La villa estaba en calma, iluminada por luces cálidas. Los gemelos dormían en su cuna, y desde la terraza se escuchaba el suave sonido de la fuente en el jardín. Arianna estaba sentada allí, envuelta en una manta, mirando el agua como si buscara respuestas.
Nonna Vittoria apareció con dos tazas de té humeante y se sentó junto a ella.
—Si sigues mirando así, vas a terminar viendo lo que no quieres ver.
—A veces me pregunto si ya lo estoy viendo.
Nonna le entregó una taza, y Arianna bebió un sorbo, intentando calmar el nudo en su garganta.
—Nonna… yo vivo en dos mundos. Uno es el de mis hijos… donde todo es ternura, risas y manos pequeñas. El otro… es el de Greco. Y ese huele a pólvora, a sangre… y a muerte.
—Ese es el precio de amar a un hombre como él. No puedes sacarlo de ese mundo… pero puedes darle un motivo para volver.
—No quiero que se sienta débil por amarnos… pero tampoco quiero que se convierta en piedra. No sé cómo ayudarlo a pelear sin que olvide por qué lo hace.
—No lo ayu