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CAPÍTULO 7: REINA DE HIERRO, SOMBRA DE HUMO

Cuando el sol apenas asomaba, con el cielo teñido de gris acero, un vehículo negro se detuvo frente a la propiedad. De él descendió un hombre alto, rubio, de ojos azules, ancho de hombros, con mirada de soldado y pasado en las botas.

Nick Walton.

El ex de Isabella. El hombre que las había rescatado más de una vez, y que aún olía a guerra.

—Sigues siendo arriesgada, Alessa —dijo al verla en la entrada, vestida con ropa de entrenamiento—. Isa decía que eso era parte del encanto… hasta que se ponía peligroso.

Ella no sonrió, pero sus ojos se suavizaron.

—Si me rompes un hueso, no le diré nada a Isa.

—Mejor no lo hagas. Ella me haría comer polvo. Aunque es muy tentadora la idea entrenarla a ella fue uno de los mejores momentos… pero, tú eres uno de sus valiosos tesoros. Además, ya me va a odiar al saber que visité Italia y no fui a verla.

—Ja, ja, ja… seré una tumba. Aunque admito que verlos entrenar era fantástico y romántico. Siempre terminaban con la cara llena de polvo, tú limpiándole el rostro y dándole un beso… y ella aprovechando la distracción para darte el último golpe y derribarte.

Nicholas sonrió con melancolía al recordar el momento.

—Sí, siempre ha sido astuta y con un carácter del demonio. Aún recuerdo el golpe que me dio cuando se enteró de que era un agente encubierto. Aunque, a decir verdad, más me dolió esa expresión de decepción en su rostro. Por primera vez sentí lo que era el dolor… sentir que te aprietan el corazón hasta que quieres llorar.

Alessa, respiro pesadamente. — Realmente lamento mucho lo que paso con ustedes Nick mi hermana quedo destrozada cuando la obligaron alejarse para que vivieras.

Si, lo sé. Pero en fin, a lo que vine. Dejaré mis cosas y nos vemos en unos minutos. No hay tiempo que perder.

Nick, entró a la mansión seguido de Alessa. El mayordomo lo llevó a la habitación que ocuparía. Sostuvo a la pequeña Gabriela unos minutos y luego salieron al jardín sur, donde todo estaba listo para el primer día de entrenamiento.

El jardín, antes un oasis de calma en la villa, ahora se había convertido en un campo de batalla.

Los rosales estaban cercados con lona negra. Las estatuas, cubiertas con sábanas, como si se negaran a presenciar la violencia. Y en el centro, sobre la hierba húmeda, Nick esperaba. Brazos cruzados, mirada de acero, camiseta gris manchada de tierra y sudor.

—Empezamos con táctica —dijo, arrojando un cuchillo de entrenamiento a los pies de Alessa—. Si quieres sobrevivir, tienes que dejar de pelear como princesa y empezar a pensar como depredadora.

Alessa lo recogió sin decir palabra. Su mirada era otra. Ya no estaba herida: estaba determinada.

—Primer escenario: emboscada. Supón que estás en una casa desconocida, armada con un solo cuchillo y sin salida visible.

Nick se lanzó primero.

Ella giró, esquivó por poco e intentó clavarle el cuchillo en el costado. Él la desvió con el antebrazo y la empujó contra el suelo.

—Muy lento. Te maté tres veces antes de que parpadearas —gruñó.

Alessa escupió a un lado, se levantó y retomó posición.

—Otra vez.

Durante una hora repitieron la secuencia, cada vez más rápido, más agresivo. Nick le enseñó a moverse con el entorno, a usar un zapato como arma, a esconder una navaja en la manga, a girar sobre el hombro roto sin emitir un solo gemido.

— ¿Isa aguantaba esto? —preguntó ella, jadeando, con los labios rotos.

—Isa lo superaba. Una vez se partió dos costillas y siguió luchando porque quería protegerte.

El silencio entre ellos pesó. Luego, Nick aplaudió.

