Desde que perdió a su esposa en un trágico accidente, Derek Montenegro, editor en una reconocida empresa de literatura fundada por su amigo, ha criado solo a sus hijos gemelos de 10 años, Jader y Jade. Con una agenda laboral demandante, siempre contó con la ayuda de su fiel niñera, una anciana que los cuidó con devoción. Sin embargo, cuando la mujer enferma y ya no puede seguir trabajando, Derek se ve en la urgente necesidad de encontrar a alguien que se haga cargo de sus hijos. Desesperado por una solución, decide buscar a su antigua niñera, Lupita, quien le recomienda a su nieta, Milena Forbes. La mujer, que regresó de un viaje hace un año, está en busca de un empleo temporal mientras cursa su maestría. Para sorpresa de Derek, al verla siente que la conoce de antes, pero no logra recordar en qué momento o bajo qué circunstancias. Milena, por su parte, también experimenta una vaga sensación de familiaridad al verlo, aunque su recuerdo es borroso. Al notar que Derek no parece reconocerla del todo, decide no mencionarlo. Además, guarda un secreto que no quiere que su abuela enferma descubra.
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Veo la hora en el reloj de mi muñeca y siento que en cualquier momento voy a explotar. No entiendo qué está pasando. Desde que Lupita enfermo, me conseguí una niñera, pero ni siquiera me ha permitido trabajar bien. No sé si son los niños que no la tratan bien o si ella simplemente no tiene la capacidad. En cualquier momento voy a sacar canas verdes por no saber qué hacer, y peor aún ahora que las vacaciones de los niños están por empezar. No sabré qué hacer con ellos.
Llego tarde otra vez, y el CEO incluso podría darme un memorando. A pesar de que soy uno de los editores más viejo y llevo años trabajando con él, no puedo aprovecharme de su bondad. Alejandro es un hombre sumamente sofisticado. Aunque aparenta ser malhumorado, sé que me comprende. Sin embargo, no puedo abusar de su nobleza y seguir llegando tarde a la editorial.
Cuando la veo venir apresurada, la miro con enojo. Ella baja la cabeza y susurra un "lo siento".
—Ana, otra vez vienes muy tarde. Te pido por favor un poco más de responsabilidad en el trabajo. Yo también necesito llegar a tiempo para no ser despedido.
—Lo siento, señor, es que el tráfico…
—Siempre es lo mismo, Ana. Llevas apenas un mes y ya tienes excusas todos los días. Ya les di desayuno a los gemelos, ahora llévalos a la escuela.
—Sí, sí, lo haré. Discúlpeme, señor. No volverá a pasar.
—Espero que así sea. Luego vendrá la señora a hacer la limpieza. Antes de las 12, ve por los niños. El chófer te llevará.
—Sí, señor. Discúlpeme.
Ruedo los ojos y salgo de mi casa. Entro al porche, subo a mi coche y arranco a toda velocidad. Nuevamente veo la hora: son más de las ocho de la mañana. Mientras manejo, me toco la sien, sintiendo un dolor de cabeza insoportable. Antes de llegar a la editorial, paso por la cafetería y compro un café cargado. No pude descansar anoche revisando informes y organizando la entrega de varios libros. También compro unos panecillos, y al recordar que Laura estará en mi área hoy, le compro un café a ella también.
Al llegar, dejo mi coche en el estacionamiento y subo las escaleras eléctricas. Todos me saludan como siempre, pero yo me ajusto la corbata, temeroso de que mi jefe me reprenda. Entro en mi oficina y le digo a la secretaria que me informe si Alejandro llega.
—Por supuesto, señor Derek —responde con una sonrisa.
Entro y enciendo rápidamente mi computadora. En ese momento, la puerta se abre y aparece el CEO, Alejandro.
—Buenos días. ¿Puedo pasar, amigo Derek?
—Claro, pase, señor.
Me levanto y le indico que tome asiento.
—Discúlpame, Alejandro…
—No te disculpes —me interrumpe—, ya te lo he dicho: llegaste a tiempo. ¿Cómo va todo? Por cierto deja de hablarme formal.
—Como siempre… tengo problemas con la niñera. Y sabes que en el trabajo debe ser así.
