ANTONELLA
Él lo sabía sabía que iba a casarse con Scott. Al menos que pensaba hacerlo. Que lo estaba considerando.
¿Pero cómo diablos lo sabia?
Es que él nisiquiera se lo había propuesto aún.
Scott no se había acercado a ella con el anillo.
Precisamente por esto, porque su hermana la había puesto en sobre aviso, es que ella quiso viajar a Nápoles y enfretarse nuevamente a Vicenzo. Porque no deseaba estar en una relación basada en mentiras.
Quería que si llegaba a aceptar casarse con Scott, fuese compelmtante cierto, real, siendo honesta con él.
¿Cómo es que Vicenzo sabía sobre aquello?
¿Acoso era tan trasparente?
No, se dijo.
No era tan trasparente como para que él supiera esa clase de cosas.
Quizá sólo me tiene muy vigilada.
¡Eso debia ser!
— Quítame tu mano de encima. —dijo y casi creyó que la voz no le había salido. — Suéltame. — estaba pidiéndole. Casi a punto de echarse a llorar.
—¿Te molesta que te toque? ¿Es que acaso solo quieres que te toquetee tu prometido? — dijo Enzo sin quitar la mano de su pecho izquierdo, sino más bien apretando suavemente un poco más. — No dirás que no te gusta porque ambos sabemos que mentirías.
—Suéltame, Enzo. — pidió otra vez.
Él le vio a los ojos y ella no agachó la mirada.
Se odiaba a sí misma por ser tan débil y transparente.
—¿Te guardas para él? — preguntó antes de dejarla. — ¿No le has dicho que fui tu primer hombre? ¿O es que acaso ya te acostaste con él?
—¿Qué? ¿tú... Como es que...? —le preguntó con voz entrecortada. No sabía ni que decir o pregutnar.
Es que ella no iba a casarse con el.
Al menos no hasta que se librara de Vicenzo y Scott se lo preguntara.
Aunque según su hermana, Scott pretendía hacerlo muy pronto.
—Nella, no hay un solo detalle sobre ti que yo no sepa. — murmuró él con los dientes apretados quitándole los ojos de encima y mirando hacia la calle. —lo que me molesta es que vengas aquí, después de todo lo que has hecho, pidiéndome el divorcio, no sabiendo yo que te has acostado con otro hombre y que solo quieres librarte de nuestro lazo para casarte con él. — habló tan duro que ella se recogió tanto que su cuerpo degaldo se pegó a la puerta. Vicenzo estaba enojado. —¿te has acostado con él? ¿ya le entregaste lo que me pertenece? ¡Eres mía, m*****a sea! ¿Es que acaso no se lo dijiste?
—¡Yo no te pertenezco! ¡No soy tuya! — gritó ella y le pegó en el pecho. — ¡no soy tuya ni de ningun hombre, joder!
—¡Te casaste conmigo, M*****a sea! ¡soy tu esposo! — él agarró sus manos y las pegó a su pecho. Demetrio detuvo el coche y él le mandó a seguir. — Tu...— dijo mirándole los labios y luego directo a sus ojos. — Eres mía, Jane.
—¡Solamente en el papel! —su voz se escuchó chillona y débil, así como sentía ella esas palabras. Aunque sólo fuera en el papel, ella se había sentido su esposa desde el primer momento en que lo vio.
Se había enamorado de él en cuestiones de segundos.
Enzo se acercó a ella y colocó la mano en su cuello el calor le llenó el cuerpo y se estremeció. Sus manos estaban presas entre su pecho y su aliento le adormecio ligeramente. Era como entrar en un bucle de éxtasis.
Le había extrañado demasiado.
Tanto que su repentina cercanía comenzaba a hacerle daño.
—¿Qué... qué estás haciendo? —él no respondió. Se dedicó a acercarse lentamente y a hacer que su corazón se acelerara.— Enzo...— susurró, sus ojos azules como el mar intentaron mirar al hombre que una vez había amado con todo su corazón, y que ahora solamente despreciaba.
Al menos eso deseaba ella, pero se daba cuenta que los sentimientos estaban allí.
Enzo pegó sus labios al cuello de Antonella, el carro comenzó a moverse, pero ella no le prestó atención, estaba demasiado atenta a los labios de él sobre su cuello.
—Enzo... Por favor..Enzo —volvió a susurrar su nombre, no tenía fuerzas para más, sus manos apretaron la tela de su blusa, no podía subirlas y alejarlo, o quizá, era su cuerpo el que no deseaba moverlas y alejarlo. —por favor.
