Brenda
El eco de mis tacones resonaba con autoridad en el silencio del salón VIP. Quince chicas estaban formadas en fila frente a mí, con la espalda recta y las manos cruzadas frente al cuerpo. Sus uniformes impecables, con faldas ajustadas y blusas entalladas, no lograban esconder la tensión que les recorría. Sabían que cuando yo las llamaba a una reunión como esta, no era para darles cumplidos. El ambiente olía a perfume caro y miedo. Cruzándome de brazos, caminé lentamente frente a ellas, dejando que el silencio se alargara. Me detuve frente a una de las chicas, mirándola fijamente, solo para disfrutar el nerviosismo que provocaba. Luego me giré y hablé, mi tono seco y contundente: —Lo que pasó anoche fue un desastre. Un maldito desastre. Y no porque ustedes fueran responsables directas, pero su trabajo aquí no es solo llevar copas o recoger fichas. Su presencia aquí es para garantizar que todo fluya, que los clientes estén contentos y, sobre todo, que no haya problemas. Y ayer, señoras, fallaron. Una chica en el extremo derecho tragó saliva ruidosamente. Me giré hacia ella, clavándole la mirada, y sonreí con una frialdad calculada. —¿Tienes algo que decir, Sonia? —pregunté, arqueando una ceja. —No, señora —respondió, su voz apenas un susurro. —Eso pensé. Continué caminando, el eco de mis tacones llenando el vacío del salón. Las chicas seguían con la mirada fija al frente, inmóviles como soldados en formación. Solo yo tenía permiso para moverse aquí. —Eso de que un cliente le disparara a otro porque perdió no puede volver a ocurrir, la FIAC tiene al casino en la mira y eso no nos convienen, a menos que quieran irse derechito a la calle. Si la chica que se encargaba de esa mesa estaba percibiendo que la tensión estaba aumentando debió informar. Aseveré. —Las cosas van a cambiar. —Hice una pausa, dejando que mis palabras calaran—. A partir de hoy, la seguridad será nuestra prioridad número uno. No quiero ver a ninguna de ustedes distraídas, coqueteando con los clientes o haciendo tonterías que puedan provocar otro incidente como el de anoche. Mi voz se endureció, y los ojos de algunas comenzaron a llenarse de pánico. Perfecto. —Habrá más guardias en las entradas, las mesas estarán vigiladas constantemente, y si alguna de ustedes ve algo sospechoso, inmediatamente me lo informará a mí o a Frédéric. ¿Entendido? Un murmullo casi inaudible de afirmaciones siguió a mi pregunta. Eso no me complació. —¿Entendido? —repetí, esta vez con más fuerza. —¡Sí, señora Brenda! —respondieron al unísono. Asentí con satisfacción, pero antes de continuar, escuché el chirrido de la puerta al fondo de la sala. Todas las chicas se tensaron aún más, sus ojos permaneciendo fijos al frente, como si ignorar lo que pasaba fuera lo mejor. Yo, en cambio, giré la cabeza con un movimiento decidido. No toleraba interrupciones. Cindy, entrando apresurada, con el rostro ligeramente sonrojado. Su cabello, perfectamente peinado, y su uniforme impecable no lograban disimular que estaba fuera de lugar. Su mirada recorrió a las demás chicas, confusa por la formación, y al darse cuenta de la tensión en el ambiente, se colocó rápidamente al final de la fila, intentando mezclarse. Aplaudí. —Cindy —Mi voz cortó el aire como un cuchillo. Comencé a caminar hacia ella con pasos lentos, como un depredador acechando a su presa—. ¿Puedo saber por qué llegas tarde? Cindy levantó la mirada, tratando de mantener la compostura, pero noté cómo sus manos se tensaban ligeramente. No mucho, pero lo suficiente para que yo lo disfrutara. —Tuve un imprevisto. Miré el reloj, solo había pasado 1 minuto de retraso, pero, a mí me gustaba que llegaran 15 minutos antes de empezar la jornada. Era su tercer día y ya estaba llegando tarde. Esa confianza que parecía brotar de ella como