C7-UNA BODA ENTRE DESCONOCIDOS.
La pelota antiestrés crujía bajo los dedos de Rowan. Apretaba, soltaba, volvía a apretar, pero el vacío en su pecho no cedía.
La rabia seguía ahí, silenciosa y corrosiva.
—¿De dónde carajos sacaste a esa mujer, Rowan? —la voz grave de su padre, Cassian Blackwood, lo obligó a detener el movimiento—. Nunca me escuchas. Te dije que necesitabas una esposa. Te hablé de Selene Ward.
Un gruñido bajo se escapó de su garganta, y Kion, su lobo, se agitó con furia en su interior.
—Prefiero casarme con una maldit4 hiena antes que con ella.Selene Ward, era la hija de un empresario lobo con más dinero que sentido común. Siempre con la sonrisa perfecta y ese perfume caro que lo sofocaba. Desde adolescentes había intentado engancharlo, sin molestarse en disimularlo, y su padre nunca ocultó su sueño de unir familias a través de ellos y poder convertir “luna” a su niña malcriada.
La sola idea lo enfermaba.
Incluso el mismo día que enterró a Alana y a su hijo, Selene tuvo la desvergüenza de llamarlo. No para darle condolencias, sino para ofrecerse. Sus palabras disfrazadas de consuelo llevaban un tono insinuante que lo repugnó.
Rowan respiró hondo y fijó la vista en la pelota que giraba entre sus manos.
—¿Para qué carajos necesito una esposa, padre? —preguntó con amargura—. La única que reconozco acaba de morir.Cassian lo observó con dolor, pero no como un padre, sino como un alfa que debía recordarle a su hijo cuál era su lugar.
—Porque eres el alfa, Rowan. Y la manada confía en ti. Y aunque vivas entre humanos, todos los ojos siguen sobre ti. No puedes liderar un imperio y presentarte solo. La apariencia de estabilidad es poder, y el poder mantiene a los nuestros a salvo.Rowan lo odiaba, pero sabía que tenía razón. Sus enemigos aprovecharían cualquier debilidad, y él debía cerrarle la puerta a cualquier grieta.
—Elegiste vivir entre humanos, jugar bajo sus reglas —añadió Cassian, con dureza—. Ahora afronta las consecuencias.
Rowan apretó la pelota con tanta fuerza que sus nudillos crujieron. Porque sí, había elegido esa vida por Alana. Ella era humana y mantenerla en la manada habría sido condenarla. Una vez una simple fiebre la había puesto al borde de la muerte y ese día comprendió que obligarla a permanecer en su mundo era sentenciarla.
Por lo que gobernar desde la ciudad fue la única salida.
Lo había hecho por ella, no se arrepentía. Sin embargo, ahora que no estaba, el vacío lo desgarraba y tomar otra esposa era una burla al recuerdo de lo que habían compartido.
Sin embargo, no había escapatoria.
La política de la manada no le permitía ser un alfa viudo y solitario.
Pero unirse a Selene era imposible, ella era una sanguijuela. Por eso, cuando Lía le habló de su amiga, aceptó, sería un acuerdo frío y sin sentimientos.
Un matrimonio temporal.
Un arreglo entre dos desconocidos.
“Anya”, recordó su nombre, y un cosquilleo extraño le recorrió el estómago. Se obligó a pensar que era curiosidad, nada más. Porque el amor para él estaba muerto y enterrado con Alana.
El murmullo en la sala se transformó cuando la marcha nupcial comenzó y Rowan levantó la vista y la vio.
Anya caminaba del brazo de Lía, el vestido blanco se deslizaba por una figura de reloj de arena, marcando su silueta, fue imposible dejar de mirarla y contrario a lo que esperaba, algo en su interior ardió.
Se llenó de rabia, porque ese lugar no le pertenecía. Era de Alana. Sin embargo, mientras más cerca estaba, más fuerte sentía la presión en su pecho.
Cuando por fin llegó, Lía le tendió la mano de Anya. Era pálida y frágil y Rowan dudó un instante, consciente de que era demasiado delicada, pero la tomo y en cuanto lo hizo, el impacto fue inmediato.
Una corriente le recorrió el brazo y se le incrustó en el pecho, cortándole la respiración y Kion rugió dentro de él, soltando una sola palabra que lo estremeció como un trueno:
Mía.
Las pupilas de Rowan se dilataron y el aire le ardió en los pulmones.
No. No podía ser.
No después de Alana. No después de enterrarla.Pero Kion no se equivocaba y lo peor era que una parte de él, la que más odiaba, no dejaba de reconocerlo.