Mientras Eirin permanecía encerrada en su habitación, Ethan estaba sumido en la incertidumbre.
La luz del atardecer entraba a través de las cortinas pesadas del estudio, tiñendo la habitación con un tono dorado que, por un instante, parecía suavizar la tensión que se acumulaba en el aire. Ethan estaba sentado frente a su escritorio, mirando el documento que había encontrado entre los artículos personales de su madre, un archivo olvidado que llevaba su nombre. Todo había comenzado allí, con esa maldita carta. Había abierto un portal a un pasado que había intentado enterrar, un pasado que no solo lo afectaba a él, sino también a su madre, Eloise. Y de alguna manera, también a Eirin.
Lo que Eirin le contó que Orestes le había dicho en su conversación no dejaba de resonar en su mente. El odio, la manipulación, la historia distorsionada de amor y posesión había marcado la vida de todos. Y todo lo que había hecho Orestes, todo lo que él había destruido, lo había hecho con la ayuda de la mi