La fachada de cristal del bufete Rusbel & Asociados reflejaba el cielo gris de la mañana. Eirin descendía del auto con pasos firmes, envuelta en un abrigo blanco de corte recto que cubría su conjunto color perla. El pantalón de pinzas acariciaba sus tobillos y la blusa, cerrada hasta el cuello con un lazo sutil, hablaba de una elegancia medida. En su rostro, ni rastro del temblor que la sacudió horas antes. La pelea con Orestes ardía en su memoria como brasas bajo la piel, pero su decisión era firme. Hoy sería otra mujer.
Entró en el edificio con la cabeza en alto, saludando a recepcionistas y abogados con una sonrisa profesional, casi ensayada. Nada en ella delataba la tormenta interior.
—Licenciada Brooke —la recibió Arana, su asistente, con una carpeta en mano y mirada nerviosa, suponía Eirin que tal vez por la explosión de humor que presenció de Ethan—. El licenciado Rusbel preguntó por usted hace quince minutos. Le espera en su despacho.
—Gracias, Arana. Vamos a darle lo que espe