Mundo ficciónIniciar sesiónBruno
“La tienen”. Aquellas palabras fueron como un trueno respaldado por un relámpago y en ese instante desaparecieron. Me querían a mi, pero ya se habían ido o al menos no estaban dando la cara. Cindy estaba en manos de la FIAC. Eso era lo único que importaba. Cindy no era débil. Y por primera vez, eso no era suficiente. Caminé de un lado a otro, como un animal enjaulado. No porque estuviera atrapado físicamente. Eso nunca. Pero por dentro, algo me roía, un tipo de furia que no podía disparar ni enterrar bajo tierra. La impotencia no me quedaba bien. No sabía qué hacer con ella. Nunca había tenido que lidiar con este vacío… con esta necesidad de que alguien estuviera bien, de que alguien siguiera respirando, no por lo que significaba para mis planes, sino por lo que significaba para mí. Cerré los ojos un segundo. No para encontrar paz. No había paz que buscar. Solo estrategia. Si tocan un solo cabello de su cabeza… No terminé el pensamiento. No hacía falta. La respuesta ya estaba escrita en sangre en algún rincón de mi mente. Iba a sacarla de allí. Sin importar quien muera. Era cuestión de minutos. El aire estaba cargado de tensión. En la sala de operaciones, cada movimiento era rápido y preciso, pero no lo suficiente para mi gusto. Cada segundo que Cindy pasaba en manos de esos hijos de puta de la FIAC era una daga que se clavaba más profundo en mi paciencia. Mis hombres lo sabían. Sentían mi rabia contenida en cada palabra que soltaba. Ellos conocían mi reputación, y sabían que cuando estaba así, alguien iba a pagar. Muy caro. El holograma del maldito complejo de la FIAC brillaba sobre la mesa central. Sus sistemas de seguridad, sus muros, sus hombres… Todo estaba ahí, desglosado como una puta anatomía en clase de biología. Pero esto no era un ejercicio. Esto era una guerra. Una guerra que yo iba a ganar. Ellos se atrevieron a tocar a Cindy. Y yo iba a arrasar con ellos. —¿Dónde m****a está El Colmillo? —espeté sin apartar los ojos del mapa tridimensional. —Aquí estoy —respondió una voz grave y rasposa detrás de mí. El Colmillo entró en la sala con su andar despreocupado, pero yo sabía mejor que nadie que no había un hombre más despiadado que él cuando se trataba de hacer el trabajo sucio. —Dime que tienes algo útil —le dije, girando hacia él. Mis ojos se clavaron en los suyos como si pudieran atravesarlo. El Colmillo se acercó a la mesa y señaló el holograma con el dedo. —Tenemos sus puntos débiles. Aquí, en el flanco norte, los sensores son más débiles. Y aquí, en el acceso subterráneo oeste, hay un túnel de mantenimiento. Pero no te voy a mentir, Bruno, estos cabrones están preparados para la guerra. Torretas automáticas, misiles tierra-aire, drones bomba… La lista sigue. Gruñí. El Colmillo sabía que no me importaba una m****a cuántas defensas tuvieran. —¿Dónde tienen a Cindy? ¿Es correcto el rastreador? —Mi voz salió como un rugido contenido. —Sí. Subsuelo tres, ala oeste. Cámaras térmicas confirman que está viva, pero no sabemos en qué condiciones. Es solo una suposición, es donde suelen llevar a los que interrogan. Mis puños se cerraron. La ira ardía en mi interior, pero no podía darme el lujo de perder el control. No ahora. —Bien. Escucha, Colmillo, esto es lo que vamos a hacer. —Señalé el mapa mientras hablaba, mi voz cortante como una cuchilla—. Vamos a atacar por tres frentes. El Colmillo asintió, sus ojos brillando con ese destello de emoción que siempre tenía antes de un enfrentamiento. —El equipo aéreo será el primer golpe. Quiero cinco Black Hawks armados con misiles Hellfire. También usaremos avionetas ligeras para lanzar paracaidistas directamente en el corazón del complejo. Quiero que esos cabrones estén tan confundidos que no sepan por dónde les viene el golpe. El Colmillo esbozó una sonrisa oscura. Mientras Thor me miraba asintiendo como si aprobara mi idea, el no iría pero tenía todo su ejército a mi disposición. —Eso puedo hacerlo —dijo el Colmillo. —El segundo frente será el terrestre —continúe—. Ciento cincuenta vehículos blindados, incluidos tanques ligeros. Entrarán desde el este, arrasando con cualquier cosa que se mueva. Quiero que suelten a los canes por esta zona, y a los lobos por la contraria. Si alguien intenta escapar por los bosques, quiero que los despedacen. —Oh, si esto suena bueno —saboreó El Colmillo. —El tercer frente será el más importante: la infiltración. Quiero un equipo de setenta hombres de élite conmigo. Vamos a entrar por ese túnel de mantenimiento en el acceso oeste. Vamos a volar las puertas con explosivos y abrirnos camino hasta el subsuelo tres. Y escucha bien, Colmillo… —Me acerqué más, mi voz baja pero peligrosa—. La quiero viva, si no es así si pasa algo quiero la masacre más grande del mundo, quiero que mueran todos. Si alguno de esos hijos de puta pone una mano sobre ella, quiero su cabeza en una bandeja. No me importa quien muera, no me importa quien sea. Por liberarla que muera quién sea. El Colmillo asintió con seriedad. —Entendido. —¿Qué hay de los refuerzos de la FIAC? —pregunté. —Tienen un contingente a unos cien kilómetros de la base. Llegarían en cuarenta minutos, tal vez menos. —Entonces tenemos treinta minutos para destruir todo antes de que lleguen. Quiero aviones interceptándolos en el aire si intentan acercarse. Si alguien respira en esa dirección, lo quiero muerto. Y los helicópteros no se asomarán a menos que se de la orden. Me alejé. El Colmillo comenzó a dar órdenes a los distintos equipos mientras yo repasaba mentalmente cada detalle del plan. No había margen para errores. Esto no era una simple operación. Era una declaración. La sala estaba en un frenesí controlado. Los helicópteros se preparaban en el exterior, los motores rugiendo como bestias hambrientas. Los hombres cargaban armas, ajustaban chalecos tácticos, verificaban comunicaciones. Los vehículos blindados se alineaban en formación, listos para moverse. Un soldado joven se me acercó con un chaleco táctico y un rifle de asalto. —Señor, su equipo está listo. Tomé el chaleco y lo ajusté rápidamente. El peso del arma en mis manos era reconfortante, —Colmillo —llamé. —¿Sí? —Haz que todos entiendan algo. Esto no es una negociación. Esto es una ejecución. El Colmillo sonrió, esa sonrisa siniestra que siempre significaba problemas para quien estuviera en el lado equivocado. —Claro que sí. El convoy comenzó a moverse. El rugido de los motores, el estruendo de las hélices de los helicópteros, el eco de las órdenes gritadas… Todo era un preludio del caos que estaba a punto de desatar. Cada kilómetro que nos acercaba al complejo hacía que mi rabia aumentara. Cindy estaba ahí, esperándome. Yo iba a sacarla de ahí. Y cualquiera que se interpusiera en mi camino iba a conocer el verdadero significado del infierno.






