La noche se extendía como un manto de terciopelo negro sobre el territorio de la manada. El bosque, usualmente lleno de vida y sonidos, parecía contener la respiración, como si hasta la última criatura sintiera la amenaza que se cernía sobre nosotros. Las estrellas brillaban distantes, indiferentes al drama que se desarrollaba bajo su luz plateada.
En el centro del claro, los ancianos habían dispuesto un círculo de piedras antiguas, cada una marcada con símbolos que parecían vibrar con vida propia cuando la luz de las antorchas las iluminaba. El ritual para contener el poder de los trillizos requería una preparación meticulosa, y cada miembro de la manada tenía una tarea asignada. Algunos recolectaban hierbas específicas, otros preparaban ungüentos y brebajes siguiendo recetas transmitidas por generaciones.
Observé a mis hijos desde la distancia. Mikael jugaba con una pequeña rama, haciéndola flotar sin tocarla, ajeno al peligro que representaba su propio poder. Elias permanecía senta