ese tipo de atracción que aparece cuando lo sofisticado se encuentra con lo imprevisible.

Eirin pudo ver que él estaba de pie, junto a la ventana que daba al este. El sol de la tarde entraba como una ráfaga dorada, marcando su silueta. Su postura era relajada, pero alerta. Como si todo en él estuviera preparado para el ataque. Apenas ella ingresó la vio.

—Brooke —dijo Ethan al verla entrar. No era un saludo. Era un reconocimiento.

—Buenas tardes, licenciado —respondió Eirin con calma, dejando el expediente sobre el escritorio sin molestarse en pedir permiso.

—¿Puntualidad británica o ansias de impresionarme?

—Quizá ninguna. O quizá ambas —replicó ella sin perder la compostura.

Él alzó una ceja, intrigado. Esa chispa en su mirada... le resultaba familiar. Demasiado.

—Vamos a pasar bastante tiempo encerrados en esta oficina. Me gustaría saber con qué clase de persona estoy tratando.

—¿Tratando? —Eirin arqueó ligeramente una ceja—. ¿Dirá trabajando?

—A veces es lo mismo —respondió él, tomando asiento—. Sobre todo si no le temes al fuego cruzado.

Eirin lo imitó con lentitud, sentándose frente a él y cruzando las piernas sin prisa. Su media sonrisa fue tan medida como su tono.

—Mientras el fuego no venga de mi propio equipo, no hay problema.

Ethan la sostuvo la mirada unos segundos más largos de lo necesario. Sus ojos grises, la analizaban con más de una intención. Una parte suya evaluaba su agudeza mental; otra, más visceral, notaba el detalle de su boca, la calidez de su piel, la elegancia sobria con la que su escote sugería sin mostrarse. Pero había una tercera parte —la más alerta, la más crítica— que se concentraba en lo que verdaderamente importaba: su motivo.

¿Quién diablos era en realidad Eirin Brooke?

Le había asignado ese caso con una única intención: empujarla al límite, provocarla para que reaccionara, para que dejara entrever si sus sospechas eran ciertas. Pero hasta ahora, ni un titubeo, ni una queja, ni siquiera una petición desesperada buscando explicaciones.

Nada.

Y eso era lo que más le inquietaba.

No era una mujer común. Su control no era simple disciplina, había algo más que no lograba dilucidar, y si estaba actuando, lo hacía con profesionalismo.

Y eso… lo alteraba.

—¿Sabes por qué estás aquí, Brooke?

—Porque el jefe de personal creyó que podía aportar algo a su bufete —respondió sin pestañear.

—Error. Te asignaron porque soy el único que puede manejar el tipo de egos que este juicio va a despertar.

—No entiendo qué quiere decir.

Se hizo un silencio entre ellos. Ethan no respondió de inmediato. Se acercó al escritorio, tomó asiento y deslizó unos documentos hacia ella con un gesto firme.

Sabía que estos nuevos informes la terminarían de colocar contra la pared, esa era su intención.

—Lee. Entiende lo que vamos a enfrentar. 

Mientras Eirin revisaba los documentos, Ethan la observó de reojo. Su perfil, concentrado, mostraba determinación. Había seguridad en sus gestos, en cómo pasaba las hojas con calma. Notó un leve movimiento en su mandíbula, como si masticara las palabras antes de asumirlas.

Era atractiva. No solo físicamente, aunque lo era. Había algo más: esa energía que desafiaba, como si aún no supiera cuántas veces podía caer sin romperse.

Entonces, sin pensarlo, Eirin llevó la mano desde la nuca hasta el centro de su pecho, absorta en la lectura. Un gesto natural, inocente… que para Ethan fue pura provocación. Su cuerpo reaccionó. Ella no se dio cuenta. Y eso lo hizo peor.

—¿Hace cuánto te graduaste? —preguntó él, buscando distraerse.

—Un año —respondió, sin mirarlo.

—¿Y antes?

—Vivir. Cometer errores. Casarme.

Ethan alzó la vista. Por fin. La confirmación que esperaba.

—¿Casarte?

—¿Le sorprende?

—Más bien me intriga. No tienes pinta de dejarte domar.

Ella sonrió, sin levantar la mirada.

—No todos los matrimonios son jaulas. Algunos son trampas disfrazadas de libertad.

—Interesante forma de decirlo.

—¿Curiosidad profesional o personal? —replicó, arqueando una ceja.

Ethan se inclinó hacia ella, apoyando los codos en la mesa. Estaban cerca. No demasiado. Pero suficiente para que la tensión se hiciera palpable.

—Digamos que soy bueno leyendo entre líneas. Y lo que leo en ti… no es lo que aparentas.

Eirin tragó saliva. No se apartó. Lo sostuvo con la mirada.

—¿Y qué lee?

—Deseo contenido. Frustración vestida de ambición. Y una pregunta constante: ¿cuánto puedes aguantar? Como si quisieras demostrarle algo a alguien… a tu esposo, tal vez. O a ti misma…. O quizás a mí, ¿Hay algo más de ti que deba saber? 

Ella se echó hacia atrás, despacio. Su corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de algo mucho más peligroso que no podía descifrar.

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