—¿Antonella, sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.
—Nada— dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.
—¿Estás segura que estás bien? —preguntó él —voy a abrir la puerta.
—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.
La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.
—Antonella, ¿que está pasando? ¿estas bien! comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.
–¡Pues lárgate! ¡déjame en paz! ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.
—No tergiverses mis palabras. —le dijo el completamente molesto.
—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.
—¿Qué es lo que necesitas?
—De ti solo quiero una cosa.
—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer