La noche caía sobre la ciudad con una suavidad inquietante. El aire fresco rozaba las fachadas de los edificios, creando una atmósfera pesada y opresiva. La silueta de Eirin se recortaba contra la luz tenue del salón, su rostro estaba marcado por la tensión de los días recientes. Había algo en el ambiente, algo que no podía ignorar, que le decía que el peligro no solo seguía cerca, sino que se acercaba a pasos agigantados.
Ethan entró en el salón, fijó sus ojos en ella. El peso de lo que ambos sabían se reflejaba en su mirada. Había pasado mucho tiempo desde que habían sido libres, y la sombra de los enemigos, de los traidores que los rodeaban, no dejaba de acechar.
—No me gusta cómo se siente esto —dijo Eirin con un tono de voz llena de incertidumbre, pero también de firmeza. Se había acostumbrado a vivir con miedo, pero ahora, con lo que había descubierto, con lo que sabían que estaba por suceder, ese miedo se había convertido en una necesidad apremiante de actuar.
Ethan se acercó a