Entre líneas

Víctor Álvarez

La luz de la tarde se filtraba apenas por las persianas de mi oficina, dibujando líneas irregulares sobre los montones de documentos esparcidos por el escritorio. La placa con mi nombre: Víctor Álvarez, comandante en jefe de la Fuerza de Intervención Contra Armamento y Capitales, la FIAC. Yacía sobre la mesa brillando bajo un dorado impoluto.

Sabía lo que aquello significaba. Somos la última barrera entre la corrupción más voraz y un mundo que apenas logra mantenerse a flote. Cada decisión que tomo, cada operación que autorizo, está cargada de consecuencias que podrían derribar imperios clandestinos o encumbrar a villanos en nuevas alturas.

Hoy no era diferente. Estaba revisando informes recientes sobre movimientos sospechosos relacionados con los Lobos de Hierro, una organización que se extiende como un cáncer a lo largo del globo. Su poder no solo radica en su capacidad militar y financiera, sino en las alianzas estratégicas que mantienen con figuras de influencia: políticos, empresarios, jueces, y, sospecho, incluso partidos emergentes como el ANU. Un monstruo en formación.

Mientras recorría con la mirada los reportes, un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.

—Adelante —dije, sin levantar la vista de los papeles.

La puerta se abrió con un movimiento firme pero respetuoso. Era la teniente Lucía Ferrer, una de las mejores mentes en la FIAC. Ella siempre se destacaba por su actitud profesional, aunque últimamente notaba un aire distinto en su forma de actuar. Algo más personal.

—Comandante Álvarez —dijo, cuadrándose frente a mi escritorio y llevando su mano derecha a la sien en un saludo militar perfecto—. Solicito permiso para hablar.

—Permiso concedido, teniente Ferrer. ¿Qué trae hoy? —pregunté, dejando de lado el informe y señalando la silla frente a mí.

—Gracias, señor —respondió, manteniendo la rigidez en su postura mientras depositaba un sobre grueso sobre mi escritorio—. Este es un informe relacionado con las operaciones de ciertos casinos en manos de Lauren, ella pidió el allanamiento al Casino D' Or, propiedad de Calvin Monteverde. Es información que acaba de llegar y requiere su atención inmediata.

Tomé el sobre y lo abrí con rapidez. Los documentos estaban llenos de detalles sobre las operaciones de Calvin Monteverde, un empresario intocable cuya cadena de casinos era conocida por ser una fachada para el lavado de dinero a gran escala. Más de siete intentos de allanamiento habían sido bloqueados por órdenes judiciales sospechosas. Según este informe, el juez encargado de declinar esas órdenes había sido visto en varias ocasiones reuniéndose con miembros clave de los Lobos de Hierro.

—¿Tienen pruebas concretas? —pregunté mientras hojeaba las páginas con rapidez.

Lucía se mantuvo firme, pero su tono se volvió algo tenso.

—No directamente, señor. Según nuestras fuentes, existen fotografías que muestran al juez Rubén Llamas, reuniéndose con uno de los líderes de los Lobos. Sin embargo, esas imágenes no están aún en nuestro poder. La fuente asegura que son auténticas, pero sin ellas... sé que no es suficiente.

Me detuve un momento, sosteniendo el documento en el aire, y la miré con atención.

—Exacto, teniente. Sin pruebas, esto no es más que una suposición. Necesitamos hechos irrefutables antes de actuar. Un movimiento en falso y no solo alertaremos al juez, sino también a los Lobos de Hierro. La próxima vez que esos archivos lleguen a mi escritorio, asegúrese de que incluyan evidencia sólida.

Lucía asintió, pero no se movió. Había algo más que quería decir, y su postura rígida lo delataba.

—¿Algo más, teniente?

—Sí, comandante. Solicito permiso para participar en la próxima operación de infiltración. Según informes, en la boda de una de las cuñadas de Monteverde, habrá un operativo, ella se unirá en matrimonio con un alto empresario vinculado a los Lobos estarán presentes varios de sus miembros clave. Quiero estar ahí.

Dejé el documento sobre el escritorio y crucé las manos frente a mí, observándola con detenimiento. Sabía que esta petición venía desde un lugar emocional, no profesional. Lucía era brillante en su trabajo como analista, pero su lugar estaba detrás de una pantalla, no en el campo.

—Teniente Ferrer, su solicitud queda denegada. Usted pertenece al área de inteligencia, no a las operaciones de infiltración. En este tipo de misiones, cada miembro debe estar entrenado específicamente para manejar situaciones extremas. Su experiencia es valiosa, pero en otro contexto. ¿Entendido?

Lucía tragó saliva, asimilando mis palabras, y asintió con una expresión que mezclaba respeto y resignación.

—Entendido, comandante. Solicito permiso para retirarme.

—Permiso concedido.

Hizo un saludo impecable antes de darse la vuelta y marcharse de la oficina. La observé mientras cruzaba el umbral, y un pensamiento sombrío cruzó mi mente. Desde que los Lobos de Hierro le arrebataron a su esposo y a su hija en una represalia despiadada, Lucía había transformado su trabajo en una cruzada personal. A veces, esa pasión se traducía en resultados excepcionales, pero otras veces temía que la llevara a cometer un error irreparable.

Susurré para mí mismo mientras la puerta se cerraba:

—Quizás debería considerar reasignarla a otro proyecto. Esto no es justicia para ella; es una guerra emocional que podría destruirla.

Volví mi atención al informe, pero las palabras de Lucía seguían resonando en mi cabeza.

La operación en la boda sería crítica. Si los informes eran ciertos, podríamos obtener información invaluable sobre las operaciones de los Lobos de Hierro y podríamos sacar información sobre su implicación con varios casinos de Élite, de momento, Bruno Delacroix, iba en la cabeza, era intocable y peligroso, pero estaba tan bien blindado que no teníamos nada contra él, sin embargo, hemos sabido de que Monteverde estuvo en sus casinos no hace mucho y nos interesa saber si ellos están uniendo fuerzas…. Pero también sabía que cada paso debía ser calculado. No podía permitir que emociones personales nublaran el juicio de ninguno de mis agentes.

El peso de mi cargo recaía sobre mí como una losa. Si fallábamos en esta misión, no solo perderíamos la oportunidad de desmantelar una red global de corrupción; también daríamos más poder a aquellos que desean someter al mundo bajo sus propias reglas.

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