No tenía fuerzas para rebatirlo ni para moverse no podía quitárselo de encima porque lo deseaba allí deseaba que él la amara en cuerpo y alma como ella lo había amado a él como ella aún lo amaba
Habían dos clases de amor en la vida: uno era ese que le hacía sentir el fuego por dentro, ese que le hacía creer que todo era posible, que no le dejaba tiempo para nada más, solamente una burbuja de deseo carnal y puro, uno con el que poodía compartir cada detalle de su vida sin cansarse de hablar, uno con el que podía correr bajo la lluvia sin incomodar se. Ese amor llegaba de improvisto, cuando menos se esperaba. Entonces existía el otro, ese que la comprendía, que la valoraba por quién era, un amor que no se rendía, que no se alejaba sin importar cuantas trabas encontrara en el camino, un amor fuerte que nadie podia derrocar ni perforar, construido sobre una base de confianza y afecto.
Aún no sabía, aún después de todo lo que había sucedido, qué clase de amor era Vicenzo Luigi en su vida.
Pero estaba segura que era uno que ya había perdido su camino y que no pertenecía a ella, quizás jamás lo hizo.
¿Quiza? No, no había un quizá. Definitivamente el corazón de ese hombre jamás iba a ser entregado.
Él solo usaba a las personas a su antojo y luego las desechaba.
Con ese pensamiento en mente, dejó de sentirse tan embrujada y su cuerpo se tornó rigido.
—Por favor, no lo hagas. Detente. Te lo ruego. No sigas, por favor —comenzaba a enojarse con ella misma, no era justo quedarse tan quieta y dejar que él se acercara de ese modo. Ella no podía ser tan débil con respecto a él. No después de enterarse que Vicenzo sólo la utilizó para cobrar esa puta herencia. Y contrario a lo que su hermana le había dicho, a lo que su propio padre le había dicho, ella se había ido de cabeza con todo. Ella no había escuchado y ahora, un año después, seguía pagando las consecuencias. Ahora, después de tanto lllorar, de tanto sufrir, y de no poder continuar con su vida, porque su consciencia le pedía a gritos finalizar su relación para comenzar otra. Ahora es que podía ver la luz al final del tunel y darse cuenta que cometió un gravisimo error al casarse con Vicenzo Luigi. —¿Qué no hago mi, hermosa esposa? ¿qué es lo que quieres que no haga? —él comenzó a dejar besos sobre su cuello, subiendo por su oreja y mordiendo suavemente su piel. Un escalofrío s
—¿Qué pretendes lograr?—No pretendo lograr absolutamente nada— respondió él en cambio después de un rato en silencio pensando su respuesta analizando cada detalle.No podía creerse que después de tanto tiempo su mujer estuviera allí en el mismo carro que él, a tan solo unos escasos dedos de sus manos.Él había seguido todos sus pasos desde que se fue de Italia.—Hemos pasado por demasiado como para que ahora me diga que no sé lo que piensas.—Te aseguro que no sabes absolutamente nada de mí de haberlo sabido, de haberme conocido en verdad. Tú hubieses sabido que yo iba a ir a buscarte, que yo iba a esperar por ti hasta el instante en que te bajaras de ese avión.Y lo cierto es que el desasosiego que ya había sentido mientras el avión despegaba, le indicaba que muy internamente ella también lo sabía. Ella sabía que él iría a buscarla y más que nada. Por eso había estado tan inquieta durante todo el vuelo.A ella no la atemorizado el simple hecho de que iba a volver a reencontrarse con
Él tuvo el gusto de ver como el rostro de Nella se volvía de todos los colores. —Eso fue diferente... —comenzó ella a excusarse, peor él se lo impidió. No deseaba oír sus falsas palabras.Ella ya le había mentido muchas veces.Comenzando por su falso amor.—No fue diferente. —le dijo él y se alejó un poco más de ella. — Lo que hiciste conmigo en esa cama no dista mucho de la vida misma. Mentiste. En todo el sentido de la palabra. Me habías dado tu palabra ante un juez y ante Dios. Si le fallaste a ellos, no puedo esperar que no me falles a mi…Ella guardó silencio y miró por la ventana.Vicenzo sintió la incomodidad de Demetrio pero la obvió.Su chófer que prestara la suficiente atención a la calle y no a sus problemas con su esposa.Demetrio tenia la maldita conducta de siempre ser débil para con las mujeres.Pero Antonella no se merecía esa debilidad.—No debes preocuparte por mí. De hecho, Demetrio, lamento que Vicenzo te arrastrara hasta aquí. He hecho la reservación en el hote
