Antonella Luigi está casada, legalmente casada con un hombre que conoció un año y algunos meses atrás. Ella descubrió la razón de su matrimonio: una herencia por cobrar. Vicenzo Luigi, tuvo una condición para que pudiera cobrar su herencia: casarse con una mujer virgen y de buena familia. Antonella no pudo creer que todo su matrimonio fue una farsa. Su marido la había utilizado. Su hermana siempre le dijo que el matrimonio, toda su relación seria un fracaso. Vicenzo le llevaba diez años de diferencia. Él tenía 33 y ella 23 cuando le conoció. Escapó de un matrimonio falso pero que le destruyó. Ahora Vicenzo, un año después, no quería darle el divorcio. Ellos llevaban todo un año separados, ella se fue tan pronto supo la verdad sobre su relación. Irse donde Nápoles fue lo más difícil que hizo en su vida, abandonar a Vicenzo, dejar atrás su vida…pero nunca su amor por él. Ella seguía amándole, y firmar el divorcio iba a destruirla, pero al menos ella seria libre. Libre del embrujo Luigi. Sin embargo, él tenía otros planes para ella: una propuesta, una condición para firmarle los papeles del divorcio. ¿Será que ella accede? ¿Perderá por completo su orgullo?
Leer másEstaba nerviosa.
Regresar a esa ciudad donde había tenido tantas palabras que ahora se daba cuenta que solo eran lanzadas al viento dichos sin sentido sin sentirlas
Ahora un año después se daba cuenta que todo había sido una mentira.
Única que se había enamorado había sido ella.
Se dio cuenta muy tarde de qué la diferencia de edad no era un jodido mito.
La diferencia de edad podría destruir una pareja que se creía enamorada.
Y Antonella comenzó a entender después de unos meses qué la culpa había sido de ella desde el primer momento.
Su hermana mayor se lo dijo una y mil veces:
—Es un buen partido pero estás destruyendo tu vida para armar la de otra persona.
Y joder, cuánta razón tuvo.
—Estimados pasajeros, bienvenidos a Napoles, por favor, mantengan colocado su cinturón de seguridad hasta que aterricemos por completo.
Antonella se quedó leyendo su revista de variedad concentrada como si fuese una orden de vida o muerte. No quería mirar por la ventanilla, se lo había estado repitiendo desde que salieron de España esta tarde. No quería mirar porque temía ver la ciudad en la que había compartido tantos recuerdos bonitos, donde se había sentido amada.
Más amada que nunca.
Llevaba todo un año intentando olvidar, iniciar una vida donde ella fuera la dueña de sus acciones.
Que tonta.
No era dueña de nada.
De lo único que era dueña era de su propio cuerpo y ahora eso lo ponía en duda considerando que aún, pasado tantos meses, seguía sin poder olvidar a Vicenzo.
—Niña bonita, ¿Está usted bien? – la mujer en el asiento de al lado le tomó la mano y la apretó ligeramente. Debía tener unos setenta, talvez menos. — Parece que le tienes miedo a los aviones. ¿O será que algo te acongoja?
—¿Qué? ¿Miedo a ...? – repitió Antonella, mientras miraba a la mujer, extrañada por la pregunta. —No le tengo miedo a volar. Creo que he viajado más en aviones que en coches. — soltó. — Estoy bien. No se preocupe por mí.
—Es que tengo todo el viaje viéndote en la misma pagina. Pasas una y vuelves otra vez. ¿Nunca ha venido a Italia? Habla muy bien el Italiano.
—Oh no, si. Soy Italiana...— no conocía a esa señora de nada, y su madre y hermana siempre le había dicho que aun las caras más bonitas e inocentes, podían ser víboras de cascabel. – soy Italiana. — ella era muy inocente, su mayor pecado y debilidad, y sus seres queridos siempre se lo recordaban.
Sin embargo, por más que le advirtieron hace un año y algunos meses sobre su relación con Vicenzo, ella no les escuchó.
Cambió todo su pensar por el amor que le tenía.
—¡Oh! No lo pareces querida. —La mujer se sorprendió por saber que ella en realidad era de allí y que no era una extraña llegando a un país desconocido.
