CAPITULO 4

ANTONELLA 

 Él lo sabía sabía que iba a casarse con Scott. Al menos que pensaba hacerlo. Que lo estaba considerando. 

¿Pero cómo diablos lo sabia? 

Es que él nisiquiera se lo había propuesto aún. 

Scott no se había acercado  a ella con el anillo.

Precisamente por esto, porque su hermana la había puesto en sobre aviso, es que ella quiso viajar a Nápoles y enfretarse nuevamente a Vicenzo. Porque no deseaba estar en una relación basada en mentiras. 

Quería que si llegaba a aceptar casarse con Scott, fuese compelmtante cierto, real, siendo honesta con él. 

¿Cómo es que Vicenzo sabía sobre aquello? 

¿Acoso era tan trasparente? 

No, se dijo.

No era tan trasparente como para que él supiera esa clase de cosas. 

Quizá sólo me tiene muy vigilada.

¡Eso debia ser! 

— Quítame tu mano de encima. —dijo y casi creyó que la voz no le había salido. — Suéltame. — estaba pidiéndole. Casi a punto de echarse a llorar. 

—¿Te molesta que te toque? ¿Es que acaso solo quieres que te toquetee tu prometido? — dijo Enzo sin quitar la mano de su pecho izquierdo, sino más bien apretando suavemente un poco más. — No dirás que no te gusta porque ambos sabemos que mentirías. 

—Suéltame, Enzo. — pidió otra vez. 

Él le vio a los ojos y ella no agachó la mirada. 

Se odiaba a sí misma por ser tan débil y transparente. 

—¿Te guardas para él? — preguntó antes de dejarla. — ¿No le has dicho que fui tu primer hombre? ¿O es que acaso ya te acostaste con él? 

—¿Qué? ¿tú... Como es que...? —le preguntó con voz entrecortada. No sabía ni que decir o pregutnar. 

Es que ella no iba a casarse con el. 

Al menos no hasta que se librara de Vicenzo y Scott se lo preguntara. 

Aunque según su hermana, Scott pretendía hacerlo muy pronto. 

—Nella, no hay un solo detalle sobre ti que yo no sepa. — murmuró él con los dientes apretados quitándole los ojos de encima y mirando hacia la calle. —lo que me molesta es que vengas aquí, después de todo lo que has hecho, pidiéndome el divorcio, no sabiendo yo que te has acostado con otro hombre y que solo quieres librarte de nuestro lazo para casarte con él. — habló tan duro que ella se recogió tanto que su cuerpo degaldo se pegó a la puerta. Vicenzo estaba enojado. —¿te has acostado con él? ¿ya le entregaste lo que me pertenece? ¡Eres mía, m*****a sea! ¿Es que acaso no se lo dijiste?

—¡Yo no te pertenezco! ¡No soy tuya! — gritó ella y le pegó en el pecho. — ¡no soy tuya ni de ningun hombre, joder! 

—¡Te casaste conmigo, M*****a sea! ¡soy tu esposo! — él agarró sus manos y las pegó a su pecho. Demetrio detuvo el coche y él le mandó a seguir. — Tu...— dijo mirándole los labios y luego directo a sus ojos. — Eres mía, Jane.

—¡Solamente en el papel! —su voz se escuchó chillona y débil, así como sentía ella esas palabras. Aunque sólo fuera en el papel, ella se había sentido su esposa desde el primer momento en que lo vio. 

Se había enamorado de él en cuestiones de segundos. 

Enzo se acercó a ella y colocó la mano en su cuello el calor le llenó el cuerpo y se estremeció.  Sus manos estaban presas entre su pecho y su aliento le adormecio ligeramente. Era como entrar en un bucle de éxtasis. 

Le había extrañado demasiado. 

Tanto que su repentina cercanía comenzaba a hacerle daño. 

—¿Qué... qué estás haciendo? —él no respondió. Se dedicó a acercarse lentamente y a hacer que su corazón se acelerara.— Enzo...— susurró, sus ojos azules como el mar intentaron mirar al hombre que una vez había amado con todo su corazón, y que ahora solamente despreciaba. 

Al menos eso deseaba ella, pero se daba cuenta que los sentimientos estaban allí. 

Enzo pegó sus labios al cuello de Antonella, el carro comenzó a moverse, pero ella no le prestó atención, estaba demasiado atenta a los labios de él sobre su cuello. 

—Enzo... Por favor..Enzo —volvió a susurrar su nombre, no tenía fuerzas para más, sus manos apretaron la tela de su blusa, no podía subirlas y alejarlo, o quizá, era su cuerpo el que no deseaba moverlas y alejarlo. —por favor. 

No tenía fuerzas para rebatirlo ni para moverse no podía quitárselo de encima porque lo deseaba allí deseaba que él la amara en cuerpo y alma como ella lo había amado a él como ella aún lo amaba

 Habían dos clases de amor en la vida: uno era ese que le hacía sentir el fuego por dentro, ese que le hacía creer que todo era posible, que no le dejaba tiempo para nada más, solamente una burbuja de deseo carnal y puro, uno con el que poodía compartir cada detalle de su vida sin cansarse de hablar, uno con el que podía correr bajo la lluvia sin incomodar se. Ese amor llegaba de improvisto, cuando menos se esperaba. Entonces existía el otro, ese que la comprendía, que la  valoraba por quién era, un amor que no se rendía, que no se alejaba sin importar cuantas trabas encontrara en el camino, un amor fuerte que nadie podia derrocar ni perforar, construido sobre una base de confianza y afecto. 

Aún no sabía, aún después de todo lo que había sucedido, qué clase de amor era Vicenzo Luigi en su vida. 

Pero estaba segura que era uno que ya había perdido su camino y que no pertenecía a ella, quizás jamás lo hizo. 

¿Quiza? No, no había un quizá. Definitivamente el corazón de ese hombre jamás iba a ser entregado. 

Él solo usaba a las personas  a su antojo y luego las desechaba. 

Con ese pensamiento en mente, dejó de sentirse tan embrujada y su cuerpo se tornó rigido. 

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