CindyEl día siguiente fue más tranquilo hasta que llegó la noche. Rocío caminaba a mi lado, en silencio, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero. Sus botas resonaban contra el pavimento agrietado, marcando el ritmo de nuestra marcha. Yo llevaba un abrigo viejo, el cierre roto, y trataba de mantener la cabeza baja mientras pasábamos por las esquinas más oscuras. A estas horas, el vecindario no era precisamente acogedor, pero ya estábamos acostumbradas.El camino al casino era un recorrido extraño, casi surrealista. Salías de un lugar donde los grafitis cubrían cada superficie y los postes de luz apenas se mantenían en pie, y, en cuestión de minutos, las calles comenzaban a cambiar. Las fachadas de los edificios pasaban de estar llenas de grietas y moho a lucir impecables, con ventanales grandes que dejaban ver interiores bien iluminados. Los callejones oscuros y las tiendas con rejas oxidadas eran reemplazados por cafeterías elegantes y escaparates llenos de man
Leer más