Tenía los ojos color Azul cielo como el agua del mar en calma, herencia de sus abuelos maternos, y su cabello rubio cenizo, que muchos pensaban que era pintado en peluquería, pero en realidad, había heredado eso de su madre.
Su madre.
¡Ella si que la extrañaba!
Estaba casi segura de que ella le habría sostenido el eso del dolor de ese año.
Su madre, aunque le habría aconsejado seguir adelente, Antonella estaba segura de que sabría comprenderla.
Seguro que ella le habría dicho qué hacer ante situaciones como aquellas.
Miró la mujer con abrigo de bisonte, un color que a diez metros se notaba a leguas. Si alguien fuera a matar a esa señora, ella se lo pondría fácil para ubicarla.
—Si, mi madre decía que tengo una belleza peculiar —No podía responder otra cosa. La señora la miró con los ojos cafés fijos en ella.
—¿Alguien te espera en el aeropuerto? ¿Necesitas compañía?
—No.. yo...— no iba a decirle que nadie la esperaba.
¿Tan perdida se veía que una desconocida le preguntaba si necesitaba a alguien que le acompañase?
No.
Definitivamente lo peor sería confesar el motivo de su visita.
Sin entender a qué venía, su cerebro quiso confesar a la extraña pasajera, a que había regresado a esa ciudad. Sus ojos Azules no podían ocultar la tristeza. Eso le decía su hermana.
—Bueno, ya estamos aquí. Creo que, aunque no tengas miedo a volar, algo te preocupa. Mis hijos y nietos dicen que soy buena escuchando. – Ella le sonrió y le señaló la ventanilla. —mira que hermoso esta el día. Nuestro cielo es uno de los más bellos.
—Gracias. Así es, cada vez que estoy lejos, pienso en mi pequeño pueblo y me tranquilizo un poco, aunque la nostalgia siempre está.
—¿De que parte eres? – preguntó la señora mientras se quitaba el cinturón, puesto que ya cabina había notificado haber aterrizado sin problemas.
— Soy de Di tenno.
—Vaya, un poco alejado de Napoles, ¿no? —La curiosidad podía con la señora y Antonella se alegró de poder distraerse y no pensar en la verdadera razón por la que había ido a la ciudad que solo le daba migraña y ansiedad, por no pensar en el dolor y la decepción.
Un matrimonio fallido, eso había tenido. Un matrimonio que aún estaba vigente y real.
Vicenzo Luigi no había querido darle el divorcio. Aun pasado un año de su boda y de ella haberse largado.
Un año de pura amargura.
Los últimos meses si, debía reconocer, que no habían sido completamente malos.
Scott Belén entró a su vida. Un español de cabello oscuro y mentón pronunciado.
Su hermana se lo había presentado en un antro meses atrás.
Talía no era para anda como ella.
A su hermana le encantaba el peligro, el desafío y vivir la vida al máximo.
—Si. Pero hay momentos donde es bueno afrontar las situaciones para salir adelante —al menos eso le había dicho Talía.
Divorciarse de Vicenzo no le había parecido tan difícil meses atrás, pero ahora que una oportunidad se presentaba, debía tomarla sí o sí.
Scott cada día iba más en serio con ella.
Talía, bajo confianza y discreción fraternal, le informó que Scott le había pedido acompañarla a comprar un anillo de pedida de mano.
Antonella casi se muere.
Sin embargo, ese mismo día, un cartero llegó a la muerta de su departamento y entregó una postal.
La misma postal que llegaba mes tras mes.
"Sigues siendo mia, Jane. Nadie va a cambiar eso. Ni siquiera él."
Vicenzo.
Enzo no la dejaba en paz.
Podía moverse de ciudad, de casa, de país.
Él siempre sabía cómo ubicarla.
Se retiró el cinturón y sacó su pequeña maleta de mano de la parte de arriba, donde se guardaban los equipajes.
—Que tenga un lindo fin de semana. – le dijo a la señora parlanchina.
—Tú también, pequeña.
Antonella se dirigió a la salida, quería bajar ya del avión. Mientras más rápido hablara con Vicenzo mejor sería su vida. Tendría un mejor futuro, uno sin incertidumbre, uno sin pensar en él.
