CAPITULO 3

Vicenzo Luigi

Vicenzo  entró en el coche  y se sentó al lado de su esposa.

Ella podría decir lo que quisiera, gritar, saltar patalear, pero al final de todo, sobre el papel, ante la iglesia y ante su familia, Nella seguía siendo su mujer. La mujer que lo había dejado, que lo habia abandonado, espacado de el como si el fuese el mismo diablo, pero su mujer al fin y al cabo. 

Y por nada en el mundo iba a permitirle semejantes actitudes. 

Ella no se lo merecía. 

No merecía su perdon, ni su consideración. 

Se desabrochó el botón que tenía colocado en  la chaqueta para sentirse un poco más cómodo. Estar encerrado en un coche con Antonella después de largos meses sin verla, era sencillamente caótico. 

Vicenzo siempre había sido un hombre calculador, cuadrado cómo solía decir su hermana menor Giovanni. 

Su madre lo habia educado bien. Lo habia enseñado a ser un buitre en los negocios en la vida. 

No entendía como las personas podían cambiar de parecer de la noche a la mañana, como podian decir que algo le gustaba y al otro día decir que ya no les parece atractivo. Cambiar de parecer no estaba en sus planes, una vez que una idea se había creado y desarrollado en su cerebro y que este entendía que era lo correcto, lo que le convenía, ni con un cuchillo en su corazón podrían sacarle esa idea que se había vuelto intrínseca en su ser. 

Él no era cambiante, él no era variante. 

Si algo le gustaba, lo tomaba sin importar los medios ni el qué dirán. 

Si deseaba comprarse un carro nuevo, lo hacía. 

Habían banalidades con las que él no perdía el tiempo, ni su dinero. 

Pero en cuanto decidía una cosa, se iba a por ello sin contemplaciones. Él era sencillamente un jugador de todo o nada. 

Cuando vio por primera vez a Antonella su corazón le dijo de inmediato que deseaba tenerla, así no fuera por un tiempo definido. Al pasar el tiempo, al conocerla, se percató de inmediato que era una chica tranquila de pueblo, que no tenía esa malicia que caracterizaba a todas las mujeres con las que él se había visto involucrado, no tenía la necesidad de conseguir dinero a toda costa. 

Nella no había sido así, al menos no hasta que descubrió su verdadera personalidad y su verdadera cara.

Ella no era una déspota, al menos eso había creido en un principio. 

Y si bien sus planes no eran cien por ciento honestos, él nunca mintió sobre como se sentía por ella. 

En cambio, ella sí. 

Y lo que más le dolía es que su madre, entre todas las personas, fue quien le avisó. 

Precisamente ella, la mujer que jamás había querido que se casara con una pueblerina. 

Joder, su madre le atacó durante semanas luego de Nella abandonarlo. 

"Te lo dije, Enzo. Todas hacen lo mismo"

"¿En que diablos pensabas, niño? "

Aguantó mucho durante semanas. 

Su hermana menor y su madre parecían haber tomado como entretenimiento su fracasado matrimonio. 

—¿Dónde quiere que le lleve, Señor Vicenzo? — preguntó su chófer. 

Demetrio, ruso, discreto y franco, tenía trabajando para él mucho tiempo, el suficiente para conocer cuando él se debatía entre un lugar y otro.

Era discreto, silencioso y jamás cuestionaba ni salía a murmurar y comentar lo que veía o escuchaba. 

Una vez ella  se hubo montado en el, él comenzó a creer que todo sería más fácil. Solo quería convencerla de que debía obedecer a su papel como esposa. Respetar el papel después que ella había firmado y aceptado al casarse. 

Él la miró de reojo para confirmar si  se había colocado el cinturón de seguridad, porque al ser un hombre de negocios conocido y reconocido en todo el país y el mundo, siempre se podría dar el caso de verse en peligro ante personas que no compartían su opinión, o que no le gustaba su trabajo. Por ende, dada esa circunstancia de llevar una vida relativamente pública, le gustaba que todo fuese seguro para él y los que estaban a su alrededor. 

