Orestes, Nora, y Eliseo ya no representaban una amenaza, y la libertad, que siempre había estado fuera de su alcance, finalmente estaba al alcance de sus manos.
El roce de la bala que la había alcanzado había dejado una marca física, sí, pero también algo más profundo se había quedado en su pecho. El cansancio emocional, las huellas de los años vividos en la oscuridad, la tensión constante de saber que, incluso en la aparente paz, siempre había algo acechando, algo que podía romperlo todo.
Eiirn sentada en al entrada de la casa miraba hacia el horizonte mientras Ethan contestaba las interrogantes del comisario encargado de recoger los cuerpos de Eliseo y de Nora. Solo cuando se giró a verla notó algo extraño en su semblante.
—Eirin, amor ¿cómo te sientes? —preguntó Ethan con suavidad mientras se acercaba a ella.
Ella no respondió inmediatamente. Solo lo miró, buscando las palabras adecuadas. Finalmente, suspiró, bajando la mirada hacia sus manos.
—Estoy bien —dijo, aunque su voz temb