Por supuesto que él no la conocía en absoluto. Había tantas cosas que él desconocía de ella; como que, por ejemplo, había comenzado a estudiar japonés.—Estoy cansada de que la gente quiera hacer con mi vida lo que le plazca.—Nadie está haciendo con tu vida nada, Antonella. —Le digo a él, colocó una mano en su pierna y esto hizo que ella se espantará un poco. —Tenemos problemas más importantes que tú, pensar que todo gira en torno a ti.—¿Entonces, por qué están esas personas aquí, Vicenzo? ¿Acaso los llamaste tú? ¿Acaso es que le dijiste que vinieran aquí a hacer este lío en plena calle? ¿Qué demonios quieres demostrar?—¿Me estás acusando de relacionarme con estos buitres? Tú sabes muy bien lo que opino de los periodistas. —le dijo el entonces y alejó su mano de ella.Por supuesto que ella lo sabía, ella lo había escuchado una y quinientas veces quejarse de lo desgraciados que estos podían ser con el y su familia.Pero las personas cambian. Ella era prueba de eso.—¿Demetrio, pod
Estaba nerviosa.Regresar a esa ciudad donde había tenido tantas palabras que ahora se daba cuenta que solo eran lanzadas al viento dichos sin sentido sin sentirlas Ahora un año después se daba cuenta que todo había sido una mentira.Única que se había enamorado había sido ella.Se dio cuenta muy tarde de qué la diferencia de edad no era un jodido mito.La diferencia de edad podría destruir una pareja que se creía enamorada.Y Antonella comenzó a entender después de unos meses qué la culpa había sido de ella desde el primer momento.Su hermana mayor se lo dijo una y mil veces:—Es un buen partido pero estás destruyendo tu vida para armar la de otra persona. Y joder, cuánta razón tuvo. —Estimados pasajeros, bienvenidos a Napoles, por favor, mantengan colocado su cinturón de seguridad hasta que aterricemos por completo.Antonella se quedó leyendo su revista de variedad concentrada como si fuese una orden de vida o muerte. No quería mirar por la ventanilla, se lo había estado repiti
Entre todas las voces la que menos pensó que iba a escuchar al bajarse del avión mientras la maleta de mano pesaba como el demonio. A la persona que menos pensaba encontrar allí era a él.Vicenzo era como el demonio aparecía cuando menos lo esperaba.Este hombre estaba destinado a hacerle la vida imposible.¿Cómo demonio la había encontrado?No podía creer que él estaba realmente allí.Antonella se giró y encaró la voz de sus pesadillas.Era increíble que siguiera siendo exactamente cómo meses atras. Inconscientemente había comenzado a pensar, que lo estaba idealizando y que esos meses que estuvo con con él, siendo cortejada, mimada y deseada, no fueron más que producto de su imaginación. Que las veces que le acarició hasta el alma en verdad fue todo producto de su imaginación y nunca fue tan bello. Tan malditamente atractivo. Ella se debatía entre si todo era un modo de evitar que le doliera tanto, si solamente se estaba inventando que Vicenzo fuera realmente así de Irresistible
Antonella no se lo pensó dos veces, los ojos de Vicenzo centelleaban de pura rabia. Comenzaba a perder la paciencia, él era un hombre de armas tomar y si ella no se montaba en el coche, fácilmente, él podía cargarla y meterla dentro ponerle el cinturón y sentarse a su lado como si nada hubiese pasado.Miró a todas partes, las personas pasaban a su lado sin percatarse de la incertidumbre que estaba apoderándose de su ser.—Tengo reservación en el hotel, no voy a irme contigo, si gustas me dejas allá, pero no voy amanecer contigo Vincenzo.—Una cosa es lo que tú quieras, Jane, y otra cosa es lo que realmente se hará. Estás haciéndome perder el tiempo. Ya sabes que mi tiempo es oro.—No me llames así. El tiempo de llamarme así ya pasó.— Para mi siempre serás Jane, Jane. — le dijo pasando una mano por su rostro. — Estoy cansado. Vámonos antes de que se haga más tarde.— Vincenzo...— No me tires las cuerdas, Jane. Nos vamos. Punto. No tienes nada que objetar. ¡Y deja de hacerme perde
Vicenzo LuigiVicenzo entró en el coche y se sentó al lado de su esposa.Ella podría decir lo que quisiera, gritar, saltar patalear, pero al final de todo, sobre el papel, ante la iglesia y ante su familia, Nella seguía siendo su mujer. La mujer que lo había dejado, que lo habia abandonado, espacado de el como si el fuese el mismo diablo, pero su mujer al fin y al cabo. Y por nada en el mundo iba a permitirle semejantes actitudes. Ella no se lo merecía. No merecía su perdon, ni su consideración. Se desabrochó el botón que tenía colocado en la chaqueta para sentirse un poco más cómodo. Estar encerrado en un coche con Antonella después de largos meses sin verla, era sencillamente caótico. Vicenzo siempre había sido un hombre calculador, cuadrado cómo solía decir su hermana menor Giovanni. Su madre lo habia educado bien. Lo habia enseñado a ser un buitre en los negocios en la vida. No entendía como las personas podían cambiar de parecer de la noche a la mañana, como podian deci