CAPITULO 1

Entre todas las voces la que menos pensó que iba a escuchar al bajarse del avión mientras la maleta de mano pesaba como el demonio. 

A la persona que menos pensaba encontrar allí era a él.

Vicenzo era como el demonio aparecía cuando menos lo esperaba.

Este hombre estaba destinado a hacerle la vida imposible.

¿Cómo demonio la había encontrado?

No podía creer que él estaba realmente allí.

Antonella se giró y encaró la voz de sus pesadillas.

Era increíble que siguiera siendo exactamente cómo meses atras. Inconscientemente había comenzado a pensar, que lo estaba idealizando y que esos meses que estuvo con con él, siendo cortejada, mimada y deseada, no fueron más que producto de su imaginación. 

Que las veces que le acarició hasta el alma en verdad fue todo producto de su imaginación y nunca fue tan bello. 

Tan malditamente atractivo. 

Ella se debatía entre si todo era un modo de evitar que le doliera tanto, si solamente se estaba inventando que Vicenzo fuera realmente así de Irresistible y la otra opción era que; él era verdaderamente Irresistible. 

Allí, teniéndolo de frente, luego de tanto tiempo sin verlo, se dio cuenta que la segunda era la correcta. 

Sus ojos oscuros casi negros la miraron resentidos. 

Eso era lo único que podía destacar entre sus largas pestañas y cejas tupidas, su nariz un poco más fina de lo que normalmente la llevaban los italianos. 

Es que sin pensarlo, ella lo había considerado el hombre más guapo que se le había acercado.

 Jamás había conocido algún otro como él.

Era una maldición. 

Llevaba traje, vestía siempre impecable: con el pelo recortado muy bajito, su cabello era igual de negro que sus ojos cautivadores. 

— Antonella. Llegas sin avisarme. ¿No crees que tu esposo merecía hacer que volvías a Nápoles?

—Vete al diablo. No soy tu esposa desde hace tiempo. 

— Siempre serás..

— Ni lo digas. 

—No me digas que has cambiado tanto en este tiempo que has estado alejada de mí. — hizo lo que ella pensó que era un chasquido con su lengua. Un gesto de lo más irritante. — España no te ha moldeado ni una pizca. 

—Vicenzo..—  le dijo escuetamente. No tenía deseos de hablarle, pero la necesidad tenía cara de hereje y en esas circunstancias, iba a ser más que necesario saludarlo.— Lamento no haberte avisado. 

Joder, que se me moría por más que un simple hola. 

Quería gritarle y golpearlo. 

Deseaba tener el coraje de mirarlo a los ojos y cantarle sus cuatro verdades. 

— No lo lamentas en lo absoluto. — respondió él. 

— ¿Qué quieres que te diga entonces si no crees cuando hablo? 

— Que lo digas de corazón. 

—El corazón me lo destruiste cuando descubrí tus mentiras. 

—Muy rápido para tus comentarios.

Ella se mordió la lengua para no decirle lo rápido que era todo. 

Lo rápido que había entendido que él no la amó nunca. 

Pero necesitaba cerrar ese ciclo. 

Su hermana le había dicho que hiciera lo necesario. 

E iba a hacerlo. 

— Hola, Vicenzo. Lamento no haberte avisado. 

—¿Así sin más?, estos  meses te han vuelto más tosca de lo que eras.— Dijo él, mientras se acercaba, con intenciones de besarla en los labios. Ella lo vio en sus ojos, acercándose como si fuese un depredador, lo esquivó bruscamente pero aún así sintió el roce de sus labios en la mejilla, cosa que le produjo una sensación familiar y muchos recuerdos. 

Se maldijo por su culposa debilidad. 

Estaba segura que ese mismo efecto lo causaba Vincenzo en todas las féminas. 

Ella solo era una más de la lista. 

Una que había sido tan tonta de creer en sus falsas palabras. 

Una que se había dejado seducir por su buen porte y ojos oscuros. 

Uno que le mintió lo suficiente como para obtener que su cuenta de banco creciera con su herencia. 

—Eres mi esposa, Nella y lo seguirás siendo, hasta que yo diga lo contrario. —  Susurro tan cerca de su oreja que casi ella se desmaya. — No quites el rostro cuando voy a besarte otra vez. — le amenazó. Ahora vámonos.

—Yo no voy contigo a ninguna parte. ¿te has vuelto loco? dejé ser tu esposa desde el día en que me fui.—gruñó, mientras agarraba duro su maleta de mano. — No vas a obligarme, Enzo. 

Maldición. 

Le llamó como antes lo hacía y casi se pone a llorar. 

Un millón de recuerdos. 

Un mar de emociones. 

—En eso te equivocas —dijo el bruscamente — eres mi esposa, el papel lo dice, que te hayas ido no quita que ambos firmamos, que nos casamos delante de un sacerdote, que gasté dinero en darte la boda que merecías y habías soñado desde niña, invitando a toda tu familia, incluso personas que yo ni siquiera conocía y otros que ni me agradaban. Te di lo que soñabas . 