El rueda los ojos para luego negar.
Alejandro es mi amigo y siempre me ha aconsejado que no me preocupe si llego tarde, pero no quiero aprovecharme de su bondad, y menos cuando su padre y su madre visitan la editorial. Sé que llevo años trabajando con él, pero no me gusta depender de nadie. Soy un simple trabajador que ha dado lo mejor en este literato y así seguirá siendo siempre.
No soy un empresario, pero sueño con algún día tener mi propio editorial. Me gusta escribir libros y, aunque mi trabajo es demandante, a veces escribo pequeños relatos. Por eso, cuando Alejandro me ofreció un puesto en su prestigiosa agencia literaria como editor, no pude rechazarlo. Sé que es una gran oportunidad y he dado lo mejor de mí.
***El día estaba pasando volando después de hacer unas correcciones a una de las autoras más destacadas de la editorial Literato de Nicaragua. Dejé de hacer lo demás y observé un libro de una nueva autora. Sin embargo, tenía muchos errores ortográficos. Busqué su correo, entré y le envié el borrador para que lo corrigiera nuevamente. Le di unos puntos básicos para que empezara de nuevo con la corrección, de modo que luego yo pudiera hacer la maquetación y enviarle la primera copia en unos quince días.
Al terminar, salí de mi despacho, pero me encontré con Laura. Venía hacia mí y, sin previo aviso, me abrazó. Me alejé un poco, con respeto.
—Recuerda que no estamos en casa, Laura. En la editorial se mantiene la compostura.
—Siempre eres un aguafiestas. Estoy aburrida.
—Yo estoy muy cansado. No nos vamos a poder ver hoy.
—Quiero ir a bailar.
—Pues ve tranquila.
—¿En serio me das permiso?
—¿Desde cuándo tú me pides permiso para salir?
—Tienes razón —dijo con una sonrisa—. Iré con una amiga.
—Está bien.
—Pero el fin de semana podemos vernos.
—Claro, no te preocupes.
—¿Y tus niños?
—Ellos siempre están conmigo los fines de semana.
—Tienes razón. Bien, entonces nos vemos. Voy a salir temprano, ya he hablado con mi primo.
—Qué suerte la tuya. Salgo después de las cuatro.
—Te compadezco. Pero bueno, es lo que te gusta hacer: corregir y corregir un montón de libros, tanto de escritoras buenas como malas.
—Es a lo que me dedico.
—Bien, te quiero mucho.
—Igualmente.
Me dio un beso en la mejilla y se fue. Sonreí y luego entré a mi despacho. Apagué la computadora, busqué mi maletín y decidí ir a la oficina de Alejandro para que firmara el primer borrador de una de las escritoras más destacadas de Literato. Al llegar, Alejandro me recibió con un cafecito al estilo europeo. Le mostre el contrato de la edición, los leyó detenidamente y firmó.
—Muy bien. Eres muy rápido. ¿Cuándo te entregaron el borrador?
—Creo que hace una semana.
—Deberías tomarte unas vacaciones.
—¿Crees tú?
—Claro que sí. Tienes mucho trabajo.
—Sí, me daré un tiempo cuando los niños estén de vacaciones. Te pediré que me las apruebes, ¿te parece?
—Buena opción. Así estás con ellos.
—Sí, porque con Ana no sé qué pasará. Es un poco irresponsable. A veces llega tarde, a veces no llega.
—Creo que necesitas buscarte otra niñera.
—No sabes cuántas veces lo he hecho. Quisiera conseguir a una señora como Lupita.
—Ojalá sea pronto. Por cierto y Laura ¿Como van?
—Laura... bien, pronto se aburrirá de mi, casi no le dedicó tiempo.
—No lo creo amigo. Pero quizá debes empezar a pasar tiempo con ella.
—Es una relación que ni yo mismo entiendo. En mis tiempos libres se lo dedico a mis hijos— Mi amigo suspiro para luego asentir — ¿Y tú?
—Ya ves, mi esposa solo pasa en su estudio dibujando y creando lienzos.
—¿Y cuándo tendrán un hijo?
—No lo sé, pero todo bien.
—¿Seguro?