Aunque estaba segura que eso iba a ser imposible, era el primer hombre que había amado, deseado.
Era una farsa, una farsa andante y viviente.
Ella se había entregado por completo a él.
Pero Enzo no le pertenecería jamás a nadie.
Él era solo de él.
Enzo no amaba a nadie más, Jamás lo haría. No era capaz.
El dinero siempre sería lo más importante para él.
Por eso estaba decidida a casarse con Scott.
Ella iba a aceptar ser su esposa.
Antonella de Belén.
No se escuchaba tan mal.
Talvez un poco.
Pero me una forma u otra debía pasar página. Olvidarse de la vida que una vez imaginó junto a Enzo.
A su corazón al parecer no le importaba que él solo la hubiera utilizado para lograr cobrar su herencia.
Maldito acuerdo.
Ella fue tan boba se caer en una trampa tan antigua.
Casarse para que su padre le permitiera sacar el dinero.
Su padre muerto.
Enzo no necesitaba esa herencia. Pero por temas familiares no quiso dejársela a su madre y hermana arrogante y clasista.
—No me amaste jamás. — recordó como le enfrentó aquella noche luego de que encontrara el documento sobre el escritorio.
Ella aún llevaba al rededor de su cuerpo la sábana con la cual se había envuelto al bajar de la cama.
Luego de haber hecho el amor en su noche de bodas.
Luego de haberse entregado en cuerpo y alma a su esposo.
Le dio su virginidad. Su tesoro más preciado.
Ella tenía veinticinco años y jamás se había acostado con nadie.
Solo él.
Solo Enzo.
Y él solo había sido una mentira.
—No sabes lo que dices. — fue lo único que el dijo con voz grave aún desnudo acabando de salir de la ducha solo con una toalla atada a su cintura.
—¡Me utilizaste para cobrar una jodida herencia!— estalló y tiró los papeles sobre él. — ¡Soy tu jodido jueguete, Enzo!
—Nella...
—¡Jugaste conmigo! ¿Qué fue folllarme? ¿Un plus luego de conseguir la herencia? ¿Acostarte conmigo fue la cherry en el helado? ¡Vete al diablo Enzo.
La discusión se repetía una y otra vez.
Así había sido a lo largo de los meses.
Se reproducía como si la vida intentara decirle algo.
Un viento fresco hizo que se atara la bufanda al cuello y pasara las manos por sus brazos.
Ella era delgada y la temperatura de Nápoles no ayudaba.
Sin embargo, había algo más.
—Hola, Jane.
Vicenzo.
Respiró profundo una y otra vez antes de atreverme a moverme.Cansarse de Cogerla.Esas habían sido sus palabras exactas.Siguió su camino hacia el pasillo aunque su corazón le gritaba que se devolviera y lo enfrentara. Que le preguntara porque le odiaba tanto.Ella deseaba saber que había hecho para merecer tanto odio. Tanta rabia acumulada a lo largo de ese año que estuvieron separados.¿Qué quería Vicenzo de ella?Antonella no tenía idea.Ella se había marchado de Nápoles, había dejado a Italia atrás y se había escapado a España con su hermana.Joder, su hermana debía de estar sumamente preocupada.Ella le había dicho que le llamaría tan pronto se instalara en el hotel.Se quedó mirando el salón a oscuras, tan solo iluminado por la luz que provenía del pasillo. Todo el pent-house estaba sumido en la oscuridad total.—Tu maleta está en nuestra habitación. — la voz de Vicenzo hizo que ella soltara un grito sobresaltado—, si es que la quieres aun. —añadió.Ella se giró y cerró el albo
Antonella se miró al espejo y vio el brillo del dolor en sus ojos. Sus mejillas estaban enrojecidas y su pulso acelerado.Él la había visto completamente desnuda.Había invadido su espacio, su privacidad.Si, era su departamento, pero ella se estaba duchando.El no tenía el derecho de asustarle de aquella forma.Se acercó al closet caminando de puntillas para que el no le escuchara y sacó un albornoz de color negro, que por el tamaño ella imaginó le pertenecía a Vicenzo. Se lo puso y dejó que el calor de la tela la tranquilizara.Comenzó a caminar por el pasillo, buscando una habitación en la cual dormir, sin embargo, muy a su pesar, se dio cuenta que todas las puertas estaban cerradas con seguro.—Maldito desgraciado....— murmuró al darse cuenta del propósito de su marido.—¿Me buscabas? —la voz de su marido le paralizó.—No pienses ni por un segundo que voy a dormir contigo.—Te queda bien mi albornoz.—Vete al diablo.—Uy! El lenguaje soez que has aprendido de tu español.—¡No sabe
