C5-NECESITAS UNA ESPOSA.
Rowan removía el hielo en el vaso con un movimiento lento, mientras el hidromiel se agitaba sin entusiasmo. El vidrio estaba helado en su mano, pero por dentro ardía. Ardía con un fuego mudo y devastador que consumía cada rincón de su ser.
Hace apenas unas horas los había sepultado.
A los dos.
A Alana, su compañera.
Y a su pequeño, al que nunca escucharía pronunciar la palabra papá.
Era como si le hubieran arrancado el corazón y lo hubieran dejado convertido en una cáscara vacía, en un hombre hueco que apenas lograba respirar.
Todo lo irritaba, incluso el aire le resultaba pesado, pero el silencio era aún peor. No quería abrazos, ni palmaditas en la espalda, ni esas miradas cargadas de compasión inútil.
No quería escuchar más “lo siento”.
Lo único que quería era romper algo, dejar salir esa rabia negra que se acumulaba en sus entrañas y que hacía que Kion, su lobo, aullara de dolor en lo más profundo de su mente.
Porque él era un hombre lobo.
Y aunque ya no eran salvajes, aunque hacía siglos que coexistían con los humanos bajo tratados frágiles y reglas invisibles, la tensión nunca desaparecía.
Había lobos de su manada que seguían creyendo que los humanos eran débiles y serviles, y también humanos que los veían como bestias disfrazadas.
Tal vez, pensó Rowan con amargura, ninguno de los dos lados estaba equivocado.
Se sirvió más hidromiel y lo bebió de un trago y dejó que la quemadura del alcohol intentara llenar su dolor, aunque fuera un segundo.
Pero no funcionó. Nada lo hacía. Porque cada vez que cerraba los ojos, ella estaba ahí.
La sonrisa de Alana. Su voz.
Un sollozo se escapó sin permiso de su garganta y de inmediato, su mirada cayó en la fotografía sobre el escritorio.
Estaban los dos abrazados, sonriendo frente al lago, el día en que ella le confesó que estaba embarazada. Estiró una mano temblorosa y, con un gesto brusco, volteó el marco boca abajo.
No podía seguir viéndola. Si lo hacía, terminaría desmoronándose por completo.
Entonces sonó el teléfono.
No quería contestar, pero la pantalla iluminó el nombre de su padre: Cassian Blackwood.
Respiró hondo, se pasó una mano por la cara para secarse las lágrimas y atendió.
—Dile a mamá que estoy bien —murmuró, dispuesto a colgar de inmediato.
Pero la respuesta no fue la esperada.
—No es por eso —la voz de su padre sonó grave, con una tensión que encendió una alarma en sus entrañas y Kion gruñó alerta.Rowan se irguió en el asiento, con cada músculos de su cuerpo tenso.
—¿Qué pasa?
El silencio del otro lado fue peor que cualquier golpe, podía sentir el peso de lo que su padre no quería decir, pero finalmente, lo escuchó exhalar con fuerza.
—Rowan… —su tono cambió, y ahora era el de un Alfa dando una orden, no el de un padre ofreciendo consuelo—. Tienes que buscarte una nueva esposa y cuanto antes.El vaso de hidromiel crujió en su mano y por un instante, no supo si reír con amargura o gritar hasta romperse.
Una nueva esposa.
Las palabras resonaron en su mente como una blasfemia.Nunca iba a tener otra.
Nunca iba a amar a otra.
Porque Alana no era reemplazable.
Pero no dijo nada. Porque lo que tenía ganas de responder no cabía en palabras.