—Se podría decir que todo bien. Recuerda que me casé sin amor.
—Lo recuerdo. Bueno, me despido. Ya corregiste y firmaste, ahora necesito despabilarme muero de hambre.
—Entonces nos vemos.
—Nos vemos. Pasaré por Multicentros porque necesito comprar unas cosas para mis hijos.
—Bien, pasa buenas tardes.
—Igualmente, Alejandro. Nos vemos.
Al salir de la oficina de Alejandro, puse mi huella en el registro y me despedí. Bajé por la escalera eléctrica y al llegar al vestíbulo, solte un suspiro. Tenía una llamada perdida de mi madre. Rápidamente, marcé su número y activé el altavoz mientras encendía el coche.
—¿Cómo estás, Derek?
—Muy bien, Madre. Saliendo de Literato. ¿Y tú?
—Bien, aquí con tu padre.¿Cuándo vendrás al campo, hijo?
—Madre, sabes muy bien que no tengo tiempo ni para mis pobres hijos. ¿Por qué no vienen ustedes un tiempo a la ciudad?
—Sabes que nos gusta el campo. ¿Qué vamos a hacer en la capital? Deberías venir un fin de semana con ellos, los extraño.
—Lo sé. Te avisare ¿Cómo está Karelia?
—Bien, ya sabes cómo es ahora, después de aquello.
—Sí, lo sé. ¿Quieres hablar con los niños cuando llegue?
—Está bien. Me haces una videollamada hijo.
—Claro que sí, má. Saludos a papá y a Karelia de mi parte.
Colgué la llamada y pasé por Multicentros. Compré pastelitos de chocolate, un subway para Jade y unos batidos. También un pollo asado para mi hijo y para mi. Al llegar a la residencia, di mi código al guardia. El aire fresco del atardecer era tranquilizante. No haría mucho calor esa noche... veo algunos vecinos ejercitarse. Al llegar guardo mi automóvil en el porche, vi a Ana conversando con un señor en la entrada. Al verme, ella se despidió de él.
—Buenas tardes, señor Derek. Ya ha regresado.
—Sí, Ana. ¿Y los niños?
—Bueno, la niña Jade esta en su habitación y el niño Jader esta jugando con su móvil.
—Ana ya puedes irte.
—Está bien señor— Ana entró por su bolso. Al salir, cerré la puerta con seguro.
Suspiré y entre a la casa.
Al entrar a la sala, encontré a mi hijo tirado sobre el sofá, con los pies en el respaldo y el teléfono en las manos. A su alrededor, el desastre era evidente: zapatos tirados, mochilas en el suelo y papeles esparcidos por todas partes. Elevé una ceja y crucé los brazos.
En cuanto me vio, bajó el teléfono con cierta culpa.
—Buenas tardes, padre.
—¿Qué estuviste haciendo todo el día? ¿Por qué está todo esto tirado? —pregunté, recorriendo la escena con la mirada.
Él se encogió de hombros y soltó un suspiro.
—Porque esa mujer no ayuda aquí...
Fruncí el ceño.
—Jader, sabes muy bien que ya eres un hombrecito y tienes que aportar en la casa —dije con firmeza, mientras empezaba a recoger los papeles del suelo. Sin esperar respuesta, lo puse a levantar sus zapatos, su bolso y su mochila.
Dejándolo con la tarea pendiente, caminé hasta la habitación de mi hija. Ella estaba sentada en su escritorio, lápiz en mano, concentrada en su cuaderno de matemáticas.
—¿Cómo estás, cariño?
Al escucharme, alzó la vista y me regaló una sonrisa.
—¡Hola, pa! Ya te extrañaba —dijo antes de acercarse y darme un beso en la mejilla.
—¿Qué haces?
—Estoy tratando de resolver estos problemas de matemáticas… y tu querido hijo creo que ni siquiera ha empezado su tarea.
Negué con la cabeza y suspiré.
—Está bien, gracias por decírmelo.
—Siento darte quejas.
—¿Tienes hambre? Les traje lo que pidieron.
—¡Gracias, papi!
Salí de la habitación y dejé las bolsas de comida sobre la encimera de la cocina. Mis hijos se acercaron de inmediato, listos para cenar. Antes de empezar, llamé a Jader.