Era dueño del viñedo  más importante de Napoles. El hombre tenía más influencias que el mismo presidente de España. 

Se podría decir, según los periodistas y los medios informantes, que Vicenzo era definitivamente y sin lugar a dudas, uno de los hombres más poderosos e importantes de Italia.

Y él muy desgraciado hacía eco de esos comentarios. 

Su familia tenía añales produciendo vinos. Las hectáreas de sembradíos de uvas tintas eran inmensas. Ella había tenido la oportunidad de visitar uno de esos terrenos y quedo prendada de la magestuosidad. 

Al igual como lo habia quedado del dueño, Vicenzo Luigi. 

—Hola, Demetrio. Perdóname por la falta de cortesía. —se excusó su mujer, mientras se dirigía a su chofer. — Ha sido una falta de respeto. Lo siento. — Ella no tenía ese tono de voz acerado que empleaba con él.

—Buenos dias, Sra Antonella. Me alegro tenerla aqui nuevamente. — Demetrio desde que conoció a Antonella, siempre tuvo esa cercanía y camaradería. — Es bueno ver que no ha cambiado nada. Sigue igual de bella, si me permite decirlo. 

Enzo solto un gruñido y Demetrio se concentró en la calle. 

​​​​​​¿Celos de hombre con casi setenta años, bigote, pelo canoso y  nariz un poco tumbada por la edad?

No era posible.  Él no se ponia celoso por nada ni nadie. 

Mucho menos de su chofer. 

Del mismo hombre que le habia llevado a la escuela cuando era apenas un niño. 

Pero jamás le había gustado la forma en la que se trataban, como si se conocieran de toda la vida, como si congeniar con nella fuera lo más fácil. 

Asi fue desde el momento en que Dmeetrio fue  abuscarlos al aeropuerto mucho tiempo atras, y el se la habia presentado como su novia. 

Joder. Novia.

Jamas había llamado a nadie asi. 

Y muchas mujeres habian pasado por la vida de Enzo. 

Pero ninguna había llegado a conquistar su corazon con la dulzura y carisma de Antonella. 

Su falsa imagen que creó para él. 

Pero antes, antes de darse cuenta que ella quería aprovecharse de él, él sólo la admiraba, le parecía de lo más interesante y cautivadora. 

Él había tenido que bajar un poco su guardia para poder entender que su esposa era así de amable con todos. 

Era sencilla y simple, se daba fácil a querer, ella podía darse el lujo desarrollar una conversación con un perfecto extraño sin ningún inconveniente, al menos así la recordaba. No  había vuelto a saber de ella por seis largo y eternos meses. Aunque la mantenía vigilada y aunque sabía cada uno de sus movimientos, no se había acercado ella. 

Le había enviado los documentos del divorcio, cosa que que él rebotó y no le hizo caso, le dijo a la abogada que, a menos que su esposa fuera directamente hablar con él, no firmaría tal cosa por más que la enviaran. 

No consideraría nunca firmar unos papeles sin antes hablar con Nella y no tenía ninguna intención de separarse de su esposa. 

Divorciarse después de haberse casado ante un sacerdote, ante la iglesia y su familia, era sencillamente algo que ninguno de los Luigi consideraría.

Era una deshonra.

Su madre Theresa, desde pequeños a él y a su hermana Giovanni, les había inculcado que el día que decidieran contraer matrimonio, ese día aceptarían mantener el lazo de unión para toda la vida. 

A partir de ahí, Vicenzo comenzó a calcular, a pensar con quién estar, y se dijo que cuando estuviera seguro de que había encontrado la mujer que no le ocasionaría problemas, una mujer que sería comprensible y que posiblemente lo apoyaría en cada una de sus decisiones estaría orgullosa de portar el apellido Luigi, ese día que consiguiera una relación con una mujer asi, se uniría en sagrado matrimonio para el resto de su vida. 

—Vamos a mi casa — le dijo a Demetrio antes de que los celos le hicieran golpear al pobre chófer. 