—Sin embargo no me diste un amor real. — completó ella. 

—Nella, si me jodes...

—No creo que sea momento ni el lugar, Vicenzo. No me gusta hablar de mi vida personal en medio de tanta concurrencia.  Estamos en el jodido aeropuerto. 

—Por ende, ¡Vámonos! — la tomó del brazo y la arrastró hasta la carro que la esperaba con las puertas abiertas y un chofer con lente oscuros y cabello negro. 

El hombre tenía porte de militar. 

—¿Pero que haces? ¡Has perdido la cabeza! No puedes venir y arrastrarme así, llevarme del brazo como si yo fuese una niña pequeña. Soy una...

—Entra el carro, Bella. No voy a repetirlo. — la voz de Enzo siempre había sido así, imperiosa. Como si le ordenara, en vez de pedirle. 

Pero tenía la ligera impresión de que en ese momento él no le estaba solicitando que entrara al coche. 

Estaba muy equivocado si pensaba que podía simplemente llegar sin más y comenzar a ordenarle cosas. 

Ella ni siquiera le había dicho que iba a ir a Napoles. Su intención era amanecer en un hotel y llamarlo al otro día para coordinar que se vieran, y así, firmar los documentos del divorcio que llevaba en su maleta. 

Él había estado esquivando esos papeles por bastante tiempo,  se los había enviado con asistencia de un abogado, un intermediario, para no tener que verle la cara a Enzo otra vez, pero las cosas no habían resultado como ella pensaba, y ahora estaba nuevamente allí, en la ciudad en la que creyó ser feliz por primera vez en toda su vida, en la que creyó que formaría una familia, un hogar junto al hombre que había creído que la amaba, pero se había equivocado, Vicenzo Luigi solamente quería cobrar una herencia. 

Muy tarde se percató de su error. 

Ahora, después de haber firmado aquel papel ante un sacerdote, ante su familia y amigos, muy tarde se dio  cuenta de eso y les agradecería eternamente a su hermana, el haber estado allí cuando ella más lo había necesitado.

—Vete al diablo. — Gruñó. 

—Nella. — él le dijo el diminutivo que antes solía volverla loca, derretirla de amor. Su voz sensual y medio ronca, combinada con esos oscuros y su mirada profunda, habían sido un afrodisíaco para la inocente joven mujer —estoy esperando, tengo cosas que hacer. No me gusta perder mi tiempo y lo sabes. 

—No te dije que vinieras a buscarme. ¡Ni siquiera sé cómo demonios supiste que yo estaba aquí! — gritó molesta. 

—Tú y tu falta de respeto al hablar.

— ¡Deja de joderme, Enzo! ¡No voy a irme contigo, maldito acosador!

— Soy tu esposo. Se lo que haces. 

— ¿Me asechas?

 — Esas en mi territorio. 

— Nápoles es libre. 

— Mi territorio. 

—No te pertenece aunque seas el más rico se todos. — destacó. — No te pertenezco yo. — agregó.  

El tuvo el descaro de reírse. 

Se rió sin ganas. 

Pero se burló de ella. 

— ¿Cómo crees que vas a llegar a mi ciudad y que no me voy a enterar de inmediato?. Yo qué sé todas las cosas que se mueven en mi ciudad, ¿cómo pensaste pequeña Nella que podías llegar y yo no darme cuenta?

— En muchos países, eso puede ser considerado acoso. Incluso creo que podría ser considerado agresión y maltrato psicólogo. — farfulló haciéndose la inteligente y conocedora. 

Aunque no había salido de Nápoles, no hasta que conoció a Vicenzo y este le dio la oportunidad de ver y disfrutar de Uruguay, Grecia y Colombia. Se tomó dos meses con el antes de casarse, acompañándolo a distintos puntos de esos países, pues el tenía negocios importantes y ella no quería separarse de su lado. Juntos habían llegado a la conclusión, de que ella podía disfrutar de cada ciudad que Vicenzo tuviera que ir, mientras él, trabajaba. 

Y así lo hicieron sin problema. 

Sin diferencia.

Su edad nunca se sintió tan pesada.

Al menos eso creía ella. 

—Pues ve a la policía si crees que te estoy agrediendo. Ve y diles  que tu marido vino a recogerte después de un año sin verte. — él sonrió y sus colmillos, que siempre le habían parecido coquetos, salieron un poco de su boca —¡Cuéntale a ver! A lo mejor quieras llamar al españolito de pacotilla y decirle que venga a defenderte.

Español. 

Él sabía obviamente de Scott. 

Y se lo echó en cara. 

— ¡No me grites, joder! 

—¡Métete al puto coche antes de que pierda la paciencia!

—No me hartes tan temprano. 

— No hagas que te suba. — le amenazó. 

—No te atreverías. — murmuró. — No serías...

—¿Capaz? — él sonrió de forma oscura. — pruébame, Nella. Tiéntame, Pequeña Jane y te demostraré de lo que soy capaz. 

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