—Quiero que termines de comer y, cuando acabes, quiero ver tus tareas. No te lo voy a repetir dos veces, ¿queda claro?
Bajó la mirada, jugueteando con el tenedor.
—Sí, papá… Discúlpame. Solo estuve jugando un poco.
—Jugaste casi toda la tarde. No permito eso. Si no me haces caso, tendré que quitarte el móvil. ¿Estamos?
—Sí, padre… estamos.
Solté un suspiro pesado y me senté con mis hijos. Antes de comer, dimos gracias a Dios por el alimento y luego cenamos en relativa tranquilidad.
Cuando terminamos, limpié la cocina y dejé una nota para la señora de servicio, pidiéndole que pusiera las sábanas en la lavadora a la mañana siguiente. Me aseguré de que todo estuviera en orden, apagué la válvula del gas y las luces.
Pasé por la habitación de mi hija; ya estaba acostada, lista para dormir. Luego entré a la de Jader, quien me mostró su tarea. Había hecho todo, aunque con algunos errores. Me senté a su lado y le di algunos consejos para mejorar.
Al terminar, fui directo al baño a darme una ducha rápida. El cansancio pesaba sobre mis hombros como una carga invisible. Preparé una taza de té de manzanilla con té verde, intentando relajarme antes de dormir.
Tomé el teléfono y vi algunos mensajes de Laura, pero el agotamiento me impidió responder. No tenía ánimos para conversaciones en ese momento.
Cerré los ojos y solté un largo suspiro. Ser padre y trabajador al mismo tiempo no era fácil, pero no tenía opción. Desde que la madre de mis hijos falleció, me ha tocado ser ambos para ellos.
Mañana sería otro día pesado. Así que, por ahora, lo único que podía hacer era descansar.
MILENADespués de terminar mis que haceres en la residencia de Derek, salgo con calma. Decido ir a visitar a mi abuela, ya que ha regresado de la comunidad. Le había pedido permiso a Derek por mensaje, y él, como siempre tan amable, me respondió que no había problema, que sus padres se encargarían de cuidar a los niños. Así que aproveché para darme una vueltecita.Subo al metro, y voy contenta. Le llevo unas cositas a mi abuela, que sé que le van a encantar. Pongo un poco de música en mis audífonos mientras contemplo la ciudad. Esta ciudad… hace apenas un mes quería marcharme, tenía planes de mudarme a Manhattan, empezar de nuevo, pero ahora… algo me detiene.O más bien, alguien me detiene.Esos niños, con su inocencia y cariño. El señor Derek… sólo llevo un mes en esa casa trabajando, pero me siento extrañamente conectada. Como si fueran mi familia. Y no debería sentir esto. Nada de esto debería estar pasando. Creo que estoy cometiendo el error de dejarme llevar… de sentir algo por un
DEREKSonreí como un idiota. Ella me besó… y ahora supe que le gusto. Lo supe en ese instante, y ahora no pienso rendirme. Haré todo lo que esté a mi alcance para conquistar a Milena… para convertirla en mi esposa. Sí, lo sé. Es apresurado. Apenas ha pasado una semana desde que me alejé de Laura, pero... lo que sentía por ella ya no era amor. Era más bien un compromiso, una especie de deuda emocional porque estuvo a mi lado cuando más lo necesité, cuando sentía que me derrumbaba. Pero alejarme de Laura no dolía como dolía perder a mi esposa.No sé si Milena me recuerda a Jarada… quizás sí, en ciertos gestos, en su dulzura con los niños. Pero más allá de eso, me encanta. Me gusta, me atrae… y no sólo físicamente. Es algo más profundo. Me estoy enamorando de ella.Por esa razón, decidí no aceptar nada más con Laura. No es justo para ninguno de los dos, no quiero tener una mujer que ama ser libre, ella también debe entenderlo. Laura es una mujer que ama su libertad, le gusta salir, viaja