si no supiera que estaba bajo mi control. —Un imprevisto —repetí, inclinando la cabeza ligeramente mientras la evaluaba. El silencio en la sala se hizo más pesado, como si el aire mismo estuviera esperando el enfrentamiento. —¿Crees que esto es un parque de diversiones donde puedes aparecer cuando te apetezca? Ella levantó la barbilla. —No. Señora. —¿Entonces? —Fue un imprevisto. Ya lo he dicho. —¿Un imprevisto? —volví a decir con un tono gélido, ladeando la cabeza como si evaluara su valor. Me incliné un poco hacia ella, lo suficiente para que solo ella pudiera escuchar el filo de mis palabras—. ¿Y cuál es tu excusa? ¿Te rompiste una uña? ¿O acaso te costó encontrar un atuendo que no pareciera salido de un mercadillo? Cindy apretó los labios un segundo, pero no desvió la mirada. —Si quiere saberlo, mi "excusa" fue algo más importante que cualquier comentario vacío sobre mi ropa. Así que le pido respeto. El descaro de su tono fue suficiente para que mi mandíbula se tensara. Su mirada fija en la mía era como una declaración de guerra, pero sin alzar la voz, sin dramatismos. —¿Ah, sí? —pregunté con veneno en la voz, dando un paso más cerca. Mis palabras eran cuchillas—. ¿Qué puede ser tan importante para hacerte llegar tarde aquí, al lugar que paga tus cuentas? —Algo personal —dijo. —Pues dilo —ordené. Ella respiró profundamente, su postura firme, su voz tan tranquila como siempre, pero con una fuerza que parecía desafiarme a probarla. —Mis compañeras no tienen por qué saber mis asuntos privados. Pero le aseguro que no volverá a pasar. Mis ojos se entrecerraron. Era como si cada palabra suya estuviera diseñada para encender una chispa en mi interior, para recordarme por qué no la soportaba. Esa actitud, esa forma de hablar como si no le importara lo que yo pensara, como si tuviera derecho a ocupar mi espacio. —Claro que no volverá a pasar —espeté, enderezándome y alzando la voz lo justo para que las demás pudieran escuchar—. Porque aquí nadie está por encima de las reglas. Y si piensas que con tu cara bonita puedes ganarte un pase libre, estás muy equivocada, Cindy. La fila de chicas permanecía en silencio absoluto. Algunas miradas se cruzaron, pero nadie se atrevió a moverse. Cindy no bajó la cabeza, no mostró vergüenza, y eso me irritaba más que cualquier cosa. —¿Algo que agregar? —le pregunté, dejando un espacio suficiente para que mis palabras calaran como un desafío. Cindy me sostuvo la mirada un segundo más, luego bajó apenas la barbilla, no en señal de sumisión, sino como si estuviera evaluando qué decir. —Solo que sus reglas son claras. Como también lo es el hecho de que estoy aquí, lista para trabajar. Su voz no flaqueó, y su tono no dejó espacio para burlas. No necesitaba ser grosera; su firmeza era su arma. Pero esa respuesta, tan medida, tan directa, era peor que un insulto. Era como si me dijera: "Aquí estoy, y no puedes con esto". Respiré hondo para contener la furia que comenzaba a hervir en mi interior. —Sal de la formación —ordené finalmente, con un tono que no admitía réplica. Cindy dudó un segundo, pero al final obedeció. Su paso fue firme, sin un atisbo de arrepentimiento, como si no hubiera perdido la batalla, solo decidido retirarse. Volteé hacia Dayana, la chica que ocupaba mi lugar cuando no estaba. —Dayana, acompáñala al almacén. Desde hoy, Cindy irá a la zona común. Dayana, con los ojos ligeramente abiertos por la sorpresa, intentó responder. —Pero... fue Frédéric quien dio la orden de que estuviera en la zona VIP. La rabia en mi pecho aumentó al escuchar ese nombre. —Dayana, ¿quién es la encargada hoy? ¿Frédéric o yo? —Mi tono fue tan cortante que hizo que ella se tensara al instante. —Usted, Brenda. —Entonces obedece. Cindy me lanzó una última mirada antes de girarse para seguir a Dayana.