El sol asomaba tímidamente sobre el horizonte, derramando una luz dorada que apenas rozaba los ventanales del hospital. La noche había dejado tras de sí un rastro de emociones convulsas, y el amanecer llegaba sin promesas, solo con preguntas.
Greco permanecía sentado al lado de Dante, en la Unidad de Cuidados Intensivos. El silencio entre ellos era denso pero cálido, como el de dos guerreros que han sobrevivido a la misma batalla, aunque desde trincheras distintas. Dante había vuelto del abismo, pero su cuerpo seguía atrapado en una fragilidad brutal. Tenía los ojos abiertos, fijos en el techo, como si el mundo real aún no terminara de parecerle real.
—La escuché, Greco —murmuró Dante con voz ronca—. Su grito... justo antes de abrir los ojos. Era como si su dolor me hubiera llamado desde el otro lado.
Greco apretó los labios y asintió.
—Luciana está bien... pero el bebé tuvo complicaciones. Lo están estabilizando. Y ella... se desmayó del esfuerzo.
Dante cerró los ojos con fuerza, com