MILENA.Me encuentro guardando las verduras y las carnes que compre del super mercado, estaba preguntandonme que preparar para la cena. De pronto escuché el motor de un coche deteniéndose frente a la casa. Pensé que sería Derek, pero cuando me asomé por la puerta vi varias figuras: un hombre mayor, una señora mayor y una mujer joven que me resultaba familiar. Con cuidado cerré la refrigeradora, y salí al porche.—Hola, ¿Se encuentra Derek? —preguntó la mujer mayor, con una voz dulce.Antes de que pudiera contestar, el niño salió disparada de la sala y corrió hacia ellos—¡Abuelito! ¡Abuelita! ¡Tía! —gritó, abrazando primero al abuelo, luego a la señora y, por último, a su tia, el pequeño sonreía emocionado.Yo me presenté al fin:—Buenas tardes, soy Milena, la niñera… y me encargo de la casa.—Mucho gusto, Milena, nosotros somos los padres de Derek.Veo que Jade sale y saluda a sus abuelos.Al entrar les sirvo una bebida, notó a la joven ella solo observa a los niños sin hablar.—Much
DEREKMe dirigía al trabajo mientras miraba el reloj. Por fin iba más temprano de lo habitual. Era un día importante: estábamos terminando de preparar todo para el viaje del concurso de literatura. Se premiaría al mejor escritor de la temporada y se presentarían los libros más destacados. Además, entregaríamos diez copias gratuitas a las primeras personas que asistieran a las firmas de autógrafos.Bajé del coche con mi taza de café, el termo que Milena me regaló. Solo de pensar en ella, me descubrí sonriendo como un idiota. A pesar de que la noche anterior fue clara al decirme que entre nosotros no podía pasar nada, no podía evitar sentir algo especial. Al menos, quería mantener la calma. Necesitaba serenidad en medio de todo este torbellino.Esta mañana, Laura me llamó. No respondí. Ayer fuimos a la iglesia para agradecer a Dios por una semana más, y mi hija no soltaba la mano de Milena. Se la veía tan feliz. Y yo… no entiendo qué está pasándome. Al observar a Milena, siento como si
MILENAPor la tarde ya habíamos llegado a casa. Dejé a los niños limpios, les preparé la cena y, cuando terminaron, me fui a la habitación. Vi que el señor Derek estaba muy ocupado hablando por el móvil. No quise interrumpirle para desearle buenas noches, así que simplemente me recosté sobre la cama, dejando que mis pensamientos se apoderaran de mí.Me sentía extraña. Como si ya hubiera vivido este día antes… Como si de alguna manera ya conociera a esos pequeños. ¿Por qué sentía esa conexión tan fuerte con ellos? ¿Por qué sentía que ya había estado en esa casa antes, aunque sabía que no era posible? Tenía tantas preguntas en la cabeza, y ninguna respuesta. A veces ni siquiera entiendo lo que me pasa, y desearía poder tener claridad, entender lo que estoy sintiendo, lo que está ocurriendo dentro de mí.Y por otro lado… no puedo negar que me gusta el señor Derek. Me gusta demasiado. Y eso me asusta, porque tiene novia. Esa mujer no me cae bien, no sé por qué, pero no me inspira confianz
DEREKNo puedo creer que besé a Milena. Fui un estúpido con ella. No debí faltarle el respeto. ¿Qué pensará de mí ahora? Tal vez hasta quiera irse por mi actitud… pero es que hay algo en ella, algo que me provoca demasiado. Hay algo en Milena que me da ganas de besarla, de abrazarla, de cuidarla. Creo que me está gustando… y eso me confunde aún más. ¡Es la niñera de mis hijos! Me dan ganas de jalarme los cabellos por haber sido tan irrespetuoso. Ahora hasta vergüenza me da mirarla a la cara. Pero ya lo hice. Lo hecho, hecho está. Solo espero que me perdone… porque la verdad, me gusta. Me gusta Milena. No lo puedo negar.Dejé de lado mis pensamientos cuando sentí la mirada de mi hija fija en mí.—¿Pasa algo, pa? ¿Ya no vamos a salir? —preguntó con esos ojitos expectantes que me derriten.Negué con la cabeza y le tomé la mano con suavidad.—Claro que vamos a salir.En ese momento, levanté la mirada y vi a Milena saliendo de la habitación. Llevaba puesto un pantalón ajustado, una camiset
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