—Ahora, resistencia.

La hizo correr diez vueltas por el perímetro de la villa, bajo el sol ardiente de Sicilia, cargando un saco de arena en la espalda.

— ¡Más rápido! —gritaba—. ¡Ese saco es Gabriela cuando corras por su vida!

Cuando cayó de rodillas, sin aire, él no la ayudó. Solo arrojó una botella de agua a su lado.

—Levántate sola. Siempre sola. Porque nadie vendrá a salvarte si fallas.

Los días siguientes fueron una danza entre sudor, golpes y recuerdos.

Nick no tenía piedad. Cada movimiento, cada técnica, era corregido con firmeza. Alessa caía, se levantaba, sangraba por los nudillos… pero resistía. Porque por dentro ardía.

— ¿Recuerdas cuando Isa se negó a usar armas? —preguntó él una mañana, mientras practicaban desarmes cuerpo a cuerpo.

—Y tú le enseñaste igual, pero con pintura en vez de balas —respondió Alessa entre jadeos.

Nick rió.

—Terminamos cubiertos de azul y verde. Parecíamos soldados de juguete.

—Nunca dejó de amarte, Nick. Fuiste, eres y serás lo bonito… la luz en la oscuridad —susurró ella mientras se incorporaba—. La calma después de la tormenta. Si tu vida y tu carrera no hubieran estado en peligro, créeme que estaría a tu lado.

Él bajó la mirada.

—Y yo tampoco, ni dejé de cuidarla… desde lejos. Y créeme, no juzgo su decisión. La presión que ejercieron tus padres sobre ella fue dura. Isabella prefirió irse lejos, ocupar su puesto en el negocio y dejarme atrás para mantener a más de uno con vida… aunque por dentro ambos hubiéramos muertos.

Alessa tragó saliva. El silencio se hizo denso. Hasta que Nick sonrió con una picardía que brilló en sus ojos y dijo:

—Aunque, después de todo… sus labios tienen el mismo sabor.

Alessa abrió la boca en señal de sorpresa y sonrió.

—No lo puedo creer. No me contaron esa parte. ¿Cuándo ocurrió?

—Cuando la ayudé a rescatar a Marco. Debo confesar que, si esa noche mi celular no hubiera timbrado con una nueva misión… —la palabra quedó suspendida en el aire, junto con la sonrisa del hombre—. Vamos, pequeña. Dejemos los recuerdos atrás, es hora de descansar.

—Qué ingratos. No lo puedo creer: un beso, ¡y no me enteré! —dijo Alessa, fingiendo molestia mientras lo seguía al interior de la mansión.

Al tercer día salieron al control pediátrico con Gabriela. La sensación de ser observada había disminuido un poco. Por su parte, Thiago solo observaba desde lejos mientras coordinaba los negocios con Antonio y, de vez en cuando, contestaba una que otra llamada misteriosa.

Cuando regresaron, compartieron momentos en el jardín junto a Antonio y hablaron del bullicio de la ciudad de Nueva York.

Al anochecer vino la práctica de tiro. Él quería que se adaptara a cualquier posible escenario.

Nick colocó cinco siluetas metálicas al final del jardín. Distancia: treinta metros. Condición: disparar sin respirar, luego moverse en zigzag y disparar de nuevo.

— ¿Lista?

—Nunca.

Pero lo estaba.

El primer disparo dio en el hombro. El segundo, en el pecho. Falló el tercero. Luego giró sobre una rodilla, disparó hacia atrás, y el último proyectil dio justo en la frente de la silueta.

Nick silbó con admiración.

—Tienes la puntería de tu padre.

—No quiero ser como él.

—Entonces dispara mejor. Pero no más suave.

Alessa cargó el arma y, de pronto, algo al final de los árboles se movió. Esa sensación regresó.

Alguien estaba allí, observándola desde la penumbra. Sin decir nada, en un movimiento rápido apuntó el arma y comenzó a disparar mientras avanzaba en dirección al bosque.

