El claro del bosque estaba colmado de murmullos y miradas cargadas de incertidumbre. La manada se había reunido nuevamente, y el aire se había vuelto un campo de batalla invisible, lleno de tensiones que ni la calma aparente podía disimular. Cada rostro reflejaba una mezcla de esperanza frágil y desesperación punzante, como si estuviéramos al borde de un precipicio, sin certezas de hacia dónde nos llevaría el siguiente paso.
Kael estaba a mi lado, fuerte y firme, pero en sus ojos podía ver el peso que esa responsabilidad le arrebataba. Mi corazón se oprimía al pensar en los trillizos, en el destino que se cernía sobre ellos como una sombra interminable. Y fue justo en ese momento, cuando creí que ya nada podía sorprenderme, que llegó la verdad más oscura.
—Hay algo que no les hemos contado —dijo el anciano, su voz grave resonando en el silencio—. Uno de los trillizos tiene una conexión directa con la fuente de esta fuerza oscura. No solo eso: su poder puede ser la llave que abra el po