El chofer no tenía la culpa de que odiara tanto a su esposa por abandonarlo. Por haber descubierto sus mentiras. 

Pero se las iba a cobrar todas antes de firmarle los papeles del divorcio. 

La situacion iba más alla que un simple capricho de hacerla volver. 

Ella tenía mucho que responder antes de quedar libre de su apellido. 

De ese que había estado haciendo uso para abrirse paso a clubes privados de la más alta clase social. 

Para usar la tarjeta de credito a su nombre y pedirle que pagara la cuenta vía emails. 

¿Y ahora venía así de sencilla a pedirle el divorcio? 

¡Vaya ovarios que estaba hecha! 

—Te dije que no me iré contigo. — escuchó que Antonella dijo de inmediato — Demetrio, por favor, lleveme al hotel Grand Hotel Vesuvio... 

—No se hace lo que tú digas en mi coche. Este es mi carro, tu sabrás que hacer: puedes bajarte y quedarte en medio del aeropuerto o puedes venir conmigo al departamento en el que se suponía debías vivir conmigo. 

—No comiences con eso. Ya no es necesario — le dijo ella, y notó como su boca se volvía una línea fina de tanto apretarla. Estaba enojada. — Puedo tomar un jodido taxi y llegar al hotel donde voy a hospedarme. No me das miedo, Enzo. No te temo. 

—Pero me necesitas.  Me has necesitado desde antes de casarte conmigo.— le echó en cara sin aguantarse más. — no vengas a hacerte la inocente ahora. 

Antonella, a lo largo de los meses que duraron juntos, conociéndose, dándose cuenta que podían estar más unidos emocionalmente que con cualquier otra persona, Vicenzo se dio cuenta que pocas cosas alteraban a su esposa. 

Hasta el momento, lo único que la hacía salir de sus casillas y perder los estribos, era él mismo. 

Él tenía el poder, sin proponérselo ni buscarlo, la capacidad de trastocarla. 

Igual como ella podía volverlo loco con solo dedicarle una mirada con sus ojos color azul. 

–¡No eres el único con vehículo! Puedo llegar sola al hotel. —ella se tocó el puente de la nariz, apretandolo suavemente. —estoy intentando llevar esta separación lo mejor posible. Quiero continuar con mi vida. Quiero dejarte en el pasado. Donde perteneces.  No me molestes mas. Solo quiero acabar esto. Los papeles...todo esta en la maleta. Solo firmalo y dejame ir. 

Sus palabras se clavaron en lo más profundo de su ser. Sintió ganas de besarla, de poseerla, allí mismo en la parte trasera del coche. Quiso hacerle olvidar todas esas ideas estúpidas que le habían metido en su cabecita de risos color rubio cenizo. 

Pero no sucumbió. 

En cambio, decidió ir directo al grano.

No iba a seguir haciéndose el tonto.

Así como ella usó su apellido, su nombre, su dinero, su riqueza para hacerse con una buena vida en España, así mismo él iba a cobrarle cada centimo. 

Con lo que ella tuviera para pagar. 

Y si no tenia...

Su cuerpo sería suficiente. 

—Fui todo para ti durante meses. — él sostuvo su mandíbula y vio como ella abría los ojos sorprendida por su gesto precipitado —¿Tanto amas a Scott?

—  ¿Que dices?

— Miénteme, Nella. —  susurró con tono seco. —  miénteme bien y dime que no vas a casarte con otro hombre y por eso afanas tanto en alejarte de mi. En divorciarte de tu marido.

— ¿Como...?

— ¡Vamos! ¡Miente mejor! ¡Esfuérzate siquiera un poco! —  le gritó y los ojos de Nella se cerraron. — ¿Te molesta mi tono? ¿Te molesta mi voz? ¿O es que te molesta mi cercanía? —  justo en ese momento el posó una de sus manos en el seno izquierdo de ella por encima de la tela y sintió el pezón erizarse de inmediato. —  Supongo que a tu cuerpo no le molesta tanto.

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