Nick no preguntó. Le quitó el seguro al arma y la cubrió.

Cuando llegaron al límite de la villa, encontraron solo unas gotas de sangre gravitando sobre el césped y las hojas.

— ¿Qué m****a fue todo esto, Alessa? —preguntó Nick, tensando la mandíbula.

—Es solo el pasado que ha venido de la tumba a perturbarme. Pero esta noche… descubrí que sangra.

Thiago y los hombres de seguridad, alertados por los disparos, llegaron de inmediato. Rodearon el área, atentos, formando un cerco protector.

Alessa alzó la mirada y vio a Thiago.

—Despliega a los chicos. Encuentra al dueño de esa sangre… y tráelo ante mí.

Thiago le dio una mirada a Nick y luego a Alessa. Asintió y comenzó a girar órdenes mientras ambos regresaban a la mansión.

Horas después, ya duchados y cambiados, Thiago volvió con el informe: no había tenido éxito en la búsqueda.

Alessa, con Gabriela en brazos y Nick siguiéndole los pasos, salió al jardín principal. Las luciérnagas flotaban entre las ramas. Nick se sentó en el borde del pozo y miró al cielo.

Alessa se le unió, con la pequeña extendiendo sus manitas al aire.

— ¿Por qué sigues ayudándonos? ¿Por qué no buscaste a alguien especial?

Nick no la miró. —Porque fue la mujer que me enseñó el significado de amar. Y porque, aunque no lo diga por respeto a su familia, solo esperaba que él lo arruinara… que la volviera a enviar a mis brazos tan rota y vulnerable como la primera vez. No te negaré que después de ella han existido otras mujeres, pero no es igual Alessandra. Después de que el deseo es saciado, regresa ese vacío que deja una reina cuando ya no está, es reina se clavó en mis huesos y por más que intente no la puedo sacar y de una manera sé que ella tampoco.

Alessa sonrió y dijo: —Por eso no dejaste entrar a otra chica en tu vida, para poder volver a ella cuando quisieras y sin hacer daño a terceros… aunque la vieras de lejos con otro.

—La llevo conmigo cada vez que disparo, cada vez que respiro, y cada vez que salvo a alguien que ha sido lastimado.

Nick le entregó una cajita de madera de caoba. Dentro, una pistola Glock con las iniciales: “A.M.”

—Ella me pidió que te la diera hace cuatro años en Nueva York, si alguna vez… decidías luchar más allá de tu habilidad con las computadoras y la tecnología.

Alessa la apretó con fuerza.

Y supo, sin decirlo, que había cruzado la línea. Ya no había marcha atrás.

Había nacido una reina de guerra.

Durante esa semana, la villa se había convertido en un campo de entrenamiento. Y mientras Gabriela dormía, su madre renacía.

El día de la despedida llegó sin ceremonia. Nick tomó su mochila. Llevaba ya los rastros de las batallas compartidas en la piel.

—Ahora sí eres peligrosa —le dijo, mientras la abrazaba con un brazo y le revolvía el cabello, como si aún fuera una niña. Luego se inclinó y depositó un suave beso sobre la frente de Gabriela, que, inocente de lo que ocurría a su alrededor, le regaló una sonrisa.

—Ya lo era. Solo que no lo sabía.

—Cuida a esa hermosura. Y cuando veas a Isa, y comience a hacer berrinches porque no fui a verla, dile que sigo siendo suyo.

Alessa sonrió y respondió: —Ella lo sabe… pero se lo diré, solo para ver esa sonrisa tonta en su cara.

—Dilo en voz alta. Francesco suele espiar detrás de la puerta.

Alessa sonrió y negó con la cabeza, mientras lo veía caminar hacia el auto.

Nick se alejó sin mirar atrás. Así era él: un fantasma que solo aparecía cuando se le necesitaba.

Un caballero en uniforme… que cuidaba a las reinas rotas.

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