—¿Antonella, sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.—Nada— dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.—¿Estás segura que estás bien? —preguntó él —voy a abrir la puerta.—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.—Antonella, ¿que está pasando? ¿estas bien! comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.–¡Pues lárgate! ¡déjame en paz! ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.—No tergiverses mis palabras. —le dijo el completamente molesto.—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.—¿Qué es lo que necesitas?—De ti solo quiero una cosa.—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer
Era más una promesa que una pregunta.Así que se limitó a darse la vuelta y a caminar según las indicaciones que él le había dado un momento atrás.No iba a pensar en eso Vicenzo viéndola desnuda.No, definitivamente no podía pensar en eso, Porque entonces, su cerebro comenzaría a repetir las imágenes de su miembro erecto entre sus pantalones y la fuerza con la que la había agarrado y pegado contra el sofá para besarla con fuerza. Como su dedo se había ido a sus bragas y había sentido la humedad en ella.Pensar en él de esa manera, hacía que su cuerpo temblara por la anticipación.Nadie se negaba a Vicenzo Luigi. Lo sabía de antemano. En los meses que estuvo junto a él, viajando por Turquía, por Israel, y por Marruecos, entendió que Vicenzo era un hombre reconocido, conocido y respetado, negarse era simplemente cavar su propia tumba.Las conexiones eran necesarias en el mundo empresarial.Entró al cuarto de baño, dejando atrás el pasillo con poca iluminación, luces tenues colocadas en
El apartamento de Vicenzo la cautivó de inmediato, Pero hacía falta algo más que le diera vida, se dijo molesta por su propia debilidad.Las paredes estaban pintadas en blanco colonial, las alfombras de un color negro, al igual que dos cuadros que colgaban en la sala de estar. Cada vez que daba un paso más adentro, se percataba de la sobriedad de cada uno de los objetos que acomodaban el espacio.Ella una vez pensó que podía hacer de aquel lugar su hogar.Vaya tonta que había sido.El teléfono de Vicenzo sonó en aquel momento.El se alejó pero no lo suficiente como para ella no escuchar lo que respondía.—Hermana...No. Eso está controlado. —una pausa larga. — ella es mi esposa. Giovanny, escúchame bien....no te atrevas a involucrarte en esto....no, ella no lo sabe.¿Ella? ¿Ella misma? Antonella estaba cargada de dudas e incertidumbres.¿Qué seria aquello de lo que la hermana de Vicenzo le hablaba?—¡Que lo tengo controlado! — gritó él y seguido cerró la llamada y se guardó el móvil en
Completamente asustada, ella gritó, bajó del coche y se colocó justo al lado de Vincenzo, antes de que éste cometiera una estupidez mayor.Ya sabía bastante bien que para la familia Luigi lo que pensarán los demás era sumamente importante.Estaba enterada de que este golpe tendría repercusiones bastante grandes; al día siguiente que la familia de él lo estaría llamando por todos los móviles y teléfonos locales. La oficina en donde Vicenzo se estableció recibiría toda clase de fotos y reportajes del hombre golpeado.La situación pasó entre su rostro como si esta ya hubiese sucedido antes. .—Vámonos a casa. —Él estaba fuera de si respiraba con dificultad, se acomodó la camisa y se pasó la mano por el cabello. Miró al hombre que estaba con la mano en su mejilla donde Vicenzo había pegado su puño segundos antes.—¡Lo voy a demandar! — gritó el hombre tirando su cámara al suelo y cruzándose de brazos como si fuese un niño haciendo un berrinche.—¡Hágalo! —rugió su marido. —Hágalo y aquí,
Último capítulo